Entre los muchos argumentos con que los aparatos de propaganda de la Comintern y organismos sucesores doraron la píldora de la superioridad moral de la izquierda ocupa un lugar preponderante el de la excepcionalidad de la guerra civil española, la más bestia, la más injusta, la más fratricida, la más. Desatada por el fascismo y librada por el pueblo republicano, desde luego.
Permítaseme bajar por un momento a tierra. Bajar a tierra significa, en este caso, comparar. Con otras dos o tres guerras, bien conocidas por todo el mundo, pero que, hasta ahora, han eludido el cotejo con la española.
La guerra civil americana, mal llamada "de secesión" (fue una guerra contra la secesión de los estados del sur), de 1861-1865, fue bastante más bestia: dejó un millón de bajas, 600.000 muertos y 400.000 mutilados. Además, se libró en condiciones infinitamente peores que la española. Ciertamente, fue la única guerra civil en sentido estricto de nuestra época: no intervino en ella ninguna potencia extranjera. En España sí intervinieron potencias extranjeras: Alemania e Italia por el bando nacional, y la Unión Soviética por el republicano. Alemania y la URSS no sólo intervinieron con hombres y armas, sino que tomaron parte en la dirección de la contienda; y, hacia el final de la misma, la República estaba casi íntegramente controlada por los rusos.
Entre 1940 y 1944 se libró en el interior de la Francia ocupada (y en África) una guerra civil de la que nadie parece tener noticia. De hecho, si se pregunta por ahí, los más informados hablan de la resistencia francesa ante el invasor alemán, de la participación de los españoles (por cierto, muy notable y heroica) en esa lucha, y de los colaboracionistas como de unos cuantos rendidos ante Pétain y la Gestapo, cuando la verdad es que no pocos franceses se mataron entre ellos o se dejaron matar en nombre de alguno de los bandos. Para no extenderme sobre el asunto, remito a la nota preliminar introducción a la obra del gran historiador Lucien Febvre Honor y patria, publicada en español por Siglo XXI, donde alude al "doble destino de los hijos de la Henriette Psichari, secretaria de la Enciclopedia Francesa; uno, oficial de marina, murió delante de Orán el 8 de noviembre de 1942, durante el desembarco de las tropas americanas, y el otro, oficial de carrera, siguió a la columna Leclerc luego del llamado del 18 de junio de 1940". Parece una historia española.
Permítaseme bajar por un momento a tierra. Bajar a tierra significa, en este caso, comparar. Con otras dos o tres guerras, bien conocidas por todo el mundo, pero que, hasta ahora, han eludido el cotejo con la española.
La guerra civil americana, mal llamada "de secesión" (fue una guerra contra la secesión de los estados del sur), de 1861-1865, fue bastante más bestia: dejó un millón de bajas, 600.000 muertos y 400.000 mutilados. Además, se libró en condiciones infinitamente peores que la española. Ciertamente, fue la única guerra civil en sentido estricto de nuestra época: no intervino en ella ninguna potencia extranjera. En España sí intervinieron potencias extranjeras: Alemania e Italia por el bando nacional, y la Unión Soviética por el republicano. Alemania y la URSS no sólo intervinieron con hombres y armas, sino que tomaron parte en la dirección de la contienda; y, hacia el final de la misma, la República estaba casi íntegramente controlada por los rusos.
Entre 1940 y 1944 se libró en el interior de la Francia ocupada (y en África) una guerra civil de la que nadie parece tener noticia. De hecho, si se pregunta por ahí, los más informados hablan de la resistencia francesa ante el invasor alemán, de la participación de los españoles (por cierto, muy notable y heroica) en esa lucha, y de los colaboracionistas como de unos cuantos rendidos ante Pétain y la Gestapo, cuando la verdad es que no pocos franceses se mataron entre ellos o se dejaron matar en nombre de alguno de los bandos. Para no extenderme sobre el asunto, remito a la nota preliminar introducción a la obra del gran historiador Lucien Febvre Honor y patria, publicada en español por Siglo XXI, donde alude al "doble destino de los hijos de la Henriette Psichari, secretaria de la Enciclopedia Francesa; uno, oficial de marina, murió delante de Orán el 8 de noviembre de 1942, durante el desembarco de las tropas americanas, y el otro, oficial de carrera, siguió a la columna Leclerc luego del llamado del 18 de junio de 1940". Parece una historia española.
