quarta-feira, 24 de dezembro de 2008

Que nadie nos robe la Navidad


Quien nos ha robado al Niño, quien se ha empeñado en acabar con la infancia, ¿es acaso el mismo que nos ha hurtado la Navidad? No fueron pocos los pensadores, en no pocas ocasiones profetas de calamidades, que nos habían hecho creer que nos encontrábamos en el cenit de la historia, que habíamos llegado a su fin. Una meta de madurez, de equilibrio, de estabilidad que, acabados los paraísos perdidos, las utopías de los lugares imposibles y felices, nos condujera hacia un estado final de perfección social y moral.

Un nuevo tiempo para un nuevo hombre. Promesas y más promesas; paradojas y más paradojas. Las ideologías totalitarias del siglo pasado son deudoras, en gran medida, de esta alucinación de mentes perturbadas y perturbadoras. Al fin y al cabo, lo seguro, lo cierto, lo que no podemos obviar, aunque sí haya quienes pretenden ocultarlo, es que estamos en Navidad, que celebramos el misterio de un niño que nace y que hace que el nacimiento de cada niño sea un nuevo Sí de Dios a la historia. La Navidad es un tiempo de confianza renovada en la experiencia y en el pensamiento, frente a quienes han pretendido siempre desarraigar al hombre de la experiencia y del pensamiento.

En estos días en los que los buenos deseos de paz y de felicidad, de amor y de generosidad, cubren las vergüenzas de la permanente tentación de iniquidad del hombre, volvemos nuestra mirada al principio de una historia, de una bella historia, de la más preciosa historia jamás contada. En un portal de Belén, en medio de la fría noche de imperio y de política inmigratoria, un joven matrimonio, de la estirpe de David, del tronco de José, sangre de Reyes y de Profetas, recibía en sus brazos al Misterio hecho carne para que nuestra carne acoja al Misterio. Sólo el Misterio explica el Misterio. Sólo el niño de Belén explica, con su silencio, con su mirada, el silencio y las miradas de felicidad de los hombres.

Como diría Hölderlin, "donde comiences, allí permanecerás". El hombre nuevo, el renovado Adán de la humanidad, comenzó en Belén de Judá, en tiempos del Rey Herodes, y allí ha permanecido, año tras año, siglo tras siglos, como razón y sentido de la existencia. Uno de los más grande teólogos de la época contemporánea, Hans Urs von Balthasar, dedicó su último escrito en la tierra a glosar esa frase de Jesús, tan enigmática como verdadera: "Si no os hacéis como este niño...". En unas páginas que rezuman la esencia del cristianismo –mucho más que no pocos de sus tratados voluminosos sobre la estética teológica, sobre la creación, sobre la redención–, el teólogo de Basilea sintetizó la propuesta cristiana desde una profunda, y a la vez sencilla, teología de la infancia. ¿Y si el cristianismo, sabiduría para los necios, escándalo para los gentiles, que nació a la Historia en Belén de Judá, no fuera más que la conciencia de la permanente novedad, nacimiento de lo bueno y bello de y en la historia? La cruz, desde los inicios del cristianismo, ha sido el símbolo de la presencia del Redentor y de la salvación. Pero antes que la cruz, y después de la cruz, está la luz. La luz de la estrella que iluminó el camino de los sabios de entonces, de los humildes de aquellas tierras, de los corazones generosos que fueron a entregar dones y presentes. La luz del día de la Pascua definitiva.

El cristianismo es un tiempo que se resume siempre en afirmación, en el sí a la vida; que se explica en la fiesta que discurre desde el nacimiento de un niño a la resurrección de un hombre, de todo hombre y de todos los hombres. La propuesta cristiana es vida; vida para el hombre, vida de amor para el mundo. Benedicto XVI lo ha dicho, con su maestría habitual:

En la gruta de Belén, Dios se muestra a nosotros como humilde "infante" para vencer nuestra soberbia. Quizás nos habríamos rendido más fácilmente frente al poder, frente a la sabiduría; pero Él no quiere nuestra rendición; apela más bien a nuestro corazón y a nuestra decisión libre de aceptar su amor. Se ha hecho pequeño para liberarnos de esa pretensión humana de grandeza que surge de la soberbia; se ha encarnado libremente para hacernos a nosotros verdaderamente libres, libres de amarlo.

¡Que nadie nos robe la Navidad! Feliz Navidad.

Por José Francisco Serrano Oceja
http://iglesia.libertaddigital.com

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