El que un grupo de seres humanos se transforme en nación y colectividad se debe al consenso en torno a principios fundamentales, que a su vez dan forma a constituciones y leyes. Esos principios sustentan el pacto social que une a una sociedad. Desde mediados del siglo pasado han venido conformándose en Venezuela principios que vinculan a la mayoría de sus habitantes, más allá de las diferencias secundarias de opinión que puedan separarlos.
Tales principios esenciales son, en primer término, la negativa a admitir el continuismo en el ejercicio del poder, negativa que marcha junto al deseo de asegurar la alternabilidad política. En segundo lugar, la decisión de dirimir los antagonismos mediante mecanismos democráticos y pacíficos. En tercer lugar, el rechazo al socialismo marxista y la búsqueda de una economía mixta y de un orden social equitativo.
Es doloroso, aunque no sorprendente, constatar que el actual jefe del Estado ha optado por romper hasta con los más leves atisbos que aún parecía respetar acerca del pacto social venezolano. Ya no pueden existir dudas sobre el empeño de Hugo Chávez por perpetuarse en el mando supremo a cualquier costo. Es evidente también que está dispuesto a usar la violencia para lograr sus propósitos, y que desde su punto de vista esa mitad o más del país que le cuestiona debe ser acosada, humillada, puesta de rodillas y tal vez destruida. Por último, el presidente de la República, además de degradar la democracia –a menos que le beneficie–, pretende implantar un modelo inspirado en el totalitarismo marxista que Castro impuso a sangre y fuego en Cuba.
Con sus acciones recientes, que son el punto culminante de un ya largo camino de abusos, Hugo Chávez ha roto inequívocamente el pacto social que une a la mayoría de los venezolanos y se ha convertido en un tirano.
Desearía aclarar este punto: no se trata de que Chávez esté en vías de hacerse un tirano, sino que ya lo es. Se ha colocado fuera de la Constitución y las leyes, subordinando todo a una ambición de poder encubierta por una utopía arcaica, elaborada en función de los más bajos resentimientos que por desgracia pueden hallarse en medio de nuestra sociedad. En su rumbo de atropellos y arbitrariedades, Chávez ha partido en dos a Venezuela, empujando deliberada e incesantemente a sus compatriotas hacia el cataclismo de la guerra civil. Para ello ha contado con el respaldo de sectores civiles y militares movidos en gran parte por la ambición, la codicia y el oportunismo, y sólo en mínima medida por una ideología que no pasa de ser una despreciable mezcla de odios y anhelos de oprimir a otros.
Al transformarse definitivamente en un tirano que no acata las leyes y se propone eternizarse de manera ilegal e ilegítima en el poder, Hugo Chávez ha detonado el derecho a la rebelión de sus conciudadanos, según los preceptos más sólidos y nobles del pensamiento político occidental, tal y como este último se encuentra expuesto en las obras de Tomás de Aquino, John Locke y John Stuart Mill, entre otros autores. Me refiero ante todo a la rebelión en el plano moral, que significa el repudio radical a Chávez y su régimen. Este cuestionamiento ético se traducirá en su momento en un amplio y consistente repudio político, que se manifestará de diversas formas, incluyendo por supuesto el voto.
Luego de diez años en el poder, Hugo Chávez ha dejado tras de sí una estela de miserias que le merecerá, llegada la hora, una justa y severa sanción.
© AIPE
ANÍBAL ROMERO, profesor de Teoría Política en la Universidad Metropolitana de Caracas.
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