sábado, 31 de janeiro de 2009

Izquierda y Cuba: como progres en Semana Santa

"Socialismo para los cubanos y libertad para mí" es su divisa.

La izquierda selecciona cuidadosamente las causas a las que presta su apoyo, lo que no impide que, cuando se pone a denunciar, acuse de los más graves pecados sectarios a los que no se suman a sus algaradas. Ya vimos el calificativo que merecían a una escritora señera todos aquellos que no acudimos a gritar asesino a Aznar, un exabrupto zafio que retrata muy bien la tolerancia que suele utilizar la izquierda en sus debates filosóficos.

Pero a pesar de la farfolla argumental con que adorna su discurso, la izquierda no se ha manifestado jamás contra la injusticia, la opresión o la tiranía como fenómenos intrínsecamente nocivos para la convivencia. Lo ha hecho, lo hace y lo hará, únicamente, si los autores de la villanía están incluidos en su catálogo particular de enemigos de la humanidad, a saber: el capitalismo, Norteamérica o Israel. Fuera de este trinomio el progresismo no se considera interpelado a pronunciarse.

En el caso concreto de la dictadura cubana, los progres no sólo no protestan contra la vileza de un régimen que mantiene en la miseria a todo un país y a miles de ciudadanos sufriendo tortura y cárcel por manifestar sus discrepancias contra el partido comunista, sino que les parece muy bien este estado de cosas a juzgar por el entusiasmo con que tratan la figura de Fidel Castro. Hombre, a veces introducen algún matiz en sus felaciones intelectuales pidiendo un poquito de democracia y tal, pero el último documento del expediente es una condena absoluta a los Estados Unidos de Norteamérica como causantes de la miseria cubana. Es decir, que los cientos de presos políticos de la isla por el hecho de tener un fax clandestino lo son por culpa de Bush, y si usted opina algo distinto es porque es un fanático protofascista intoxicado por los medios de la derecha.

Este domingo se retratarán todos ellos de nuevo con su ausencia institucional en la concentración a favor de la libertad para Cuba en el cincuenta aniversario de la implantación de la tiranía familiar de los Castro. No es descartable que algunos destacados progresistas aparezcan por la Puerta del Sol para cubrir una cuota exótica de pluralidad. Pero no se engañen. Entre la libertad y el socialismo todos y cada uno de ellos defenderán lo segundo. "Socialismo para los cubanos y libertad para mí" es su divisa. Y capitalismo, todo el que pueda y un poco más. Quien acepte lecciones de moral de estos personajes debería hacérselo mirar por un buen psiquiatra.

Pablo Molina
www.libertaddigital.com



Dolor y vida de Francis Bacon en el Prado

Estudio del Papa Inocencio X de Velázquez. Óleo sobre lienzo, 153 x 118 cm. 1953. Des Moines, Nathan Emory Coffin Collection of the Des Moines Art Center




Bacon murió en Madrid el 28 de abril de 1992. Un puro accidente, o no. Tuvo que ser en la ciudad donde también murió Velázquez, el pintor que tanto admiró y del que cree que hay una obra -el «Retrato del Papa Inocencio X»- que cambió la historia de la pintura. Al final de su vida solía viajar a España para visitar el Museo del Prado, siempre con las salas vacías. «Viajó a Madrid en la primavera de 1992 en busca del consuelo de su banquero español», cuenta Andrew Sinclair en su biografía canónica, aunque se publicó un año después de su muerte. 

Tenía 82 cuando murió, poseía una gran fortuna, vivía con una cierta soledad su éxito y consideración («la vida se ha convertido en un desierto», dijo) porque detestaba a los que daban vuelta a su alrededor adulándole, y consiguió que su pintura mantuviese la misma distancia con la palabra violencia y belleza. Logró un lenguaje en el que su propia vida no se separaba de la historia política, ni de las pasiones más bajas, ni de la imagen congelada de un televisor. Lo dijo el director del Museo de Prado, Miguel Zugaza, al presentar una de las exposiciones más importantes que ha organizado la pinacoteca: «Sus obras abrieron el camino hacia la indagación de los aspectos más escondidos de la naturaleza humana, de la violencia del poder, de los crueles episodios de la historia moderna y de los secretos más escondidos de las historias personales, no menos trágicas y crueles que la historia con mayúscula». 

Un hombre del siglo XX 

La exposición, compuesta por 78 obras de todas sus épocas y con dieciséis de los mejores trípticos realizados, ha sido organizada por la Tate de Londres, donde ya se ha exhibido, y viajará, después de Madrid, al Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Pero es en Madrid donde la obra de Bacon adquiriere un significado especial, con algún tinte trágico, pero sobre todo porque el pintor vuelve al museo que tantas veces visitó en busca de los grandes maestros, sobre todo de Velázquez y Goya. «Fue un pintor de una gran ambición, que llegó a preguntarse cuál sería su consideración pasados muchos años y que dialogaba con Rembrandt, Velázquez, Goya, Picasso, por lo quo exponerlo en un museo de arte moderno hace honor a su ambición», dijo el conservador de la Tate Chris Stephens. 

Hace dos años, Miguel Zugaza encargó a Manuela Mena, conservadora de pintura del siglo XVIII, ponerse al frente de este proyecto, precisamente a una especialista que no conocía en profundidad la obra de Bacon, pero sí a los maestros que el pintor británico admiraba y que además tuvo «el honor de abrirle las puertas de este museo cuando venía a verlo los días que cerraba», recordó ayer emocionada Mena. «Recuerdo el primer día, cuando llegó con un joven muy guapo, entrando por la puerta de Murillo muy ágilmente para un hombre de su edad, vestido muy elegante, pero no de color azul oscuro, sino con los detalles que tenían artistas del siglo XV como Alberti, con los ojos chispeantes pero llenos de calor. Era una persona real que miraba profundamente». Se sumergió en un artista que él mismo tenía un mundo iconográfico inmenso y subterráneo: basta ver su estudio londinense lleno de estampas, dibujos, fotografías, revistas, recortes de prensa, hojas rotas de libros de arte pintadas con un brochazo... para comprender que la realidad para Bacon era tan carnal como ilustrada y que el dolor, al que él no rehuyó en su vida (recibió los golpes de sus amantes y él se los dió a ellos o «ellas», como los llamaba) era el más viejo de los sentimientos, el más poderoso. Manuela Mena, además, buscó en el cine (de hecho, siempre se dijo que él hubiese querido hacer una película), que tantas imágenes heladas le ofrecieron para su pintura: el ruso Esenstein sobre todo, con la niñera de «El acorazado Potemkín» que pierde el carrito en las escaleras de Odesa y que Bacon pintó y ahora podemos ver en Prado. «Existió el pintor de la guerra y de la violencia, pero también está el pintor del paso del tiempo», dice Mena. «Mi madre me hizo prometer que nunca envejecería, y ahora sé a qué se refería», parece ser que dijo en alguna ocasión Bacon. Carne humana La exposición está organizada en diez apartados que representan un orden en el fondo aleatorio. Son sus temas enunciados con una fría palabra. 

El filósofo francés Gilles Deleuze, en su libro sobre Bacon (1981), ya habla de la imposibilidad de transmitir la experiencia de la visión: de ahí sus cuerpos mutilados. La exposición se agrupa en los apartados Animal (el hombre como una bestia desconocida), Zona (Velázquez y el retrato español como una zona ambigua entre el poder y la belleza), Aprensión (Bacon implicándose en los debates de la pintura de los años 50), Crucifixión (somos carne comestible, dice Bacon, atraídos por la crueldad de un hombre muriendo en la cruz), Crisis (cambio en su pintura a partir de 1956 , destruye muchas obras, redadas contra los homosexuales y su reclusión en Tánger), Archivo (las miles de fotografías, cuadernos y libros con los que trabaja y que compone la materia de su pintura), Retrato (sus amigos representando un papel porque cualquier persona encarna un gran tema), Memorial (o la muerte y el paso del tiempo: pintaba a sus amigos a partir de fotografías cotidianas), Épico (el final y el de su amante George Dyer, un «hombre normal» que se suicida en los lavabos de un bar) y Tardío (la maestría en la composición y las cualidades estéticas de la sangre y la carne humana). 

Manuel Calderón
www.larazon.es

Información general de la exposición
http://www.museodelprado.es/es/pagina-principal/exposiciones/info/en-el-museo/francis-bacon/

http://www.francis-bacon.cx/

Cómo se utiliza un preservativo

Pepiño Blanco, ese hombre que hubiese merecido fundar la Academia de Atenas, celebra que el Tribunal Supremo haya avalado una asignatura «que explica cómo se utiliza un preservativo». La frase admite dos interpretaciones: una de índole jocosa; la otra, estremecedora. Jocosamente, podemos pensar que Pepiño Blanco cree necesario que se explique en las escuelas cómo se utiliza un preservativo, como se explica cómo se utiliza el diccionario o antaño se explicaba cómo se utilizaba el ábaco, porque en tal explicación considere que se produce una transmisión de conocimiento. Pero, puesto que utilizar un condón es más bien sencillito, hemos de concluir que, o bien Pepiño juzga que los alumnos españoles tienen una inteligencia de mosquito, o bien proyecta su inteligencia de mosquito sobre los alumnos españoles y resuelve que conviene que se les explique algo que a él le ha costado esfuerzos ímprobos comprender. A fin de cuentas, no es descabellado pensar que un hombre incapaz de pronunciar correctamente las palabras considere que aprender a calzarse un condón sea una tarea que exija un desgaste neuronal parangonable al que exigen los logaritmos neperianos o las voces perifrásticas latinas.

