Alguien de quien afirman sin atisbo de duda que es periodista ha lanzado sus zapatos contra el presidente Bush y lo ha insultado. Inmensa hazaña. Y las crónicas siguen contando -y dando por bueno- que el que fuera abogado de Sadam Husein asegura que ya son más de cien los abogados que se ofrecen voluntarios a defenderlo. No había fuente más creíble que el letrado de Sadam para propagar esa supuesta noticia. Pero lo importante es darla por buena. Eso sí, nadie ha preguntado al mismo letrado que tanto se citaba ayer por doquier qué tiene que decir sobre los familiares del agresor de Bush a los que su finado cliente torturó hasta la muerte. En nuestra mejor tradición, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. La máxima de que George Bush deja a su sucesor el mayor caos internacional que pudiera imaginarse debe respaldarse. Aunque sea dando categoría de héroe universal a un pobre hombre.
Porque para que la máxima sea válida hay que evitar que se recuerde qué escenario heredó el presidente Bush. Un escenario en el que se estaba gestando el 11-S desde mucho antes de que él llegara a la Casa Blanca ocho meses atrás. Un Oriente Medio en el que los acuerdos de Camp David habían fracasado dando paso a la segunda intifada, las bombas en las pizzerías de Israel y el bombardeo de la Iglesia de la Natividad. Y con Yasser Arafat en el poder y esquilmando los fondos dirigidos a su pueblo. Ocho años después hemos tenido en Belén una conferencia para reconstruir Palestina convocada por el primer ministro palestino Salam Fayad -con ayuda de Israel- y la conferencia de Annapolis. Se ha logrado la salida de la dictadura siria del Líbano después de treinta años de ocupación, y el retorno de un sistema democrático -y amenazado- a Beirut. Y en el país del egregio zapatazo, hace ocho años gobernaba un Sadam asesino y todopoderoso, amenaza permanente de cada uno de sus vecinos. Hoy lo ha sustituido una democracia multiconfesional y multiétnica que no parece amenazar a nadie. Pero ya saben ustedes que eso da exactamente igual. Lo importante es gritar «¡Viva el zapatazo!». Grande.
Ramón Pérez-Maura
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