domingo, 28 de dezembro de 2008

El joven Fidel: un carismático pistolero

AFP - Castro, dcha, y Camilo Cienfuegos, vestidos con el uniforme del equipo de béisbol «Barbudos» poco después del triunfo revolucionario.

¿Quién era Fidel Castro? Era un abogado joven, violento y carismático, acusado a fines de los años cuarenta de crímenes políticos e intentos de asesinato en la etapa democrática de Cuba, aunque nunca lo condenaron en los tribunales. Se sabía que era confusamente radical y audaz, que poseía una gran capacidad de intimidación frente a partidarios y adversarios, de manera que impuso su liderazgo y se convirtió en la cabeza más visible de una oposición dividida en varios grupos y dos estrategias: los electoralistas, que deseaban salir de Batista por la vía política, y los insurreccionalistas, que pretendían sacarlo a tiros del poder. Fidel acabó imponiendo la línea dura: la lucha armada como única estrategia válida y patriótica.

No obstante, el golpe definitivo contra Batista -como le había ocurrido a Machado en 1933- fue la pérdida del apoyo de Estados Unidos. En abril de 1958, el gobierno republicano de Ike Eisenhower, presionado por una hábil campaña de los exiliados cubanos, decretó un embargo de armas al gobierno de Batista para obligarlo a buscar una solución política a la guerra desatada en el país.

Pero las consecuencias de ese embargo norteamericano de armas fueron otras: en lugar de precipitar una salida pacífica al conflicto, Washington provocó o aceleró el triunfo de los insurrectos. Los jefes de las Fuerzas Armadas interpretaron, correctamente, que Batista había perdido el favor de «los americanos» y dieron por sentado que era un régimen condenado a muerte, así que surgieron conspiraciones y comenzaron a establecer relaciones secretas con Fidel Castro. Batista lo supo y, convencido de que estaba rodeado de traidores, decidió escapar de Cuba exactamente como había hecho el general Machado en 1933 y por más o menos las mismas razones. Cuando huyó del país, el 90 por ciento de las fuerzas armadas y el 95 por ciento del territorio teóricamente seguían bajo su control. Pero él y su gobierno estaban profunda e irremediablemente desmoralizados. Por eso perdieron el poder.

El caudillo se quita la careta

Una vez ocupada la casa de gobierno, el verdadero Fidel Castro comenzó a mostrarse a los cubanos y al mundo. Supuestamente, la revolución se había llevado a cabo para restaurar la democracia y las libertades individuales garantizadas en la Constitución de 1940 y conculcadas por Batista. Pero el hombre que había asegurado varias veces que no era comunista, muy rápidamente, en apenas dos años, comenzó a confiscar las empresas privadas nacionales y extranjeras, se acercó a los soviéticos, atacó a Estados Unidos con gran vehemencia, nacionalizó sin compensación las propiedades de las compañías nacionales y extranjeras, muchas de ellas pertenecientes a norteamericanos y españoles, se apoderó de los medios de comunicación y estableció un gobierno de partido único.

¿Por qué lo hizo? Fundamentalmente, porque desde sus años universitarios Fidel Castro había desarrollado simpatías por las ideas comunistas y un odio sin límites contra Estados Unidos. Esa tendencia se había reforzado a partir de su contacto en México en 1956 con el argentino Ernesto Guevara, conocido como el Che, también de convicciones comunistas, doctrinariamente mejor formado que Fidel en el marxismo, y los dos, además, recibían el aliento de Raúl Castro, hermano menor de Fidel, afiliado a las juventudes comunistas cubanas desde 1953, aunque sin demasiado interés en las cuestiones teóricas del marxismo.

En la órbita soviética

¿Cómo Fidel Castro y un puñado de seguidores fanáticos pudieron llevar a los cubanos a una dictadura marxista-leninista y colocar al país en la órbita soviética, si los comunistas apenas tenían simpatías en la sociedad y jamás alcanzaron el cinco por ciento de apoyo electoral? Eso pudo ocurrir porque los cubanos, en general, aunque distaban mucho de tener simpatías por los comunistas, tampoco sentían mucho respeto por las instituciones republicanas, tal vez porque la clase política tradicional, a su vez, había dado muestras de muy poco respeto por el imperio de la ley.

Algunos esperaban a un Mesías

Los cubanos, en suma, se llamaban revolucionarios con un tinte de orgullo, y esperaban ansiosamente a que un líder bien intencionado, rodeado de otros como él, estableciera en el país el reino de la justicia y la equidad. Ese Mesías era Fidel Castro y sus apóstoles eran los barbudos que lo obedecían, de manera que una buena parte de la sociedad se entregó en sus manos sin medir las consecuencias de ese acto de fe ciega en el caudillo venerado.

Naturalmente, en los primeros años hubo una gran resistencia popular a la entronización del comunismo en Cuba, con alzamientos campesinos generalmente protagonizados por guerrilleros que habían luchado contra Batista, y una invasión de exiliados en abril de 1961 auspiciada por el gobierno norteamericano (unos 1.500 hombres que desembarcaron por Bahía de Cochinos y fueron derrotados en 48 horas), pero Fidel Castro, a base de mano dura, leyes draconianas, numerosos fusilamientos, una gran determinación y mucho armamento soviético, logró sortear todos esos obstáculos iniciales, se apoderó del aparato productivo, encarceló o puso en fuga a la mayor parte de sus adversarios, consiguió liquidar a la oposición y consolidó la dictadura. A mediados de la década de los setenta, casi veinte años después del triunfo revolucionario, todavía había en la cárcel unos 40.000 presos políticos, se habían llevado a cabo unos 7.000 fusilamientos y más de un millón de personas se habían exiliado.

Consolidación en la guerra fría

Por supuesto, nada de esto hubiera sido posible sin la oportuna ayuda soviética. Moscú vio en la revolución cubana una oportunidad de conseguir un aliado situado a pocos kilómetros de Estados Unidos, lo que le daba una gran fuerza dentro de los esquemas de la guerra fría, así que, además de armar y adiestrar a las Fuerzas Armadas cubanas, a partir de mediados de 1961 comenzó a desplegar en la isla unos cuarenta mil soldados y oficiales soviéticos, mientras colocaba sigilosamente misiles atómicos capaces de destruir en pocos minutos las principales ciudades norteamericanas.

Carlos Alberto Montaner

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