Hoy se celebra en la Plaza de Colón de Madrid la gran conmemoración eucarística con motivo del Día de la Sagrada Familia. El programa de actos incluye una conexión con Roma para escuchar el mensaje del Papa y la misa presidida por el cardenal arzobispo de Madrid, a la que asistirán cerca de cuarenta obispos de diferentes diócesis españolas. Como es notorio, se trata de un acto puramente pastoral y nadie puede atribuirle de buena fe un significado distinto, a pesar de algunas interpretaciones malévolas o interesadas. La Iglesia no es ni pretende ser un poder político, pero queda claro que ejerce sin complejo alguno su derecho y su deber de transmitir el mensaje de Cristo al conjunto de la sociedad y no admite ser recluida en el ámbito privado, como pretenden determinadas orientaciones laicistas y sectarias. Esta vez no hay elecciones generales a corto plazo ni sirven otros falsos pretextos para reprochar a los católicos la expresión pública de sus convicciones en el ámbito moral y social. Precisamente por ello es muy oportuna la apelación a la familia como centro y eje de la convocatoria en estos tiempos de graves dificultades. Hace pocos días recordaba en ABC monseñor Rouco Varela que la familia hace soportables las tensiones de la crisis y del paro. A nadie se le oculta que Rodríguez Zapatero ha hecho del laicismo un elemento sustancial de su programa de Gobierno. El presidente de los obispos españoles decía también en esa entrevista que el apoyo legislativo a la institución matrimonial se ha reducido a la mínima expresión. Ese mismo planteamiento podría extenderse a la familia en su conjunto, tanto en el ámbito educativo como en el mínimo reconocimiento a su papel fundamental para transmitir valores de convivencia y solidaridad.
La ofensiva laicista, incluida una reforma improcedente de la ley de Libertad Religiosa, pretende ocultarse bajo una interpretación falaz de la declaración de derechos humanos y es contraria a la letra y al espíritu de la Constitución española. En el caso de la familia, la propia Norma Fundamental exige a los poderes públicos una política activa para su protección social, política y económica, que dista mucho de haberse llevado a la práctica. Solo el radicalismo ideológico explica el intento de eliminar el Crucifijo en las aulas o de equiparar los símbolos cristianos a los de otras confesiones, todas ellas muy respetables. No se puede negar la presencia abrumadora del catolicismo en la historia de España, su fortísimo arraigo social o su protagonismo en nuestro patrimonio artístico y cultural. Es lógica la indignación de millones de católicos, incluidos muchos votantes socialistas, porque el Ejecutivo ofende los sentimientos de una gran mayoría enarbolando banderas que, lejos de solucionar los problemas, los crean de manera gratuita e intolerable. Si quiere hacer las cosas bien, Rodríguez Zapatero debe limitarse a cumplir en sus propios términos las previsiones constitucionales sobre las cooperación positiva del Estado con la Iglesia, mencionada específicamente por razones cuya evidencia no necesita mayor justificación a la vista de su propia capacidad de convocatoria.
La Familia es el núcleo moral de la sociedad y aparece reiteradamente, según todas las encuestas, como la institución más valorada por los españoles. En el fondo, es el mejor ejemplo de los valores positivos del amor y la ayuda mutua frente al egoísmo y el materialismo que algunos pretenden promover. No es extraño que esta institución se haya convertido en el objetivo a batir por los grupos más extremistas y radicales de la izquierda. Sin embargo, tales pretensiones chocan una y otra vez contra la fuerza moral que deriva de una concepción sustentada en valores morales y religiosos, siempre dispuestos a crecerse ante la adversidad. Hay muchas y poderosas razones para que hoy se produzca una asistencia masiva a los actos de la Plaza de Colón, en esta conmemoración familiar que tiene vocación de institucionalizarse como expresión de un sentimiento generalizado.
Editorial ABC
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