En ese exabrupto carpetovetónico del alcalde de Getafe subyace un fondo de sincera e irritada perplejidad que debería hacer reflexionar a la derecha; pero la derecha prefiere rasgarse las vestiduras y hacer aspavientos de escándalo, en lugar de afrontar la cruda verdad. El alcalde de Getafe llama «tontos de los cojones» a los españoles que, con contumacia incorregible, aún se atreven a votar a la derecha, desafiando los patrones de juicio establecidos en el Matrix progre. Si yo fuera un dirigente socialista reaccionaría con idéntica perplejidad: ¿cómo es posible que aún haya recalcitrantes que voten a la derecha, si los clichés ideológicos comúnmente aceptados establecen que ser de derechas constituye un baldón insoportable?
La propaganda de la izquierda ha conseguido catequizar al pueblo (pero los agentes del Matrix progre nunca dicen «pueblo», sino «ciudadanía», palabra que designa a una masa amorfa que comulga las mismas ruedas de molino) mediante el riego por aspersión de clichés ideológicos que han sido aceptados como dogmas de fe. Así, por ejemplo, la propaganda de la izquierda ha logrado que asumamos sin empacho que la Guerra Civil fue una pelea entre buenos y malos; donde los buenos eran los abuelos de los socialistas y los malos los abuelos de una derecha a la que convendría rodear con un «cordón sanitario». Esta visión de tebeo se enseña en las escuelas, se consagra jurídicamente, se convierte en patrón de juicio inapelable; y se logra que los españoles que cuentan con algún antepasado que batalló en el bando de los malos (o sea, casi todos los españoles) agachen la cabeza y acepten la humillación, a cambio de un salvoconducto que les permita sobrevivir en el Matrix progre. ¿Cómo no va a sorprender que, una vez culminado este esfuerzo de ingeniería social, aún haya «tontos de los cojones» que voten a la derecha? Y el método que se aplica para tergiversar el pasado se utiliza también para oscurecer las calamidades del presente: mientras el paro galopa hacia finisterres nunca alcanzados, los liberados sindicales corren a gorrazos al consejero Güemes, cuyo delito consiste en inaugurar hospitales; y mañana se entretendrán corriendo a gorrazos a quien inaugure escuelas. Actividades ambas muy reaccionarias, pues en los hospitales que inaugura la derecha no se practican abortos con el ardor que se exige en el Matrix progre; y en las escuelas que inaugura la derecha no se imparte la Educación para la Ciudadanía con el entusiasmo debido.
La izquierda ha conseguido imponer unos clichés ideológicos que actúan como una suerte de napalm arrasador sobre la inteligencia; y, sobre todo, ha conseguido que tales clichés se eleven a la categoría de verdades inatacables, incluso entre la propia derecha, que se ha resignado a jugar una partida en la que el adversario elige campo y determina las reglas de juego. Quienes se atreven a refutar, o siquiera a cuestionar, tales clichés son de inmediato demonizados, expulsados a las tinieblas exteriores, condenados a la soledad del apestado o del friki. Y los representantes políticos de la derecha, para esquivar tan cruel destino, han de esforzarse penosamente por evitar que su adscripción resulte notoria, adoptando posturas acomplejaditas en asuntos medulares en los que su adversario ha sentado cátedra, aceptando compungidamente la superioridad cultural de la izquierda, etcétera.
Así, el exabrupto carpetovetónico del alcalde de Getafe adquiere una resonancia de mucho mayor alcance que la que los representantes de la derecha han querido atribuirle, tal vez por acallar su mala conciencia. Pues lo que el alcalde de Getafe ha querido en el fondo decir es lo siguiente: «Si los representantes de la derecha aceptan, por tibieza o complejo, los clichés ideológicos que la izquierda ha establecido como fundamentos del Matrix progre y se resignan a jugar una partida en la que las reglas del juego y el campo lo determina la izquierda; si, en definitiva, los representantes políticos de la derecha no tienen agallas para proponer una revisión radical del orden en el que los clichés ideológicos de la izquierda han encontrado arraigo, ¿por qué todavía hay tontos de los cojones que se empeñan en seguir votándolos?». Y hemos de convenir que, en efecto, hay que ser un tonto de los cojones para hacerlo.
Juan Manuel de Prada
www.juanmanueldeprada.com
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