Hace más de 60 años, impresionado con la grandeza, belleza y riqueza del país, el escritor austríaco Stefan Zweig publicó su libro Brasil, país del futuro. Hoy, Brasil continúa siendo el país del futuro. Pero si es capaz de aprovechar su situación actual y aplicar las ideas racionales necesarias, puede convertirse en el país del presente; un presente próspero, brillante y feliz. |
Brasil, ciertamente, está en una situación envidiable. En medio de la brutal crisis económica mundial, es como si se hubiera vacunado contra ella. En vez del crecimiento mínimo o negativo de la mayoría de las economías mundiales, Brasil espera crecer un 6% en 2010, y su auge económico y social ha sido reconocido por la comunidad internacional, que lo ha elegido para organizar el mundial de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.
Una de las razones de su éxito en los últimos años ha sido, obviamente, su riqueza: Brasil es un país enorme, con grandes recursos naturales: café, petróleo, soja, mineral de hierro... Su economía emergente ya no depende exclusivamente de la exportación de materias primas (cuya subida de precios, efectivamente, ha tenido un impacto positivo en la economía); de hecho, hoy en día Brasil fabrica acero y motores de avión, por citar sólo dos productos relevantes. Y como no experimentó el boom de la construcción, tampoco ha sufrido el inevitable crash.
Pero lo anterior no explica por sí solo el crecimiento actual de Brasil, considerado durante décadas un país subdesarrollado, y que también ha conocido la penuria y la hiperinflación típicas de muchos países sudamericanos. Para llegar adonde ha llegado fue necesario que alcanzara cierta estabilidad económica; es decir, que se comprometiera con el objetivo de las cuentas públicas equilibradas y el control de la inflación.
La referida estabilidad se consiguió durante la década de 1990, con el llamado Plan Real, iniciado por el presidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) y continuado por su sucesor, Luis Inácio Lula da Silva, quien tuvo la visión de mantener (o no consiguió cambiar) el rumbo del primero, consolidando así la economía mixta y permitiendo que la iniciativa y la creatividad del pueblo brasileño se tradujeran, finalmente, en unos resultados tangibles, que han hecho del país uno de los campeones del crecimiento mundial.
"Es obvio que Brasil es hoy en día una nación con la influencia, la ambición y los fundamentos económicos para convertirse en una potencia mundial", explica un artículo del Wall Street Journal; que añadía: "Pero el país aún debe superar enormes obstáculos antes de hacer honor a su potencial".
Esos "enormes obstáculos": el alto nivel de corrupción (que ha frenado el desarrollo durante décadas... y permitido que haya políticos que triunfen con lemas como "Yo robo, pero hago"), la violencia generalizada, la educación precaria, la pobreza, la burocracia..., se derivan todos del hecho de que Brasil ha sido una economía mixta que ha permitido una cierta libertad pero siempre en un entorno de elevadísimo intervencionismo.
El principal desafío de Brasil es cómo resolverá el problema básico... que deben enfrentar igualmente todos los otros países del mundo: la elección entre los principios filosóficos del Individualismo y el Colectivismo.
Lula da Silva ha sido un presidente 100% socialista (líder del Partido de los Trabajadores, no lo olvidemos), que se aupó al poder con su retórica populista acompañada de subsidios, y su posible sucesora seguirá sus pasos.
Citando a Ayn Rand, diremos que "el grado de libertad de un país es el grado de su progreso". Si Brasil logra adoptar un sistema capitalista de libre mercado, se convertirá en un país moderno, industrializado y rico. Y si no lo hace acabará como Argentina, ese país vecino que también tenía un gran futuro.
© AIPE
DOMINGO GARCÍA, presidente de la Asociación Internacional para el Avance de Objetivismo.
http://exteriores.libertaddigital.com
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