Hasta aquí la interpretación jocosa. Pepiño Blanco, que no pasó de primero de Derecho (lo cual, a efectos académicos, es como dejarse arrollado el condón en la puntita), es hombre cuyas facultades intelectivas tal vez flojeen; y, como suele ocurrir con todos los hombres de su condición, halla un inescrutable placer en corromper las facultades intelectivas del prójimo. Como el bien del conocimiento es inalcanzable para él, ansía rencorosamente que los demás tampoco accedan a ese bien; ansía que los demás sean como él, y por ello aplaude una asignatura «que explica cómo se utiliza un preservativo». Nada consuela tanto al hombre noble como comprobar que está rodeado de nobleza; y nada consuela tanto al hombre «corruto» como respirar una atmósfera de «corrución». Pepiño Blanco, aunque no pasase de primero de Derecho, sabe que, para formar los caracteres, hay que crear primero un clima moral; y también para deformarlos. Sabe que la deformación nata es mucho más escasa de lo que algunos quisieran, puesto que los frenos sociales suelen cohibirla; de modo que lo que hay que hacer es remover esos frenos. O sea, hay que educar a los niños como si fuesen monos, para que en ellos toda vivencia emotiva desemboque en «conducta sexual».

Esta es la interpretación estremecedora de sus palabras. La asignatura llamada socarronamente Educación para la Ciudadanía explica, según nos ha revelado sin ambages Pepiño Blanco, «cómo se utiliza un preservativo»; y contra eso, según acaba de dictaminar el Tribunal Supremo, no cabe objeción de conciencia. Lo cual es tanto como decir que no cabe oponer objeción alguna a una educación que dimite de su función originaria -la transmisión de conocimiento- para convertirse en un corruptorio oficial. O que, en nuestra sociedad, la objeción de conciencia es una contradictio in terminis; pues de lo que se trata, precisamente, es de formar personas sin conciencia, esto es, de deformarlas. Cuando hablamos de «deformación» ni siquiera entramos a calificar moralmente una asignatura «que enseña cómo se utiliza un preservativo»; hablamos de «deformación» porque enseñar cómo se utiliza un preservativo no es transmisión de conocimiento, sino imposición de una moral determinada.

Aquí podría oponerse que siempre habrá escuelas que, adaptando la asignatura llamada socarronamente Educación para la Ciudadanía a su particular ideario, eviten explicar a sus alumnos cómo se utiliza un preservativo. Pero nadie en su sano juicio admitiría que una escuela pudiese «adaptar» a su ideario el contenido de la asignatura de Matemáticas para evitar explicar a sus alumnos la regla de tres. Donde se demuestra que la llamada socarronamente Educación para la Ciudadanía no es una asignatura que transmita conocimiento; y cuando la educación no transmite conocimiento, sino que aspira a crear determinado clima moral, no es educación verdadera, sino deformación e ingeniería social, por muchas bendiciones judiciales que obtenga.

Juan Manuel de Prada
www.juanmanueldeprada.com

La autoridad

La gente que escuchaba a Jesús se asombraba porque enseñaba con autoridad, no como los letrados de su tiempo. ¿De dónde provenía esta autoridad de Cristo? Sin duda ninguna no era por su poder temporal o por su genio encendido. Nacía del fondo de su corazón, pues todo lo que predicaba lo había hablado con su Padre Dios y tenía firme convencimiento de que todo lo que proponía a los hombres era únicamente para su bien.

Es la autoridad moral que tuvo Cristo y la que siempre han ejercido en la Iglesia los santos. Y es que el Evangelio no se impone, se propone como una oferta de vida que enriquece a todo aquel que con su libertad abre la puerta del corazón y deja que el Señor tome las riendas de su pensar, sentir y actuar. También nosotros somos invitados a ejercer esa autoridad que nace del cariño que tenemos por nuestros familiares y amigos. Cuando les hablamos de Cristo o de la Iglesia no podemos hacerlo desde la superioridad o desde la postura de alguien que está dispuesto a dar lecciones a otros. Nuestro sitio es la humildad del testigo que puede hablar de lo que ha vivido como algo bueno. Es importante que nuestro anuncio apostólico nunca sea antipático o inoportuno, aunque esto tampoco nos tiene que llevar a dejarnos comer por el miedo al que dirán o al enfado de otros. Porque Cristo nos ha dado vida debemos transmitir esa vida, si no lo hiciéramos pecaríamos de egoísmo o de comodidad. Pidamos al Señor esta autoridad moral que tanto necesitamos para ser anunciadores creíbles de la verdad más bella que ha sucedido en la historia de los hombres.

Jesús Higueras
www.abc.es

Vuelve el antisemitismo más descarnado

Es costumbre poner en duda o calificar de exageración que se califique de antisemitas o judeófobas ciertas opiniones –escritas, dichas y hasta dibujadas con notable frecuencia en la prensa española– bajo la excusa de que criticar las acciones de Israel es perfectamente legítimo. Y naturalmente que lo es. Pero, casi con perfecta unanimidad, las críticas al Estado nacido como refugio de los judíos revisten de al menos una de las características que Bernard Lewis considera exclusivos del antisemitismo: el doble rasero y la acusación de maldad universal de todos los judíos.

Así, es frecuente echar en cara a Jerusalén acciones que se ignoran o incluso se celebran cuando son otros los responsables. Los errores de las fuerzas de la ISAF en Afganistán en su lucha contra los talibanes han provocado muchas víctimas inocentes, pero se entiende que son eso, errores. En cambio, a Israel se le acusa por usar bombas de precisión contra un fundador de Hamás cuando podría utilizar medios mucho más expeditivos y seguros, pero que son descartados precisamente para evitar que mueran más inocentes.

Por otro lado, la maldad universal de los judíos, aunque pueda expresarse de forma casi literal, suele adoptar otra forma: la de su equiparación con los nazis. En España, y en casi todo Occidente, los seguidores de Hitler son la encarnación misma del mal, un destino que no han sufrido otros genocidas con títulos más que suficientes para llevar esa medalla, como Stalin o Mao. Calificar de holocausto o genocidio unos ataques que han costado la vida de poco más de un millar de personas en lo que se suele definir como "la región más superpoblada del mundo" resultaría grotesco si no estuviera claro que es una forma clara de odio a los judíos, equiparándoles en maldad (y como colectivo) a aquel que más hizo por exterminarlos de la faz de la tierra.

Después de la manifestación a favor de Israel celebrada frente a su apedreada embajada en Madrid, un redactor de Libertad Digital observó con asombro cómo el pasajero de un coche que pasaba cerca del lugar donde había transcurrido gritaba con voz cargada de odio: "¡Judíos!". Ni siquiera "israelíes" o "asesinos", no. Judíos. El tratamiento del conflicto de Oriente Medio más sesgado de todo Occidente y el apoyo que muchos políticos prestan a toda expresión de desprecio a Israel han permitido que se pierda el pudor de expresar bien alto ese aborrecimiento que comparten, precisamente, con quien encarna el mal absoluto.

Nada tiene, pues, de extraño que se ataque una sinagoga en Barcelona días después de que se apedreara la embajada israelí y de que aparecieran pintadas en un centro de estudios judaicos, por más lamentable que resulte. Mientras los representantes públicos sigan acudiendo a manifestaciones anti-israelíes con encapuchados armados o llamen a protestar empleando la efigie de una terrorista, tendremos que seguir lamentando que sucedan cada vez más actos de este tipo. No deja de ser irónico que aquellos que se proclaman el estandarte de la modernidad sean precisamente quienes alienten los odios más antiguos.

Editorial de Libertad Digital

www.libertaddigital.com

sexta-feira, 30 de janeiro de 2009

50 años de tiranía en Cuba. Debate en LDTV



Federico Jiménez Losantos dedica un programa especial a la situación en la que se encuentra Cuba tras 50 años de tiranía. El periodista cubano Alejandro González Raga (que salió de la cárcel hace un año); Matías Jove, director ejecutivo de la Asociación Española Cuba en transición; el escritor Orlando Fondevila y el historiador Víctor Llano, serán los encargados de explicarnos las consecuencias que sufre Cuba por seguir sometida a los Castro.

http://www.libertaddigital.tv/

Sem motivos para arrependimentos

Sim, sim. Eu estava nas ruas do centro de Washington, circulando entre os entusiasmados e os crédulos. Sim, eu estava no National Mall no domingo, e não mais choroso do que quem estava a meu lado, mas nem também muito menos. Sim, era eu, em um dos bailes, fazendo um pouco o papel de idiota enquanto chacoalhava ao som de Biz Markie, o DJ da elite negra de Washington. Em outras palavras, eu não reconsideraria meu voto em Barack Obama. Mas quero dizer por que eu ainda não gostaria que Al Gore tivesse vencido George W. Bush em 2000 ou que John Kerry tivesse saído vencedor em 2004.

