La declaración de derechos humanos adoptada hace 60 años fue clave precisamente por su condición de universal. Una idea articulada en Europa en origen pasaba a ser propiedad de todos, en todas partes. Guiada por este principio, Europa ha intentado en los últimos años poner los derechos humanos en el corazón de su política exterior. Pero la extensión de los derechos humanos en el mundo flaquea, a pesar de los esfuerzos europeos.
Nuevas potencias como Rusia y China han florecido en este tiempo incluso a pesar de que reprimen las libertades individuales. Y los socios comunitarios no han encontrado la manera de convertir sus lazos con estos países en mecanismos de presión en materia de libertades. Es China la que castiga a la UE cuando el presidente francés se reúne con el Dalai Lama, y no Europa la que utiliza su influencia para empujar a China hacia el reconocimiento de los derechos del pueblo tibetano. Un reciente informe del European Council on Foreign Relations muestra que las naciones europeas han perdido posiciones en su defensa de los derechos humanos en Naciones Unidas. A pesar de algunas victorias en temas como la pena de muerte, Europa es cada vez menos capaz de construir coaliciones de voluntarios sobre resoluciones en derechos humanos de lo que era hace diez años. Los casos de Zimbabue, Birmania y Darfur muestran la debilidad del sistema internacional.
El debate global sobre derechos humanos se ha politizado. Los bloques regionales del mundo islámico, África e incluso Iberoamérica niegan cada vez más la naturaleza universal de los derechos humanos, caracterizándolos como una propiedad del mundo desarrollado. El reto para Europa es trabajar en contra de esta tendencia sin que parezca que confirma de manera perversa que los derechos universales son un valor «europeo».
Una forma de hacerlo es asegurarse de que los estados miembros no establecen una línea de separación entre los derechos humanos en el extranjero y en casa. El final de la Administración Bush, cuya «guerra contra el terrorismo» ha puesto a Europa en una postura muy incómoda, debería ayudar. Europa necesita desarrollar una idea de los derechos humanos como un interés legítimo, junto a sus otros intereses de política exterior.
Anthony Dworkin
www.abc.es
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