Antonio Mingote defiende una teoría que cuenta con mi acuerdo total. Que los terroristas, antes que asesinos, miserables, cobardes, fanáticos, perversos y aldeanos, son tontos. Sólo un malvado imbécil puede ser engañado para matar en nombre de otros o de su Dios.
Los etarras asesinan porque les han contado una historia que nunca ha existido. Lo de los terroristas islámicos es más complejo, porque se sustenta en un fanatismo religioso de imposible comprensión para cualquier ser humano civilizado que vive en su siglo. Por lo normal, y retorno al terrorismo en España, los criminales de la ETA terminan detenidos, juzgados y condenados.
El porcentaje de etarras derrotados por las Fuerzas del Orden Público y encarcelados por la Justicia es altísimo. Y aun así, todavía hay idiotas que se dejan convencer de que forman parte de una gloriosa guerrilla salvadora que devolverá a «Euskal Herría» la soberanía perdida, y tan perdida, porque nunca la ha tenido.
Los terroristas asesinan y destrozan familias y bienes, pero siempre terminan por caer. Ingresan en la cárcel jóvenes y orgullosos, y salen de ella otoñales, fondones y olvidados. Un individuo o una tía que han pasado veinte años en la cárcel no sirven para nada, y los terroristas y su entorno los reciben con un homenaje, a cuyo término, les dan una patada en el culo y pasan a ocupar un glorioso lugar en la nada.
La ETA está preparada para sustituir a sus jefes detenidos inmediatamente. Sucede que a un tonto le sucede otro más tonto todavía, por sanguinario que sea, y a éste, que también cae en manos de la Justicia, lo reemplaza el tontísimo de turno. El nuevo jefe de la ETA no ha podido cobrar su primer sueldo como tal, porque ha sido detenido a los veinte días de ocupar tan repugnante jefatura. Se llama Aitzol -tiene nombre de detergente- Iriondo, y será sucedido por otro más tonto, que caerá en quince días para no quebrar la estadística. Este Aitzol -«Señora ama de casa vasca, con Aitzol la ropa de pelotari lucirá más blanca»- tiene una característica física especial, que da a entender su nivel de inteligencia.
Las cejas alcanzan el territorio de las patillas, dotándole de un aspecto de oso muy prometedor para los naturalistas del Gobierno vasco, por cuanto el oso vasco está ausente en sus montañas desde mucho antes de que el tatarabuelo de Arzallus se liara a manzanazos con el de Ibarreche por un simple problema de lindes entre sus huertos.
A un tipo que lo detienen a los veinte días de elevarlo a la cúpula de los terroristas, hay que soltarlo inmediatamente, porque un imbécil suelto es más útil que un idiota preso. Al tal Aitzol -«señora ama de casa vasca, con Aitzol la ropa del ¿dantzari¿ lucirá blanquísima»- se le puede volver a detener en cualquier momento, y entre detención y detención, caerían unas cuantas docenas de terroristas. Con él, han trincado a otros dos, Zarrabeitia y Arteche, es decir, que Iriondo no es un imbécil del montón, sino un imbécil cimbel, de gran utilidad para la Guardia Civil y la Policía Nacional.
Lo malo es que en libertad, seguiría asesinando, y es mejor que se pase unos buenos años a la sombra, jugando al tute con otros asesinos majaderos. No es tan agradable jugar al tute en la cárcel como en una cafetería de Azpeitia, pero las «cuarenta» se cantan igual. Así que el detergente, a chirona.
Los etarras asesinan porque les han contado una historia que nunca ha existido. Lo de los terroristas islámicos es más complejo, porque se sustenta en un fanatismo religioso de imposible comprensión para cualquier ser humano civilizado que vive en su siglo. Por lo normal, y retorno al terrorismo en España, los criminales de la ETA terminan detenidos, juzgados y condenados.
El porcentaje de etarras derrotados por las Fuerzas del Orden Público y encarcelados por la Justicia es altísimo. Y aun así, todavía hay idiotas que se dejan convencer de que forman parte de una gloriosa guerrilla salvadora que devolverá a «Euskal Herría» la soberanía perdida, y tan perdida, porque nunca la ha tenido.
Los terroristas asesinan y destrozan familias y bienes, pero siempre terminan por caer. Ingresan en la cárcel jóvenes y orgullosos, y salen de ella otoñales, fondones y olvidados. Un individuo o una tía que han pasado veinte años en la cárcel no sirven para nada, y los terroristas y su entorno los reciben con un homenaje, a cuyo término, les dan una patada en el culo y pasan a ocupar un glorioso lugar en la nada.
La ETA está preparada para sustituir a sus jefes detenidos inmediatamente. Sucede que a un tonto le sucede otro más tonto todavía, por sanguinario que sea, y a éste, que también cae en manos de la Justicia, lo reemplaza el tontísimo de turno. El nuevo jefe de la ETA no ha podido cobrar su primer sueldo como tal, porque ha sido detenido a los veinte días de ocupar tan repugnante jefatura. Se llama Aitzol -tiene nombre de detergente- Iriondo, y será sucedido por otro más tonto, que caerá en quince días para no quebrar la estadística. Este Aitzol -«Señora ama de casa vasca, con Aitzol la ropa de pelotari lucirá más blanca»- tiene una característica física especial, que da a entender su nivel de inteligencia.
Las cejas alcanzan el territorio de las patillas, dotándole de un aspecto de oso muy prometedor para los naturalistas del Gobierno vasco, por cuanto el oso vasco está ausente en sus montañas desde mucho antes de que el tatarabuelo de Arzallus se liara a manzanazos con el de Ibarreche por un simple problema de lindes entre sus huertos.
A un tipo que lo detienen a los veinte días de elevarlo a la cúpula de los terroristas, hay que soltarlo inmediatamente, porque un imbécil suelto es más útil que un idiota preso. Al tal Aitzol -«señora ama de casa vasca, con Aitzol la ropa del ¿dantzari¿ lucirá blanquísima»- se le puede volver a detener en cualquier momento, y entre detención y detención, caerían unas cuantas docenas de terroristas. Con él, han trincado a otros dos, Zarrabeitia y Arteche, es decir, que Iriondo no es un imbécil del montón, sino un imbécil cimbel, de gran utilidad para la Guardia Civil y la Policía Nacional.
Lo malo es que en libertad, seguiría asesinando, y es mejor que se pase unos buenos años a la sombra, jugando al tute con otros asesinos majaderos. No es tan agradable jugar al tute en la cárcel como en una cafetería de Azpeitia, pero las «cuarenta» se cantan igual. Así que el detergente, a chirona.
Alfonso Ussía
www.larazon.es
Nenhum comentário:
Postar um comentário