No filme W, de Oliver Stone, que não é muito bom, mas surpreendentemente foi muito bem recebido, há um acontecimento que não aparece na tela. A colisão dos dois aviões com dois grandes arranha-céus não é mostrada (e faz-se referência a isso apenas uma vez, muito indiretamente). Não pode ser porque não ajudaria em nada para fazer uma imagem ruim de Bush. Em geral, é senso comum que ele agiu de maneira errática naquele dia e fez o pior discurso de seu mandato à noite. Então, por que Stone perderia a chance de pôr essa cena no filme?

A resposta é que são os acontecimentos do 11 de setembro de 2001 que explicam a transformação de George Bush de um conservador a favor do Estado mínimo meio preguiçoso em um político intervencionista. O problema dessa análise, do ponto de vista da esquerda, é que ela dá pouca margem para a especulação sobre sua relação edipiana com seu pai, suas fantasias frustradas de vingança contra Saddam Hussein, o alcoolismo sem bebida, e todo o resto.

Nunca somos convidados a nos perguntar o que teria acontecido se os democratas estivessem no poder naquele outono. Mas poderia valer a pena especular por um segundo. A Lei do Antiterrorismo e da Pena de Morte Efetiva, aprovada rapidamente no Congresso por Bill Clinton depois da explosãozinha da bomba de Oklahoma, foi corretamente descrita pela União Americana pelas Liberdades Civis como o pior retrocesso da causa dos direitos dos cidadãos. Dado esse precedente e multiplicando-o nas devidas proporções, podemos ter bastante certeza de que escutas telefônicas e ficar jogando água na cara de interrogados teriam se tornado coisas familiares e que teríamos até ouvido algumas defesas dessas práticas pela esquerda. Não sei se Gore teria pensado em usar Guantánamo, mas isso levanta a questão interessante – que agora vai ser enfrentada pelo novo governo – sobre onde devem ser mantidos esses indivíduos perigosos, principalmente porque não se espera que eles sejam soltos. Haveria uma prisão sórdida em algum lugar, ou muito mais mortos no campo de batalha, pode ter certeza.

A Guerra do Iraque poderia ter sido evitada, apesar de tanto Bill Clinton como Al Gore terem dito repetidas vezes que outro round definitivo com Saddam Hussein era, devido a seu flagrante desafio a todas as decisões relevantes da ONU, inevitável no futuro. E a desvantagem de evitar a intervenção no Iraque é que um ponto de estrangulamento da economia mundial ainda estaria sendo controlado por uma família psicopata que mantinha especialistas em armas de destruição em massa à mão e que pagava homens-bomba suicidas pela região. Em suas entrevistas de despedida, o presidente Bush não conseguiu encontrar muita coisa para dizer em sua defesa nesse ponto, mas acho que os historiadores não vão chegar à conclusão de que a remoção de Saddam Hussein era uma coisa que a comunidade internacional deveria ter adiado por mais tempo.

As falhas óbvias – em particular a arrogância e a insanidade cada vez maiores dos ditadores do Irã e da Coreia do Norte – pelo menos são falhas em seus próprios termos: a falha em corresponder à retórica original e a falha em combinar imperativos dos direitos humanos com os de geoestratégia e segurança. Novamente, não está claro para mim como qualquer outro governo teria se comportado. O colapso do sistema financeiro tem raízes em uma tentativa de longa data, que não é vergonhosa em si, de colocar a casa própria ao alcance até dos menos favorecidos.

Então, a velha pergunta “comparado a quê?” não permite superficialidade.“Comparado a quê?” não é bem uma defesa. E nem esta coluna tem exatamente a intenção de ser uma defesa. É só que há um elemento de soberba em toda a atual onda de esperança, e começo a ficar com medo de como vai ser a sensação do dia seguinte. 

Christopher Hitchens, é escritor, colunista da revista Vanity Fair, autor e colaborador regular do New York Times e The New York Review of BooksEscreve quinzenalmente em ÉPOCA.

Época - Edição 558 - 26/01/2009  - http://revistaepoca.globo.com

quinta-feira, 29 de janeiro de 2009

La suerte de las focas

Va a resultar que la libertad de matar, después triturar y posteriormente hacer desaparecer a seres humanos sin nacer es sinónimo de progreso.

El noventa por ciento de los médicos en España se niega a practicar abortos. Motivos de conciencia. Una buena parte de ellos no son católicos practicantes ni creyentes. Su rechazo a la interrupción del embarazo responde a imperativos morales y éticos.

El ministro de Sanidad, Bernat Soria, amenaza a los médicos objetores con la apertura de un registro. Coacción directa. Para el Presidente del Colegio de Médicos, el doctor Isacio Siguero, las listas voluntarias de facultativos objetores sólo pueden ser administradas por los colegios médicos, y no por las administraciones públicas. Se lo han recordado al sonriente señor ministro. Objetar es un derecho constitucional, más aún cuando se objeta de practicar un asesinato a un ser indefenso.

La nueva ley del aborto es un genocidio legalizado contra los seres humanos más frágiles y desamparados. Y el argumento de los partidarios del genocidio legalizado de que sólo la inamovible Iglesia Católica se opone al crimen masivo es falso, engañoso, torticero y cínico. Por supuesto que la Iglesia se opone, y también millones de españoles creyentes, pero sin olvidar a otros muchos, que desde el punto de vista moral y ético, libres de toda inclinación religiosa, alcanzan a ver la perversidad sin límites del proyecto «progresista», que ahora va a resultar que la libertad de matar, después triturar y posteriormente hacer desaparecer a seres humanos sin nacer es sinónimo de progreso.

En España, el aborto es un delito despenalizado en tres supuestos. Uno de ellos, la salud de la madre. Tenemos unas madres enfermísimas en España, por cuanto el 97% de las interrupciones de embarazo se escudan en el supuesto de la salud materna. A partir de ahora, lo que era un delito -matar lo es-, se convierte en un derecho. Defendemos los derechos de las mascotas, de los árboles, de los océanos y de las selvas. Defendemos al gorila y al chimpancé. Defendemos al sapo partero y al buitre leonado. Sancionamos con dureza sin límite a quienes violan o arrebatan la vida del lince, del mochuelo moteado y del bebé de la foca. Pero convertimos en un derecho asesinar a nuestros hijos cuando no tienen ninguna posibilidad de defenderse. No sólo anticristiano. Inhumano por naturaleza. Protestan los «progres» profesionales. Las mujeres tienen el derecho de hacer lo que quieran con su cuerpo. Hagan lo que quieran, pero no con el cuerpo de otros seres, que son vida desde el primer momento de la creación. Su cuerpo es el vehículo para que nazcan, pero culminado el parto, ese cuerpo vive por sí sólo.

Y protestan los «progres» profesionales por la matanza masiva y terrible de los bebés de focas para hacer abrigos de pieles. Estoy con ellos. El espectáculo es dantesco y la indefensión de las focas recién nacidas ante la agresión de cuadrillas de matarifes resulta espeluznante. Ese paisaje de hielo y sangre estremece y nos humilla a todos. Pero no estremece ni humilla a todos el ruido de la trituradora que hace añicos el cuerpo de un niño indefenso, ni el frío cálculo del crimen de un «nasciturus» por motivos inaceptables. Los gorilas tienen más derechos que los seres humanos. Y las focas. Al menos, a los bebés de las focas se les permite nacer y ver la luz. A los bebés humanos, ni eso. Será un derecho asesinarlos.

Alfonso Ussía

Una antropóloga en la Isla de los doctores Castro

Acaba de cumplir 50 largos años el Gobierno de los hermanos Castro en Cuba. Sus apologistas en el extranjero aún lo justifican, afincándose para ellos, en particular, en la defensa de unas supuestas mejorías en el sistema de educación y, sobre todo, en el de la salud pública.
Existe una extensa bibliografía cubanóloga, pero no ha habido suficientes estudios académicos que desglosen en profundidad dichos mitos. Sin embargo, al menos ya tenemos un estudio médico-antropológico ejemplar que pone en cuestión la pregonada calidad y –sobre todo– la presumible paridad de la medicina cubana contemporánea.
 
Katherine Hirschfeld, antropóloga estadounidense, fue a Cuba en 1996 atraída por los proclamados logros socialistas en la salud pública. En su reciente libro Health, Politics and Revolution in Cuba Since 1898 (Transaction Books, 2008), Hirschfeld admite haber sido otro intelectual extranjero más cuyo idealismo ingenuo se desvaneció al experimentar en carne propia la realidad orweliana de la Cuba de hoy.
 
El antropólogo socio-cultural –o etnólogo– típicamente vive por un tiempo como un nativo en una comunidad diferente a la suya (ya sea la jungla exótica o una ciudad moderna), con el objetivo de comprender los aspectos socio-culturales de esa sociedad. Es cierto que, normalmente, las investigaciones etnográficas (descriptivas) se pueden llevar plenamente a cabo sobre el terreno sólo en sociedades lo suficientemente abiertas como para permitir dicho escrutinio, lo que explica el porqué de la escasez de dichos estudios en sociedades totalitarias.
 
