Con la rasca que está cayendo últimamente, que congela los tuétanos y abrasa las gargantas, no es de extrañar que el coro de gaznápiros que entona sin cesar la letanía de Guantánamo se haya quedado afónico y no sea capaz de articular palabra ahora que la guantanemera, guajira, guantanamera, les ha cogido con el pie cambiado. La afonía moral es, parafraseando a Lenin, la enfermedad senil del izquierdismo de salón y de la progresía orgánica. Unas veces se callan como putas ante los desafueros más sangrantes y otras se empeñan en hacer sangre a cualquier precio a fin de putear al adversario. Hoy, por ejemplo, toca cerrar el pico y envainarse la lengua en salva sea la parte. Se achantan los sochantres del gorigori volandero y entre ellos no hay nadie que levante la voz —o que garabatee a vuela pluma un manifiesto gallináceo— porque a Oswaldo Payá, preso en el Gran Guantánamo de los hermanos Castro, se le corten las alas. Hoy, Oswaldo Payá debería encontrarse en Estrasburgo asistiendo a la entrega del Premio Sajarov en el «sancta santorum» europarlamentario. Un galardón, el Sajarov, que, como saben, distingue a quienes han consagrado su existencia a propagar la libertad y se han jugado el pellejo de verdad —no de boquilla y tampoco de bocaza— defendiendo la dignidad del individuo y los derechos humanos más elementales. Esos mismos derechos que —¡oh casualidad!— la vicepresidenta Fernández de la Vega ha presentado solemnemente en Nueva York en versión corregida y ampliada. Es una lástima que la señora De la Vega, aprovechando que la ocasión la pintan calva (o calva, o Barceló; depende de que sea un calvero o un calvario), no los haya ampliado lo bastante y su benéfica influencia no se deje sentir las siniestras covachuelas de los torturadores de La Habana. Aunque ni que decir tiene que, para conseguir algo, lo primero que hay que hacer es intentarlo y todas la intentonas de Rodríguez Zapatero han ido dirigidas en dirección contraria.
En cualquier caso, Oswaldo Payá —que preconiza un tránsito sereno desde la pesadilla del castrismo al sueño democrático— no acudirá a Estrasburgo porque en el régimen penal que rige el Gran Guantánamo no existe el tercer grado ni la prisión atenuada. Los celadores no entienden de derechos y, menos aún, de humanidades. Son, sin embargo, especialistas en fomentar la mezquindad, descerrajar las almas, allanar la virtud y ahormar las voluntades. Aquéllos que se resignan sobreviven en las hoscas trincheras de la insignificancia. Los que no se conforman son carne de cañón y algunos, los más ilustres o los más afortunados, llegan a ser servidos de plato principal en los banquetes diplomáticos. No todo es miseria, por supuesto; no vayan a acusarnos de cargar la mano. Hay gente que medra y que, a pesar de los pesares, consigue sentar plaza de verdugo o, en su defecto, de canalla. «¡Con la Revolución, todo; contra la Revolución, nada!». La celebérrima sentencia con la que El Comandante (o sea, el coma-andante) les leyó la cartilla a los intelectuales sigue vigente todavía, cuando ya todo es miedo, cuando ya todo es nada. «Tengo miedo», le dijo Piñeira entonces en sus mitificadas barbas. Y le jodieron la vida por miedoso, por «mariconsón», por descarado. El miedo es libre, claro. Se puede añadir, incluso, y por redondear la frase, que es lo único libre que hay en el Gran Guantánamo.
En cualquier caso, Oswaldo Payá —que preconiza un tránsito sereno desde la pesadilla del castrismo al sueño democrático— no acudirá a Estrasburgo porque en el régimen penal que rige el Gran Guantánamo no existe el tercer grado ni la prisión atenuada. Los celadores no entienden de derechos y, menos aún, de humanidades. Son, sin embargo, especialistas en fomentar la mezquindad, descerrajar las almas, allanar la virtud y ahormar las voluntades. Aquéllos que se resignan sobreviven en las hoscas trincheras de la insignificancia. Los que no se conforman son carne de cañón y algunos, los más ilustres o los más afortunados, llegan a ser servidos de plato principal en los banquetes diplomáticos. No todo es miseria, por supuesto; no vayan a acusarnos de cargar la mano. Hay gente que medra y que, a pesar de los pesares, consigue sentar plaza de verdugo o, en su defecto, de canalla. «¡Con la Revolución, todo; contra la Revolución, nada!». La celebérrima sentencia con la que El Comandante (o sea, el coma-andante) les leyó la cartilla a los intelectuales sigue vigente todavía, cuando ya todo es miedo, cuando ya todo es nada. «Tengo miedo», le dijo Piñeira entonces en sus mitificadas barbas. Y le jodieron la vida por miedoso, por «mariconsón», por descarado. El miedo es libre, claro. Se puede añadir, incluso, y por redondear la frase, que es lo único libre que hay en el Gran Guantánamo.
Al coro de gaznápiros que callan como putas luego de haber graznado como gansos, a los tenores huecos que denunció Machado, al mísero orfeón de los afónicos morales, el que Oswaldo Payá —un disidente que escribe en ABC ¿y si es un reaccionario?— no pueda estar hoy en Estrasburgo participando en las celebraciones del Premio Sajarov, les parecerá, quizás, un problemilla ínfimo, una insignificancia. Un asunto menor, igual que lo del AVE. El Parlamento Europeo tiene la palabra. Y habrá que ver si considera trascendente el que una tiranía apolillada se atreva a echarle un pulso y, encima, se lo gane. Guantanamera, guajira, guantanamera. ¡¡¡Azúuucar!!!! Que no decaiga.
Tomás Cuesta
www.abc.es
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