También en Italia, antes y durante la Guerra Mundial, se libró una guerra civil entre fascistas y partisanos, predominantemente comunistas.
La guerra de Vietnam ha pasado a la memoria colectiva como un enfrentamiento entre los vietnamitas y los americanos. En realidad, fue una guerra civil en la cual la participación extranjera fue más notable en términos de presencia física que en la guerra española. Del conflicto entre el Sur católico y dictatorial y el Norte comunista y dictatorial se pasó, tras la intervención directa de los Estados Unidos a favor del Sur, a un episodio de la Guerra Fría en el que China y la URSS financiaron al Norte sin comprometer su propia carne de cañón. Supongo que, a estas alturas, ninguno de mis lectores seguirá creyendo en la leyenda de la derrota del ejército americano por medio de ingeniosos artilugios selváticos de redes y cañas de bambú: el Vietcong poseía avanzada tecnología y un buen número de asesores chinos y soviéticos con posgrados en tortura y difusión de drogas.
El modelo propagandístico comunista instaurado en/con la guerra civil española funcionó en Vietnam de tal modo que sólo se recuerda la participación americana y casi nadie menciona a chinos ni a soviéticos.
Cuando el presidente Nixon, en un alarde de sentido común, decidió la retirada, la guerra civil, ya inextricablemente ligada al narcotráfico, se prolongó en Camboya: el heroico Vietcong encontró un adecuado sucesor en los jémeres de Pol Pot. Como el tipo era indefendible, se lo desvinculó de los mártires vietnamitas con éxito.
En el Irak de hoy se está librando una guerra civil en presencia de un considerable número de soldados extranjeros. Una guerra civil con unos cuantos frentes sectoriales: suníes contra chiíes, árabes contra kurdos, kurdos suníes contra kurdos chiíes, todos contra los cristianos caldeos, cada uno a su manera; judíos ya no quedan, porque los que sobrevivieron a Saddam están en Israel. No obstante, la imagen proporcionada por la prensa es la de una población que odia a los americanos y que, encima, pobrecita, soporta el azote del terrorismo. La guerra civil palestina, entre palestinos, ha dejado ya muchos más muertos que el total de los enfrentamientos de los palestinos con los israelíes. Pero oficialmente no existe tal cosa.
En Yugoslavia no hubo más guerra civil que la que desató Alemania, con la inestimable colaboración de Felipe González y el siniestro Javier Solana (ese al que, de tanto en tanto, alguien propone como solución de consenso para todos los males de España), para independizar Croacia y Eslovenia, devolviendo el registro cartográfico de la región a 1914. Sin embargo, la guerra de Yugoslavia es registrada en la prensa como una guerra civil.
Cuando se puede aplicar, pues, el modelo español, se decreta guerra civil. Cuando no, se elude la expresión. Tan fuerte es el peso del agit prop todavía hoy.
La verdad es que la guerra civil española no es la más bestia, ni la más heroica, ni la más injusta, ni siquiera la más prolongada, por mucho que quieran prolongarla todos los socialistas que en el mundo son, de Negrín a Zapatero. La prolongan porque, si no, vuelven a perderla: se la agita para que no se la pueda pensar, para que no se pueda pensar la República con un mínimo de seriedad y conciencia. Porque si se les acaba la excepcionalidad de la Guerra Civil, se va al diablo la superioridad moral de la izquierda, que aún resiste.
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