La Dra. Hirschfeld, fiel a la metodología antropológica, residió por un tiempo con una familia en Santiago de Cuba, donde devino una verdadera "observadora-participante" cuando contrajo el dengue, la temible fiebre infecciosa de origen africano (poco conocida en Cuba antes de 1959). Pero las autoridades habían declarado esa enfermedad erradicada en la década de los 80, por lo que la epidemia de 1996-97 se convirtió en un "secreto de estado"; la admisión pública de su existencia hubiera afectado la imagen del Gobierno, sobre todo en el exterior. Varios médicos fueron arrestados –y luego enviados al exilio– por oponerse a la irresponsable decisión oficialista (por ej., el Dr. Desi Mendoza, ahora en España).
 
Hugo Chávez y Fidel Castro.
La autora atravesó por una experiencia surrealista kafkiana en un hospital santiaguero que estaba militarizado, antihigiénico, sobrepoblado de pacientes, subequipado y atendido por unos pocos facultativos. Esto último es irónico, ya que Cuba envía personal médico (supuestamente "de exceso") a otros países; por ej., la Venezuela del Tte. Cor. Hugo Chávez, donde muchos de ellos desertan, pasando luego a otras naciones.
 
La joven antropóloga pasó por otros malos ratos al ser dada de alta del hospital, ya que sus investigaciones –entrevistó, sobre todo, a mujeres– fueron vistas como sospechosas por la Seguridad del Estado, la cual la hostigó e interrogó en repetidas ocasiones. Esto nos recuerda lo ocurrido al proyecto del famoso antropólogo Oscar Lewis a finales de los 60 sobre el surgimiento de la cultura de la pobreza bajo el socialismo (ver el libro de su discípulo, D. Butterworth, The People of Buenaventura, 1980). La diferencia estriba en que, al ser expulsado, el Dr. Lewis dejó en la cárcel a su asistente, Álvaro ínsua (quien luego salió al exilio vía Costa Rica), mientras que, casi tres décadas más tarde, al verse considerada persona no grata en Santiago, Hirschfeld pudo marcharse a La Habana.
 
Después de numerosas peripecias allí, y con grandes limitaciones, logró examinar algunos documentos históricos para su estudio.
 
Hirschfeld afirma que el sistema de salud posterior a1959 llegó, al cabo del tiempo, a los rincones más apartados del país, pero acarreando un precio político-represivo. Dicha estructura médica forma parte integral de un complicado aparato de control socio-legal. A diferencia del protocolo universal, el profesional médico en Cuba debe lealtad suprema no a sus pacientes, sino al Gobierno. Todo personal médico es considerado un "soldado revolucionario", entrenado –como parte del curriculum (que Hirschfeld pudo examinar)– para espiar a sus propios pacientes.
 
Contradiciendo a los apologistas del régimen, la profesora Hirschfeld clasifica los servicios de salud cubanos en tres estratos claramente desiguales: el superior, bien abastecido –no falta nada–, es para los privilegiados del Partido Comunista, así como para los extranjeros (ya sean huéspedes especiales del Gobierno o los que pagan con los codiciados dólares). Este es el servicio médico "de primera clase" que tanto celebran ciertos académicos, reporteros y acaudalados atletas extranjeros, quienes se convierten en portavoces del Gobierno al repetir las consignas hiperbólicas oficialistas.
 
El segundo nivel, de inferior calidad, es el que está llamado a servir al resto de la población, "los de a pie", asignados a los puestos médicos en función de donde residan. A diferencia de lo que dice el discurso oficial, los servicios médicos no son un derecho en la práctica, sino un "privilegio" otorgado por la dirigencia política, a la que el pueblo tiene que demostrar lealtad y gratitud eternas. Como escribiera en unos versos de protesta Heberto Padilla, el cubano tiene que ser "obediente [y estar]... siempre aplaudiendo..." (Fuera del juego, 1967). El sistema médico burocrático crea un clientelismo, cuidadosamente diseñado, dependiente del Estado omnipotente (como lo es casi todo lo demás allá). Las policlínicas o consultas locales, usualmente mal provistas, funcionan, además, en coordinación con los infames Comités de Vigilancia, por lo que los disidentes políticos confrontan una gran desventaja. Ese fue el caso, según lo reportara Reinaldo Arenas (v. Antes que anochezca, 1996), del dramaturgo Virgilio Piñera, quien de semivocero intelectual se había convertido en crítico antigubernamental: en 1979 lo dejaron morir a propósito, sin recibir atención médica, por un simple ataque de asma.
 
La tercera categoría la constituye una red informal de servicios de salud a la que recurre el cubano promedio por no confiar en el sistema médico estatal. Típicamente, profesionales de la medicina (dentistas incluidos) ejercen clandestinamente a cambio de efectivo o de pagos en especie (medicamentos o enseres domésticos). Todo esto, donde tiene igualmente cabida una chocante cultura de la corrupción, es parte de lo que los cubanos llaman el socioísmo, en mofa al anacrónico socialismo oficialista. El socioísmo contrasta con el ideal del supuesto hombre nuevo socialista y, aunque Hirschfeld no lo elabora, está correlacionado con los síntomas del concepto de cultura de la pobreza mencionado antes.
 
En fin, a pesar de la omnipresencia gubernamental, las autoridades hacen la vista gorda, ya que la red médica espontánea alivia al Estado de pacientes que no tiene que atender.
 
La existencia de esa red subterránea representa otro ejemplo de lo que en otros países se ha dado por llamar, en las Ciencias Sociales, "la resistencia de cada día", protagonizada precisamente por parte de los más oprimidos, los privados de acceso al poder (aquellos por quienes abogamos, supuestamente, los intelectuales).
 
Hirschfeld también confirma, si es que quedaba alguna duda, que un sinnúmero de servicios depende básicamente de remesas y envíos caritativos del exilio, el cual, absurdamente, es blanco de constantes ataques por parte del régimen y sus fanáticos más obsesionados en el exterior. Paradójicamente, la red médica fantasma –o alterna– existe gracias a la generosidad y sacrificio de los cubanos de la diáspora (esparcidos por todo el mundo), que contribuyen humanitariamente con sus envíos a familiares y amistades atrapados en la Isla.
 
Los expertos estiman que dichas donaciones se han convertido en una tercera o cuarta industria en la economía cubana. Es más, si no fuese por los calumniados y heterogéneos exilados, la malnutrición en Cuba sería aún peor, ya que se estima que la ración alimenticia asignada mensualmente por el Gobierno sólo alcanza para una semana. En 1995 se admitió incluso la existencia de una epidemia de neuropatía óptica (la cual puede causar ceguera); pero el entonces popular ministro de Salubridad, el Dr. Julio Tejas, cayó en desgracia cuando reconoció públicamente que la malnutrición rampante era la causa principal de la epidemia.
 
El lector conocedor de la problemática cubana encontraría poco nuevo aquí; pero se ha dicho que las Ciencias Sociales se reducen a menudo a documentar –o "problematizar", en el lenguaje postmodernista de moda– lo obvio. Lo cierto es que Hirschfeld documenta aspectos de la vida cotidiana cubana vistos desde dentro y desde abajo, a diferencia de ciertos apologistas, que pretenden negar la horrible realidad interna pontificando cómodamente desde el exterior,
a veces sobre la base de breves visitas a Cuba de tipo semiturísticas (y quizás controladas).
 
Hirschfeld, no obstante, no le da suficiente crédito histórico a la Cuba republicana (1902-59), cuyos índices socio-económicos y de salubridad llegaron a sobrepasar los de la ex metrópolis española y otros países (europeos y latinoamericanos) en poco más de medio siglo (v., por ej., la relativa baja mortalidad infantil y la alta longevidad). Tal como ha expuesto Carlos Alberto Montaner repetidamente, todo esto se logró a pesar de las fallas del sistema político y de una corrupción incontrolable (desafortunadamente típicas en Latinoamérica), las cuales llegaron a su cima en Cuba durante la sangrienta dictadura del ex militar F. Batista (1952-59).
 
Fulgencio Batista.
Por cierto, Hirschfeld anota que Batista comenzó su carrera política como un reformista social en la década de los 30, y da cuenta de sus iniciativas en lo relacionado con los servicios de salud para la población rural durante su primer mandato (1940-44; el único para el cual fue electo constitucionalmente). Pero no ahonda en otros dos hechos peculiares que sus apologistas prefieren, irónica y convenientemente, pasar por alto: a) sus estrechas conexiones con el Partido Socialista Popular (prosoviético, y b) la manera en que explotaba a su favor, entre las minorías no blancas, su condición mestiza, sus orígenes humildes de pobre hijo de veterano de la Guerra de Independencia (en contraste con los Castro, hijos de un inmigrante español convertido en rico latifundista y privilegiadamente educados en los colegios religiosos más elitistas).
 
Debemos acotar que quizá uno de los legados más positivos del colonialismo español en Cuba fue la red de centros regionales españoles (confiscados por el Estado después de 1959). Por una modesta cuota, dichas centros –que tenían clínicas mutualistas– ofrecían servicios médicos de primera calidad a sus miembros (por ej., la Convadonga, Hijas de Galicia, etc.). Por ley, esas quintas también proveían servicios médicos de emergencia gratuitos a todo paciente que allí llegara.
 
