Al oír a nicaragüenses y periodistas referirse a Daniel Ortega como "comandante", trato de verle dirigiendo hacia el progreso un país que sufre por la miseria. Pero la imagen que transmite no es la de un comandante, sino la de un hombre deslucido, que parece ser títere de maquinaciones extranjeras que conducen a Nicaragua hacia una hecatombe social. Aunque muchos sospechan que a Ortega lo manipula una fuerza sobrenatural que surge de su propio lecho.
Cuando, en julio de 1979, la revolución sandinista derrocó a Anastasio Somoza, admiré a esos rebeldes que acabaron con 40 años de dictadura, y aunque nunca comulgué con el comunismo, una sublevación en busca de libertad, equidad y justicia para el pueblo envalentonaba a todos los jóvenes idealistas de mi generación.
Uno de los primeros errores cometidos por los sandinistas fue aplicar el modelo cubano de expropiar las propiedades a los "burgueses", considerados enemigos. Desde entonces, todo fue el acabose. La pobreza de las masas creció, porque sin una base económica ninguna revolución sobrevive.
Pasaron los años y aprendí a identificar guerras equivocadas y falsos insurrectos. A medida que vi la verdad, creció mi asombro, esencialmente cuando supe de las trampas del comandante para volver al poder: pactó con una facción del partido liberal, guiada por el ex presidente Arnoldo Alemán, condenado por corrupción (con matices de simulacro, porque disfruta de libertad encubierta).
Pero como el pueblo es amnésico, olvida lo que sufre y perdona a sus verdugos, volvió a respaldar el equivocado modelo del pasado. Ganó Ortega, que ahora parece resuelto a perpetuarse y a extender los tentáculos de un pulpo arbitrario, censurador de prensa, amenazador de las libertades y antidemocrático.
Ortega, quien parece estar metamorfoseando su régimen en el modelo fascista que derrocó en 1979, junto a sus camaradas revolucionarios, hizo que a muchos, finalmente, se les muriera la admiración por esa revuelta sandinista que se aplaudía como la salvación.
El 9 de noviembre pasado quedará registrado en la historia de Nicaragua como el fin de la esperanza. Ese día se hicieron elecciones municipales en 146 ciudades y localidades, y al parecer hubo fraude. Hay que advertir la magnitud de la picardía del comandante Ortega en su camino metamórfico hacia un gobierno totalitario, porque los alcaldes son una extensión del poder central, y allí es donde se esconde la falacia del aprendiz de dictador, alumno desmejorado del bufón de América, Hugo Chávez.
La polaridad y tensión que vive Nicaragua hoy es parecida a la que experimentó en 1990, cuando los sandinistas fueron despojados del poder. Lo que hemos visto en las calles de Managua y en ciudades como León, peleas con machetes, garrotes, piedras y hasta balas, es un retroceso peligroso de la democracia, asunto que debe ser vigilado por la comunidad internacional.
Sin lugar a dudas, Daniel Ortega es el comandante, pero de la traición al pueblo que lo eligió creyendo en él y a las ideas de César Augusto Sandino, "general de hombres libres".
© AIPE
RAÚL BENOIT, corresponsal internacional de Univisión.
Nenhum comentário:
Postar um comentário