Cuando, a finales del siglo XIX, Gustave Courbet escribió al secretario de Bellas Artes para negarse a aceptar la Legión de Honor (carta ejemplar, que debería estudiarse en los colegios, en lugar de esa imbecilidad de "Educación para la Cobardía"), también le escribió a su amigo Maurice Utrillo, el pintor español de Montmartre: "Supongo que sabes que he rechazado la Legión de Honor". Utrillo le contestó: "Lo importante no es rehusar la Legión de Honor; lo importante es no merecerla".
Recordaba esta anécdota de ese París, cuando aún era París, leyendo el sábado 29 de noviembre el artículo de Antonio Elorza "De Granada a Bombay". Porque, desde luego, cabe preguntarse qué hacía él en esa reunión de la Alianza de Civilizaciones, auspiciada por la Comisión Europea y Moratinos. ¿Por qué le invitaron, y cómo es que fue? No me creo, en absoluto, que se encontrara allí, por sorpresa, en ese marco de intolerancia, encerrado en una trampa; algo o mucho debía de saber de antemano sobre esa gigantesca operación de islamización paulatina de Europa, y de España muy particularmente, que tantos poderes prácticos favorecen, para evitar la guerra. Ésa es, al menos, su coartada implícita e imbécil.
Pues "el crimen fue en Granada"; y, por los motivos que fueran –le gustaba la secretaria, de gusta Granada, le gustan las legiones de honor–, el caso es que Elorza salió indignado, lo cual, a fin de cuentas, es lo más importante.
Curándose en salud, afirma en su artículo "la necesidad del diálogo". No es una idea que me escandalice, al revés, pero diálogo significa intercambio, debate, y hasta confrontación, y eso, como él mismo demuestra, fue imposible en Granada, y por mi cuenta añado que era sabido, tratándose de integristas, que no discuten con infieles: los degüellan, cuando pueden. Por los año 30 del pasado siglo se habló mucho del necesario diálogo con Hitler, y en Múnich se dialogó por los codos. Se me dirá que nada tiene que ver, y es cierto, pero por la sencilla razón de que Hitler se suicidó en 1945, habiendo perdido la guerra. Hoy, los que nos estamos suicidando somos nosotros.
Nos cuenta, y parece sorprenderse, que los musulmanes eran mayoritarios y con voz cantante en la encerrona de Granada, y que el enviado de la Alianza de Civilizaciones, señor Kattan (¿turco?), consideró un éxito de dicha alianza las respuestas aireadas a las famosas caricaturas danesas, y que un profesor de Beirut, Armez Maluz, afirmó que la verdadera preocupación de todos debería ser el odio europeo al islam, y que era un escándalo que Europa apoyara al Estado judío, "cuya Constitución es la Tora". "(Sic)", pone Elorza, quien me resulta bastante ingenuo, pues parece no entender que para esos islamistas –los presentes en Granada y los demás– los judíos, Israel, el sionismo constituyen el mal absoluto, y sólo se merecen la solución final. Y se extraña de que cuando él, con toda razón y bastante valentía en ese contexto, denuncia el radical antisemitismo, oficial y privado, en los países musulmanes, y hasta pone el ejemplo del profesor Redeker en Francia (que ya denuncié en su día), los amigos y colaboradores islamistas integristas de Moratinos en la Alianza de Civilizaciones no oigan ni les importe un comino, porque se sienten orgullosos de ser antisemitas.
Recordaba esta anécdota de ese París, cuando aún era París, leyendo el sábado 29 de noviembre el artículo de Antonio Elorza "De Granada a Bombay". Porque, desde luego, cabe preguntarse qué hacía él en esa reunión de la Alianza de Civilizaciones, auspiciada por la Comisión Europea y Moratinos. ¿Por qué le invitaron, y cómo es que fue? No me creo, en absoluto, que se encontrara allí, por sorpresa, en ese marco de intolerancia, encerrado en una trampa; algo o mucho debía de saber de antemano sobre esa gigantesca operación de islamización paulatina de Europa, y de España muy particularmente, que tantos poderes prácticos favorecen, para evitar la guerra. Ésa es, al menos, su coartada implícita e imbécil.
Pues "el crimen fue en Granada"; y, por los motivos que fueran –le gustaba la secretaria, de gusta Granada, le gustan las legiones de honor–, el caso es que Elorza salió indignado, lo cual, a fin de cuentas, es lo más importante.
Curándose en salud, afirma en su artículo "la necesidad del diálogo". No es una idea que me escandalice, al revés, pero diálogo significa intercambio, debate, y hasta confrontación, y eso, como él mismo demuestra, fue imposible en Granada, y por mi cuenta añado que era sabido, tratándose de integristas, que no discuten con infieles: los degüellan, cuando pueden. Por los año 30 del pasado siglo se habló mucho del necesario diálogo con Hitler, y en Múnich se dialogó por los codos. Se me dirá que nada tiene que ver, y es cierto, pero por la sencilla razón de que Hitler se suicidó en 1945, habiendo perdido la guerra. Hoy, los que nos estamos suicidando somos nosotros.