Regresando a Hirschfeld, lo más admirable es su integridad intelectual. El Gobierno revolucionario (¡todavía a estas alturas!) es considerado una especie de vaca sagrada en ciertos medios intelectuales y periodísticos extranjeros. Sin embargo, Hirschfeld no escatima calificativos a la dinástica dictadura, a la que tacha de opresiva y represiva, tiranía que se esconde detrás de una anticuada retórica nacionalista falaz, y de la cual los cubanos en la Isla se mofan a escondidas, tal como reporta la propia Hirschfeld. Sus estudios pasan, pues, de la antropololgía médica a la político-legal. La loable audacia de la candidez de Hirschfeld reta a aquellos intelectuales en el extranjero que otorgan al callar la verdad, o al no reportarla completamente; aquellos que menosprecian la franqueza que se espera de los estudiosos comprometidos con el principio de la objetividad cándida, esencial en las Ciencias Sociales.
 
Hirschfeld expresa desconcierto al confrontar el cuerpo bibliográfico que todavía pinta al experimento cubano en términos utópicos, mientras que lo que ella encontró fue todo lo contrario. Pero, desde la perspectiva de la antropología política, debemos entender que el tema de Cuba genera emociones peculiares entre algunos extranjeros. Ellos parecen interpretar la experiencia del pueblo cubano según el color del cristal con que se mira; o sea, ven el caso cubano –desde el exterior– según su propio prisma de valores (a lo cual, por supuesto, tienen todo su derecho intelectual en las sociedades libres).
 
El meollo del asunto nos devuelve a la rivalidad eterna entre las Humanidades y las Ciencias Sociales. Mientras que los literatos se pueden dar el lujo de crear en sus escritos de ficción un mundo de fantasías moldeado por su imaginación (ahí están las obras de Hemingway, Sontag y García-Márquez, por poner sólo tres ejemplos), del científico social se espera que se ciña al protocolo consensual de responsabilidad profesional, separándose (lo más humana y espistemológicamente posible) de sus preferencias personales irracionales (emocionales). El estudio de Hirschfeld es precisamente paradigmático desde el punto de vista científico: ella fue a Cuba con ciertas premisas, una serie de hipótesis de antemano favorables al régimen, pero al someterlas a la fría prueba empírica durante su trabajo de campo, esas ideas preconcebidas resultaron ser falsadas o falsificadas (como se dice a menudo en la Filosofía de las Ciencias).
 
Hace un cuarto de siglo, en vísperas del 25º aniversario de la llegada de los hermanos Castro al poder, uno de los coautores de este artículo, R. Alum, escribió en el Wall Street Journal (30-XII-1983) que el logro real del régimen, decepcionantemente, no estriba en haber mejorado la calidad de vida del pueblo cubano. El acometimiento más evidente del longevo régimen –con características monárquicas– ha sido su efectividad a la hora de manufacturar una imagen falsa, manipulando estadísticas, exagerando sus logros relativos y tergiversando la historia a su favor. Esta propaganda parece todavía influir, 25 años más tarde, sobre ciertos intelectuales (muchos de ellos incautos) en el exterior, que tienden a identificarse no con las pobres víctimas –como es de rigor en el mundo intelectual–, sino, insólitamente, con la autoperpetuada gerontocracia (predominantemente militar) que ejerce una hegemonía despótica en la Isla.
 
Al enfocar el fallido sistema de salud cubano y sus implicaciones político-legales, Hirschfeld desafía, valiente y excepcionalmente, la persistente propaganda presentando datos cualitativos y cuantitativos de la realidad vivencial cubana que desmienten a los apologistas más histriónicos en el extranjero.
 
Lo que debe hacer todo científico social con mentalidad inquisitiva es indagar acerca de las incongruencias de cualquier sociedad (tal como postularan el filósofo liberal J. S. Mill y el antropólogo B. Malinowski). Cuando Fidel Castro enfermó en 2006, las autoridades recurrieron a un cirujano en España, cuyo sistema médico –de acuerdo con el discurso oficialista y de sus seguideros en el extranjero– es supuestamente inferior al cubano. Así como lo leímos en la prensa madrileña, la interrogante más lógica que surge (y no hay que ser un académico) es si la cúpula gobernante de veras confía, política o profesionalmente, en sus propios médicos.
 
Los reportes de la joven antropóloga Hirschfeld no sólo siguen la pauta científica, sino que demuestran algo más: que las técnicas investigativas eclécticas de la antropología, cuando son aplicadas objetiva y científicamente, sirven como instrumentos magníficos para (en la terminología de Foucault) deconstruir las falsedades de aquellas sociedades que el filósofo Karl Popper llamó "cerradas". El opuesto es el modelo de la sociedad abierta, donde, por ejemplo, las investigaciones socio-culturales independientes no son obstaculizadas, donde los intelectuales –incluyendo a los antropólogos y demás científicos sociales– no son perseguidos.
 
Sólo el tiempo dirá si Cuba evolucionará, más tarde o más temprano, hacia una sociedad abierta en la que, además (entre ciertas otras condiciones mínimas), Hipócrates sea respetado y el personal médico deba confidencialidad suprema al paciente.
 
 
CATHERINE HIRSCHFELD: HEALTH, POLITICS AND REVOLUTION IN CUBA SINCE 1898. Transaction Publishers (Nueva Jersey), 274 páginas.
 
ALEXANDER ALUM, experto en Relaciones Internacionales, y ROLANDO ALUM, etnólogo, dedican este texto a SARA LINERA DE ALUM, nacida en España, formada en Cuba (donde ejerció el magisterio) y fallecida en EEUU.

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Payasos

Jan-Jacques Rousseau.
Tal vez no supiera usted que Rousseau, el hombre que no dejaba de hablar de sinceridad, preconizó la vuelta a la naturaleza y, así, provocó una revolución, era un exhibicionista, en el sentido sexual y patológico del término. En la prosa tan flexible que consigue, nunca se sabe dónde termina el afán de decir la verdad y dónde empieza el espectáculo, motivo último, probablemente, de su grafomanía.
Marx levantó una obra apocalíptica, inspirada en la literatura profética judía, donde el proletariado sustituía al Mesías. Ese romántico alemán, que no disimuló nunca su falta de interés por la realidad y la manipulación a la que sometía los datos, inspiró a monstruos como Lenin, Stalin y Mao, por no hablar de otros más caseros pero más duraderos en la mitología actual, como Castro y el Che Guevara.
 
El mismo Marx, burgués empeñado en vivir sin trabajar, llevó, como era lógico, dada esa ambición, la vida sórdida de un bohemio. Dijo que no había encontrado nunca un proletario que aceptara trabajar sin cobrar. Lo tenía en casa, y era la criada, Helen Demuth, llamada Lenchen, que nunca cobró un céntimo y le dio un hijo que él nunca quiso reconocer.
 
Así todos estos intelectuales, hasta doce, entre ellos Lillian Hellman, Ibsen, Tolstoi, Hemingway, Brecht, Russell y Sartre. Cada uno, aparte de merecer un sabroso y deleitable capítulo, va acompañado de un epígrafe o subtítulo. El de Ibsen es "¡Al contrario!", y el de Sartre, memorable: "Una bolita de pelo y tinta".
 
***
 
En 1918 el escritor inglés Lytton Strachey escribió Victorianos eminentes, una serie corta de reseñas biográficas destinada a desmitificar el puritanismo de los biografiados. El libro, tan corrosivo como el título anunciaba, dejó una impronta de la que la época victoriana no se ha recuperado nunca, a pesar de ser infinitamente más interesante en sus ambiciones y métodos que todas las subversiones posteriores.
 
Paul Johnson.
Muchos años después llegó la respuesta con el gran historiador Paul Johnson, que tomó por objetivo a otra clase de personas, los intelectuales, que él define como esos individuos que están más interesados en las ideas que en las personas. Proyectan, en consecuencia, grandes construcciones ideológicas que someten a los humanos a exigencias imposibles –utopías, propiamente dichas– y que ejercen una atracción tanto más poderosa cuanto que nada tienen ver con la realidad.
 
¿Cómo desenmascarar esta ilusión criminal? Se puede, como han hecho otros muchos historiadores y pensadores, describir y analizar los efectos de esas ideologías. O se puede contrastar lo preconizado por esos intelectuales con su vida pública y privada, que es lo que hace Johnson en una línea antiintelectual muy anglosajona y en el fondo conservadora.
 
Como Johnson tiene ese talento indispensable para ser un gran historiador que es el don para el retrato y la biografía, Intelectuales constituye uno de sus libros más entretenidos, de hecho uno de los libros de historia más divertidos del siglo XX, lleno de cotilleos y movido por la misma falta de respeto que Suetonio, en la Roma imperial, demostró hacia los doce césares que tan bien supo retratar.
 
Homo Legens, que es la casa responsable de esta edición, ha realizado una vez más un trabajo memorable. La traducción es nueva, el formato de la edición elegante, casi lujoso, y además incorpora un epílogo nuevo, "La huida de la razón". Johnson se divierte aquí evocando la vida de otros personajes, como Orwell, Mailer o Fassbinder. Se nota –y se entiende– que los intelectuales le han dejado de interesar y que ahora le atraen más los artistas. No es de extrañar que acabara escribiendo otro volumen fascinante, aunque no tan consistente como éste: Creadores.
 
