Navidad 2008, estamos ya en el tercer milenio después del acontecimiento fundamental, el nacimiento de Jesús en Belén de Judea. Navidad, tiempo de esperanza, el que muchos seguimos proclamando, como sucedió en el pasado, como sucederá en el futuro. La vida del hombre, la de cualquiera de nosotros, abocada a enfrentarse con el misterio de la propia existencia, buscará las claves de lo esencial: cuál es mi destino, dónde está la felicidad, qué es ser hombre. Todo ello es parte de la misma pregunta de la que somos portadores, ¿tiene sentido nuestra vida? Una pregunta que puede quedar ahogada en el estruendo, que puede ser ignorada o aparcada, por inabarcable -para algunos- o por absurda, para otros. No falta quien cree haber encontrado la respuesta clave: aceptar que la vida humana carece de sentido, que es cobardía empeñarse en su búsqueda, que es un mito cualquier pretensión de trascendencia. Pero, la pregunta siempre seguirá ahí, hasta para quienes niegan su validez, podrá adoptar muchas formas, pero el interrogante sobre el sentido de nuestra vida sigue estando. Por eso, encontrar alguna referencia supone renacer; renacemos al sentirnos parte de una Humanidad que comparte un destino común; renacemos al aceptarnos parte de una creación que puede ser redimida; renacemos cuando aspiramos a lo mejor para todos y cada uno de los hombres que vienen a este mundo; renaceremos, en fin, cada vez que la esperanza impregne nuestros proyectos de hombres que confían en el valor de la propia búsqueda honrada. En que en esa búsqueda está ya el comienzo del hallazgo.
Nuestra cultura, de raíces cristianas, es rica en signos y referencias que nos pueden remitir a lo profundo del significado de la Navidad. No es tiempo de alegría falsa y sensiblera. Es tiempo -para quién así lo quiere vivir- de anunciar que Dios puede nacer en cada uno de nosotros. Es tiempo de sentir que sus promesas se van a cumplir. Mucho ha progresado la Ciencia y la Técnica gracias al ejercicio de la inteligencia y la racionalidad humana. Por eso, hoy somos más libres que nunca para renacer a la esperanza que alumbró en la primera Navidad.
César Nómbela
www.abc.es
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