Nos cuenta, y parece sorprenderse, que los musulmanes eran mayoritarios y con voz cantante en la encerrona de Granada, y que el enviado de la Alianza de Civilizaciones, señor Kattan (¿turco?), consideró un éxito de dicha alianza las respuestas aireadas a las famosas caricaturas danesas, y que un profesor de Beirut, Armez Maluz, afirmó que la verdadera preocupación de todos debería ser el odio europeo al islam, y que era un escándalo que Europa apoyara al Estado judío, "cuya Constitución es la Tora". "(Sic)", pone Elorza, quien me resulta bastante ingenuo, pues parece no entender que para esos islamistas –los presentes en Granada y los demás– los judíos, Israel, el sionismo constituyen el mal absoluto, y sólo se merecen la solución final. Y se extraña de que cuando él, con toda razón y bastante valentía en ese contexto, denuncia el radical antisemitismo, oficial y privado, en los países musulmanes, y hasta pone el ejemplo del profesor Redeker en Francia (que ya denuncié en su día), los amigos y colaboradores islamistas integristas de Moratinos en la Alianza de Civilizaciones no oigan ni les importe un comino, porque se sienten orgullosos de ser antisemitas.
En esas condiciones, quién, salvo Elorza, puede extrañarse de que sus señorías musulmanas nieguen que exista un terrorismo islámico, que Hamás o Hezbolá sean organizaciones terroristas: son organizaciones patrióticas, sin duda, Etcétera. Negaron incluso que el asesinato de Anuar el Sadat, presidente de Egipto, fuera un acto terrorista de los Hermanos Musulmanes, sino un "ajusticiamiento" debido a su "política represiva". Cuando además sabemos que amplios sectores de la extrema izquierda europea –como de la derecha– comparten muchas de estas opiniones, y se gargarizan todas las mañanas con "la heroica lucha del pueblo palestino" y la lucha de "los árabes" en general. Yo no estoy en absoluto convencido de que Rajoy, si un día gana las elecciones, disuelva la alianza de civilizaciones, o al menos cambie radicalmente sus métodos y su contenido.
Pero como no se pueden pedir peras al olmo, no se le puede pedir a Elorza exagerada lucidez y valentía, y es así que, además de reafirmar la necesidad del diálogo, pero no romper del todo con el derrotismo de izquierdas, afirma que su denuncia del antisemitismo es "cosa bien distinta de la condena de la política israelí". Y de pronto aparece Moratinos, y la izquierda tradicional, en esa condena de Israel. El niño patalea, pero no sale de la familia. Por cierto, no nos dice si se habló en Granada de la condena de Israel, pero seguro que si se abordó el tema, hubo dialogo, y hasta consenso.
Pues no contéis conmigo para condenar a Israel, el único país democrático de la región, y uno de los más democráticos del mundo –mucho más que España, desde luego–. Y eso pese a 60 años de cerco islamista, de agresiones constantes, de guerras sin fin. ¿Cuántos cientos de millones de musulmanes hostiles rodean y acosan a ese diminuto país de refugiados, cuya historia, leyenda y tradición son inmensas? No sólo me niego a condenar a Israel, sino que me preocupa su destino, en los momentos actuales, con esa nueva ofensiva del islam radical, en Bombay, en Pakistán, en África, en Irán, y hasta en Granada, que tiene una tal peligrosidad, que el grotesco paripé integrista de la ciudad andaluza no pasa de ser un cenicero lleno de colillas, o un retrete lleno de mierda. Eso no mata.
Todos los jefes de estado del mundo democrático han viajado a Jerusalén y declarado que apoyarán a Israel, pero a condición que acepte un "estado palestino". Muchos dirigentes israelíes lo han aceptado, pero lo que nadie dice, tampoco Elorza, es que quienes no quieren un estado palestino coexistiendo con Israel son los islamistas. Dicho a vuelapluma, porque todo ese intríngulis es muy complejo, la verdad es que cuando, tras la muerte del terrorista Arafat, se iniciaron negociaciones entre Israel y la nueva Autoridad Palestina, de pronto surgió Hamas, para joder la marrana. Y así ocurre siempre.
La situación actual se complica con la victoria de Obama en EEUU y el hecho de que Israel se encuentra en pleno proceso electoral. Dicho sea de paso, yo espero que triunfe Tzipi Livni, esa mujer admirable, pero nunca se sabe. Miraba anoche la cadena de televisión israelí en francés, y una columnista, cuyo nombre no recuerdo, se declaraba relativamente optimista. Dijo que, evidentemente, la situación sería más difícil que con Condoleezza Rice y George W. Bush, firmes aliados de Israel, pero opinaba que no sería catastrófica con Hillary Clinton y Obama. Decía: "Creo que podremos dialogar". Lo cual debería encantar a Elorza, tan propenso, como tantos, al diálogo.
Algunos podrán pensar que me he ido de Granada a los cerros de Úbeda; pues no es así, porque el antisemitismo, Israel, el terrorismo islámico, la democracia, la civilización o la barbarie forman parte de la misma guerra. Guerra que estamos perdiendo, pero que podríamos ganar.
Carlos Semprún Maura
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