 
PAUL JOHNSON: INTELECTUALES. Homo Legens (Madrid), 2008, 622 páginas.
 
José María Marco
Pinche aquí para acceder a la web de JOSÉ MARÍA MARCO.

Un gesto de misericordia, fruto del Concilio

Reconozco que la tesis no es mía, sino del Director de L’Osservatore Romano, Gian María Vian. La decisión de Benedicto XVI (sabia, valerosa y sufrida) de revocar la excomunión que pesaba sobre los cuatro obispos consagrados en 1988 por Marcel Lefebvre es un gesto de misericordia y de paz con vistas a sanar la dolorosa fractura provocada por aquella desobediencia flagrante. Un gesto que ha sido posible por la grandeza de alma del Papa, pero también porque el Concilio Vaticano II es ya un dato perfecta y serenamente clarificado en el surco de la gran tradición católica.

Empecemos por aclarar que el levantamiento de las excomuniones no es el final del camino que debe llevar, si Dios quiere, a insertar plenamente a los miembros de la Fraternidad San Pío X en la plena comunión de la Iglesia. Se trata de una decisión que allana el camino y que responde a la petición realizada por el Superior general de la Fraternidad, Mons. Bernard Fellay, quien había escrito al Papa que "estamos siempre fervorosamente determinados en la voluntad de ser y permanecer católicos… nosotros aceptamos todas sus enseñanzas con ánimo filial, creemos firmemente en el primado de Pedro y en sus prerrogativas y por ello nos hace sufrir tanto la actual situación". A la vista de este reconocimiento y tras largos y pacientes coloquios que han tomado en cuenta la situación real en el seno de la Fraternidad, Benedicto XVI ha decidido dar este paso, con el deseo explícito de que sea seguido "por la solícita realización de la plena comunión con la Iglesia de toda la Fraternidad San Pío X, testimoniando así auténtica fidelidad y un verdadero reconocimiento del Magisterio y de la autoridad del Papa, con la prueba de la unidad visible".

Previamente a esta decisión, el Papa había realizado una paciente tarea para clarificar malentendidos. En primer lugar, ha dejado claro que el Concilio Vaticano II no puede ser interpretado en una lógica de discontinuidad y ruptura que lo aislaría del flujo de la Tradición, sino en la lógica de la renovación de la Iglesia, siempre fiel a su origen y al mismo tiempo abierta al futuro. Una consecuencia de esto ha sido la liberalización de la forma extraordinaria del único rito romano, que permite el uso del Misal de San Pío V, reformado en 1962 por el beato Juan XXIII. No hay lugar por tanto a ninguna ruptura de la Tradición, del mismo modo que la Iglesia, como cuerpo vivo guiado por el Espíritu del Señor, jamás se fosiliza en sus formas y en sus expresiones. Las nieblas que de buena fe podía enturbiar la mirada de los miembros de la Fraternidad San Pío X han quedado por tanto despejadas. Ahora queda esperar que estos manifiesten sin fisuras su plena adhesión al Magisterio de la Iglesia y a la autoridad de Benedicto XVI, que en su primer mensaje como Sumo Pontífice manifestó su "decidida voluntad de proseguir en el compromiso de aplicación del concilio Vaticano II, a ejemplo de mis predecesores y en continuidad fiel con la tradición de dos mil años de la Iglesia" consciente de que "los documentos conciliares no han perdido su actualidad con el paso de los años, al contrario, sus enseñanzas se revelan particularmente pertinentes ante las nuevas instancias de la Iglesia y de la actual sociedad globalizada".

Es éste un momento de alegría para toda la Iglesia, aunque haya quien parezca triste o enfadado. Resultan especialmente absurdas las protestas de quienes invocan la misma magnanimidad para los representantes del "ala izquierda", los Küng, Boff, Curran, etc… En primer lugar, sobre estas personas jamás ha pesado una sanción tan extremadamente dura como la excomunión, y por otra parte estamos a la espera de la gozosa noticia de que desean permanecer plenamente católicos, fieles al magisterio de la autoridad del Papa. Una simple misiva con ese reconocimiento y su situación empezaría a cambiar. Pero aparte de esas intempestivas protestas, tampoco podemos echar las campanas al vuelo. Como bien dice Vittorio Messori en una entrevista concedida al hilo de la noticia, "las dificultades, más que teológicas, son de naturaleza filosófica y política…. lo que separa a los lefebvrianos de Roma no es sobre todo la misa en latín o el decreto sobre la libertad religiosa del Vaticano II, sino ese entramado político-religioso (la revolución, la nostalgia monárquica, el galicanismo, el jansenismo y las leyes religiosas de Pétain) que está detrás de la experiencia nacida con Marcel Lefebvre". Hasta aquí la lúcida advertencia de Messori. Queda mucho por purificar y aclarar hasta que podamos alegrarnos con la plena comunión de estos hermanos, pero el paso de Benedicto XVI demuestra su grandeza como pastor de la Iglesia universal.

Una última reflexión merece la polémica colateral suscitada en el mundo judío por el hecho de que uno de los obispos de la Fraternidad, el inglés Richard Williamson, ha realizado recientemente una declaración en la que negaba las dimensiones del Holocausto. La amargura de los portavoces judíos por esa declaración es tan comprensible, como injustas sus invectivas contra el Papa alemán que pronunció aquel histórico discurso en Auswitch. La Iglesia ha dejado bien clara su postura ante la Shoá y los judíos lo saben muy bien. Que uno de los obispos lefebvrianos haya realizado una declaración ridícula y destemplada sobre el particular no empaña un milímetro esa verdad, ni puede ser un obstáculo para la magnánima decisión de Benedicto XVI. Cualquiera diría que algunos exponentes del mundo hebreo esperan detrás de cada esquina para zaherir al Papa que mejor ha comprendido en la historia la intrínseca y dramática relación que unirá a judíos y cristianos hasta el final de los tiempos. Dios quiera que veamos pronto al Papa Ratzinger en Jerusalén para sanar esta herida que algunos se empeñan en envenenar cada día.

José Luis Restán 
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terça-feira, 27 de janeiro de 2009

Hamás: Genocidio y negacionismo

Por desgracia, como afirmábamos anteayer, los israelíes no han buscado acabar con Hamás, sino restablecer su capacidad disuasoria, debilitar a la organización y mostrar a la opinión pública internacional cómo se las gastan los terroristas. Y es que las decisiones estratégicas y las decisiones políticas llevan a extrañas situaciones históricas. Israel ha perdonado la vida una vez más a quienes jamás harán lo mismo con Israel.

Con la salida israelí de Gaza hace tres años, Hamás tomó violentamente el poder asesinando a sus oponentes con una violencia salvaje; desde entonces persigue, encarcela, mata y humilla a quienes considera disidentes. Cara a los palestinos, Hamás es un movimiento totalitario, como lo fue el nacionalsocialismo o el bolchevismo. Y cara al exterior, constituye un régimen violento, belicista y agresor. Respecto a sus vecinos, para nadie en nuestros países debiera ser un secreto que el objetivo de Hamás es exterminar a los israelíes y borrarlos de la faz de la tierra.

Su Carta Fundacional de 1998 es tan explícita como cualquier documento propagandístico del partido nazi:

"Israel existirá y seguirá existiendo hasta que el islam lo aniquile, como antes aniquiló a otros", reza su preámbulo; "El Día del Juicio no llegará hasta que los musulmanes combatan contra los judíos, cuando el judío se esconda detrás de piedras y árboles. Las piedras y los árboles dirán: Oh musulmanes, oh Abdulla, hay un judío detrás de mí, ven a matarlo", más adelante. Y como pensando en Zapatero, Moratinos y la Alianza de Civilizaciones, afirma Hamás: "No hay solución para la cuestión palestina si no es a través de la yihad. Las iniciativas, las propuestas y las conferencias internacionales son todas una pérdida de tiempo y empresas vanas".

Hamás es, estrictamente hablando, un grupo que defiende el genocidio y que tiene como objetivo reconocido llevarlo a cabo. Ni lo esconde ni lo niega. Para Hamás, la solución a los problemas palestinos pasa por la aniquilación total de ese grupo político, racial y religioso que se encarna en el Estado de Israel. No hay diálogo posible, no hay negociación. Sólo la yihad para perseguir y acabar con los judíos. Es decir, genocidio, exaltación del genocidio e intención y premeditación para llevarlo a cabo. Nunca en la historia alguien se ha reconocido tan abiertamente culpable de intentar ejecutar un crimen contra la humanidad como Hamás.

Cabe preguntarse, entonces, acerca de la defensa que en Occidente se hace de la legitimidad y legalidad de Hamás. Esto empezando por la actitud de la ONU respecto a un régimen que se confiesa genocida. La defensa sistemática que Naciones Unidas hace del régimen de Hamás es tan repugnante como si lo hiciera con el régimen de Hitler. En 1939 nadie puso en duda la necesidad de acabar con un régimen totalitario y se consideró que un Estado genocida era la negación misma del derecho internacional y humanitario. Hoy se hace justo lo contrario y es como si la "comunidad internacional" se indignara cuando los aliados atacaban la Alemania nazi. Y de nada vale la excusa del poder o de la desproporción entre la Alemania del Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei y la Gaza del Harakat al-Muqáwama al-Islamiya, porque los delitos y los crímenes no se definen "al peso" o según espectacularidad, sino según las intenciones y los actos de los culpables. Y los de Hamás están claros.

No sólo es la ONU la que pasa por alto el genocidio premeditado de Hamás. Quienes en España y Europa defienden al movimiento totalitario están negando y ocultando deliberadamente el hecho de que se trata de un grupo que tiene por finalidad acabar con un grupo racial, religioso y cultural. Niegan que la finalidad de Hamás sea el genocidio del pueblo judío. Así que si a alguien puede aplicarse el término negacionista en el peor sentido del término es a todos aquellos que actúan como si Hamás no fuese un grupo genocida, y esconden y disculpan lo que es un crimen contra la humanidad reconocido por ellos mismos. Mal está negar hechos históricos aberrantes; peor está negar y ocultar que alguien está dispuesto en el presente a repetirlos. Y es lo que pasa hoy en día con el genocidio proyectado por Hamás y el negacionismo de lo que es un crimen contra la humanidad. Habrá que profundizar en la búsqueda de las responsabilidades que de ello se podrían derivar. 

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.  

Las lecciones del Holocausto

Si algo hemos aprendido de la Shoá es que el genocidio comienza con la destrucción intelectual de un pueblo, lo que abre el camino para su ulterior destrucción física. Antes de alcanzar el aniquilamiento parcial del pueblo judío, los nazis debieron primero obliterarlo en el imaginario colectivo. Antes de llevar a los judíos a las cámaras de gas, debieron persuadir a la opinión pública de que los judíos eran subhumanos merecedores del exterminio.
Los judíos fueron primero destruidos en los discursos que se pronunciaban desde los palcos, en los panfletos que divulgaban las universidades, en las pancartas exhibidas en las manifestaciones callejeras, en las leyes raciales. Así fue como se les aniquiló idealmente. Así fue el preludio de su obliteración material.
 
En vísperas de un nuevo Día Internacional del Holocausto hemos comprobado con horror que esta lección elemental no ha sido todavía aprendida. Durante las últimas semanas, en el contexto del conflicto en Gaza, hemos asistido a la demonización colectiva de toda una nación. El espectáculo ha sido surrealista. Mientras que en Brasil el Partido dos Trabalhadores calificó la represalia israelí contra el Hamás de "práctica nazi", en Italia el sindicato Flaica-Uniti-Club pretendió resucitar las leyes raciales fascistas al instar a boicotear las tiendas comerciales pertenecientes a los judíos de Roma. Mientras que en Mar del Plata el titular del Centro Islámico aseguró que "prontamente Israel, como el Estado nazi, desaparecerá, y será solamente un mal recuerdo del pueblo árabe", en Holanda manifestantes gritaron: "¡Gaseen a los judíos!". Mientras que un alto oficial vaticano equiparó Gaza con "un gran campo de concentración", manifestantes gritaron en la Florida a los judíos: "¡Regresen a los hornos!". Es decir, a la vez que se pedía crudamente por un nuevo Holocausto contra los judíos, se acusaba a éstos de ser nazis.
 
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no hemos presenciado un llamado tan explícito a liquidar judíos en las capitales del mundo libre. Que se invoque retórica nazi contra los judíos al protestar contra la política militar de Israel, país que a su vez es acusado de ser nazi al lidiar con los palestinos, es un escenario tan novedoso como inquietante.
 
El antisemitismo, camuflado de antiisraelismo, campea soberano. No es que toda crítica al Estado judío sea necesariamente judeófoba. Obviamente, Israel es un Estado perfectible y, como tal, pasible de sanción. La crítica política a Israel es válida. Pero es igualmente innegable que, muchas veces, la condena al Estado de Israel efectivamente conlleva una dosis de prejuicio antisemita. Cuando años atrás el compositor Mikis Theodorakis –creador a la vez de la música del film Zorba el Griego y del Himno Nacional Palestino– dijo que los judíos son "la raíz de todo el mal", en su supuesta condena a las políticas de Israel advertimos que una línea había sido cruzada. La pancarta elevada en una reciente aglomeración en Australia que exigía que se limpiase la tierra de "sucios sionistas", ¿exactamente qué política israelí estaba objetando? Igualmente, ¿qué acción israelí estaban condenando aquellos que en Toulouse lanzaron un automóvil en llamas contra la sinagoga local?
 
Resulta curioso notar que la agrupación islamista Hamás –que abiertamente cometió crímenes de guerra al atacar a civiles israelíes protegiéndose con civiles palestinos, y cuya carta constitutiva llama abiertamente a la obliteración de un Estado miembro de la ONU– en ningún momento fue comparada con los nazis o acusada de querer cometer un genocidio. La indignación mundial y la condena desproporcionada fueron reservadas a Israel.
 
Esperemos que esta nueva conmemoración de los trágicos hechos de la Shoá pueda dotarnos de la perspectiva y la sabiduría necesarias para comprender, en el sentido más profundo posible, que lo que empieza con retórica extrema termina en acciones atroces. 

Julián Schvindlerman
http://www.julianschvindlerman.com.ar/

Los escépticos suman... y siguen

El correo trae una invitación para asistir a la próxima Conferencia Internacional sobre Cambio Climático, que tendrá lugar el 8 de marzo en Nueva York. Patrocinada por el Heartland Institute, un destacado think tank de Chicago, en ella tomarán parte numerosos científicos e investigadores del clima. Las áreas de discusión serán cuatro: climatología, paleoclimatología, alcance del cambio climático y política y economía del cambio climático.
En la edición de 2008 se presentaron ponencias que hablaban de las virtudes y carencias de los modelos climáticos, la sobrevaloración del papel del dióxido de carbono en el cambio climático o las perspectivas ecológicas y demográficas a propósito de la situación de los osos polares. ¿Qué es esto, puede que se pregunte usted, otro foro para dar la voz de alarma sobre la inminente amenaza del calentamiento global?
 
Pues no. Los científicos y expertos que reúne el Heartland Institute no forman en las filas de los agoreros. Es más, lo que hacen es poner en cuestión los vaticinios histéricos, y muchos de ellos se muestran escépticos ante la idea de que la actividad humana tenga un impacto significativo sobre el clima del planeta, o de que pueda calibrarse con una mínima fiabilidad. Así, los hay que sostienen que las temperaturas planetarias alcanzaron un pico en 1998 y que desde entonces están descendiendo. De hecho, los hay que creen que estamos inmersos en un proceso de enfriamiento global. Casi todos argumentan que el clima cambia constantemente, y que nadie sabe si los modelos informáticos que se emplean pueden manejar con eficacia la miríada de factores que intervienen en la variabilidad del clima.
 
Están lejos de tener una opinión monolítica, pero en este punto están todos de acuerdo: al consenso científico no se llega con votaciones a mano alzada, sobre todo cuando se trata de una materia tan novedosa como la ciencia del clima.
 
El escepticismo y la investigación constituyen la esencia del progreso científico. Siempre es legítimo cuestionar el consenso vigente con datos o hipótesis nuevos. Quienes consideran que la disidencia ha de ser sometida a castigo y censura no son aliados de la ciencia, sino algo muy parecido a los fanáticos religiosos.
 
Al Gore.
Lamentablemente, cuando se habla de cambio climático mucha gente está demasiado dispuesta a interpretar el papel de Gran Inquisidor. Por ejemplo, la climatóloga del Weather Channel Heidi Cullen ha recomendado que se revoque la licencia a los climatólogos que expresen dudas acerca del ecoalarmismo. James Hansen, director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales, quiere procesar a los ejecutivos de las petroleras por "crímenes contra la humanidad" si siguen cuestionando "lo que se sabe científicamente" del calentamiento global. Al Gore suele tachar de locos dignos del mayor de los desprecios a quienes no comulgan con su dogma. "Los revisionistas del clima son como los que siguen sin creer que pisamos la Luna", declaró a The Politico hace unos días la portavoz del ex vicepresidente.
 
Pero, como deja claro la lista de oradores que han confirmado su asistencia a la conferencia del Heartland, es Al Gore quien se niega a ver la realidad. Entre los revisionistas que intervendrán en la reunión de marras se cuentan Richard Lindzen, profesor de Meteorología en el Instituto Tecnológico de Massachusetts; Roy W. Spencer, de la Universidad de Alabama, pionero en el seguimiento de las temperaturas globales vía satélite; Stephen McIntyre, principal autor del influyente blog Climate Audit, y el meteorólogo John Coleman, que fundó el Weather Channel en 1982. Puede que no secunden a la mayoría en los debates sobre cambio climático, pero, desde luego, no están solos.
 
De hecho, lo que movió a The Politico a pedir unas palabras a Al Gore fue su decisión de informar sobre el creciente número de disidentes en materia de calentamiento global. "Científicos instan a la precaución en lo relacionado con el cambio climático", titularon; y en el cuerpo de la noticia se podía leer: "La creciente cantidad de pruebas científicas del enfriamiento del planeta, así como otros hallazgos, podría representar una prueba de que la ciencia subyacente al calentamiento global podría ser todavía muy poco consistente como para basar en ella medidas legislativas sobre intercambio de emisiones".
 
El escepticismo va ganando terreno en el panorama mediático. Michael Scott, del Cleveland Plain Dealer, informaba el otro día de que los meteorólogos de todas y cada una de las cadenas de televisión de Cleveland disienten del escenario alarmista. Por su parte, el Edmonton Journal cuenta que en la provincia de Alberta el 68% de los científicos y expertos en clima no cree que el debate sobre las causas del reciente cambio del clima esté cerrado.
 
Así están las cosas. El debate, pues, sigue abierto. Como tiene que ser.
 
 
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.

¿En qué se parecen Mario Vargas Llosa y José Saramago?

Mario Vargas Llosa.
¿En qué se parecen Mario Vargas Llosa y José Saramago? En que ambos son negacionistas de la Shoá. ¿Y en qué se diferencian? En que Saramago ya ganó el Premio Nobel gracias a sus posiciones de izquierda, mientras que Vargas Llosa, que hace ya varias décadas abandonó ese credo, necesita fungir de progresista en algún entuerto para que la Academia no siga pasándole de largo.
Saramago es una de las figuras relevantes del ámbito literario que se han sumado al bando del revisionismo afirmando que la Shoá nunca sucedió. Lo hizo hace unos cuantos años, cuando comparó Ramala, territorio dominado por la Autoridad Palestina, todavía en la era Arafat, con el campo de exterminio de Auschwitz. Ahora Vargas Llosa se suma con un argumento negacionista semejante:
Son esos pobres infelices, niños y viejos y jóvenes, privados ya de todo lo que hace humana la vida, condenados a una agonía tan injusta y tan larval como la de los judíos en los guetos de la Europa nazi, los que estaban siendo masacrados por los cazas y los tanques de Israel, sin que ello sirviera para acercar un milímetro la ansiada paz,
ha escrito en el artículo "Morir en Gaza", publicado por el diario argentino La Nación el pasado día 24, refiriéndose a los habitantes palestinos de Gaza.
 
Lo que Saramago nos dijo entonces, y Vargas Llosa repite ahora, es que la Shoá fue lo siguiente: los judíos no estaban de acuerdo con la existencia de Alemania, por lo tanto atacaron el territorio alemán, desde los países vecinos y con objetivos específicamente civiles, matando una y otra vez civiles alemanes. Frente a esto, Alemania se alzó contra los terroristas judíos y, en el combate, también mató civiles judíos, aunque sus blancos eran exclusivamente militares y siempre fue mayor la proporción de militares enemigos muertos que la de civiles. También avanza Vargas Llosa, con esta comparación, que Alemania intentó varias veces hacer la paz con los judíos, pero estos, conducidos por un liderazgo irredento, se negaron a aceptarla, proponiendo en cambio, una y otra vez, la destrucción de Alemania. Curiosamente, siguiendo la lógica de Vargas Llosa, que compara a los palestinos de Gaza con los judíos de los guetos de la Europa nazi, en la Alemania que nos pinta Vargas Llosa vivían un millón y medio de judíos con plenos derechos, que jamás fueron siquiera molestados por la población no judía de Alemania. (Como viven más de un millón y medio de árabes palestinos, con plenos derechos, en el Israel contemporáneo).
 
Siempre según Vargas Llosa, los judíos de los guetos de Europa tenían acceso a toda la prensa de las democracias occidentales, y de los países del Eje también, como hoy los palestinos de Gaza gozan del apoyo de la mayoría de los medios de comunicación y de los intelectuales del mundo libre, y también de los países dictatoriales como Irán y Siria, y su causa era profusamente difundida y defendida de una punta a otra de la Tierra.
 
Para concluir, según Vargas Llosa, los nazis no fueron los peores enemigos de los judíos en el período 1939-1945, sino que fueron otros países los principales asesinos de judíos, ya que si comparamos a los israelíes con los nazis tendríamos que buscar en la ficción alguna tabla comparativa para los jordanos y los sirios, que mataron muchos más palestinos que los israelíes en mucha menor cantidad de tiempo.
 
La más célebre imagen del Gueto de Varsovia.
En fin, volvamos a la realidad, pues Vargas Llosa, tal vez obnubilado por la necesidad del Nobel, pierde de vista algunos datos que sin duda conoce, aunque más no sea en su condición de telespectador:
 
Los judíos del Gueto de Varsovia dispararon contra los nazis sólo porque no querían morir indefensos; mientras que si los palestinos no disparan contra los israelíes, simplemente los israelíes no disparan. Los judíos del Gueto de Varsovia no tenían la más mínima ilusión de vivir, sólo aspiraban a morir en paz consigo mismos; mientras que los palestinos, desde 1948 y hasta nuestros días, tienen la posibilidad de elegir vivir en su propio Estado, en paz con Israel.
 
En su acceso a los alimentos, a la información y a la salud hay la menor relación entre los palestinos de Gaza y los judíos exterminados en Europa. Bastaría con simples estudios científicos, con una sencilla cuenta matemática.
 
No hace falta negar la Shoá para defender a los palestinos. No hace falta negar la Shoá para atacar a Israel. No sólo si Israel se comportara como los nazis este conflicto nunca hubiera existido, sino que bastaría que Israel se comportara como Jordania o Siria para que este conflicto no existiera. Si existe un conflicto palestino-israelí es precisamente por el comportamiento humanitario de Israel, desde el 48 hasta nuestros días, en contrastante diferencia con las potencias occidentales y árabes en las respectivas fundaciones de sus Estados. De haber perdido Israel una sola de sus guerras, comenzando por la del 48, en la que murió el 1 por ciento de la población judía de entonces, huelga aclarar que no habría conflicto palestino-israelí, porque sencillamente Israel no existiría. Por supuesto, continuarían los conflictos entre los déspotas del Medio Oriente, ya que las matanzas en la zona –por dar sólo un caso: el millón de muertos en la guerra que libraron Irán e Irak en los 80– son mucho más frecuentes y sangrientas que cualquier conflicto árabe-israelí.
 
Nunca, en toda su historia, el ejército del Estado de Israel mató voluntariamente a un niño palestino. Eso no admite discusión. Pero sí podríamos discutir el comportamiento israelí respecto a los derechos humanos de los terroristas.
 
En 1984 dos terroristas palestinos secuestraron un autobús israelí, colmado de pasajeros, que viajaba de Tel Aviv a Ashkelón, con la intención de llevarlo a Gaza. En un control del ejército, luego de un tiroteo, los terroristas fueron neutralizados y el autobús recuperado. El ejército de Israel anunció que los terroristas habían muerto en combate. Los fotógrafos de los periódicos israelíes, sin embargo, advertidos del incidente, alcanzaron a fotografiar a los terroristas vivos, en manos de las autoridades militares israelíes. Las fotografías y la información que contradecía la brindada por el ejército se publicaron al día siguiente en los principales periódicos de Israel.
 
El suceso causó un escándalo nacional. En inglés, un uproar. La opinión pública israelí y los distintos escalafones militares y políticos permanecieron en estado de conmoción hasta que los sospechosos fueron debidamente juzgados y varias carreras, militares y políticas, resultaron arruinadas por aquel evento. La propia prensa libre de Israel obligó a su ejército y a su gobierno a mantenerse en el camino de la legalidad. Los militares y políticos israelíes no intentaron matar a los periodistas que revelaron la verdad: lo que intentaron fue recuperar inmediatamente el camino de la legalidad, incluso contra sus peores enemigos. Y esto no fue antes del 1967, en ese Israel al que Vargas Llosa recuerda –en cada uno de sus artículos– haber defendido; fue en 1984, cuando ya no lo defendía más. Israel sigue siendo el mismo, un país democrático y legal que no sólo no masacra a los palestinos como lo hicieron los nazis con los judíos, sino que intenta, desde 1993, incentivarlos a fundar su propio Estado, separado de Israel y en armónica convivencia no sólo con Israel, sino con su vecinos Egipto y Jordania, quienes los dominaron entre 1948 y 1967 y están mucho menos dispuestos a colaborar con ellos en ningún orden: ni en el de la libre circulación, ni en el económico ni en el político.
 
¿De qué estamos hablando, entonces, cuando comparamos a los palestinos con los judíos y a los israelíes con los nazis? No se está acusando a Israel de nazi, como lo hace Vargas Llosa, por lo que los israelíes hacen; se le acusa de nazi porque el grueso de sus habitantes son judíos. Antes, hasta el 67, cuando Vargas Llosa defendía a Israel, ser nazi era matar judíos; ahora, lo nazi es lo que haga Israel. Si Hamás publicita su propósito de asesinar a todos los judíos del mundo, eso es liberación nacional y social. Pero si Israel mata a un terrorista de Hamás, eso es nazi. No se acusa a los judíos de ser nazis por su comportamiento, sino por ser judíos: para deslegitimar su historia y su presente. Y para negar el pasado en general.
 
La comparación de Vargas Llosa tiene un propósito siniestro: todo el mundo puede ver que Israel no sólo no practica ningún genocidio contra los palestinos, sino que en Cisjordania, donde la Autoridad Palestina ha decidido no disparar más contra civiles israelíes ni poner bombas en Israel, la situación política, social y económica es una de las mejores desde el 2001. Pero los niños y los adolescentes no necesariamente están familiarizados con la Shoá: de modo que creerán, como lo enseña Vargas Llosa, que la Shoá fue una guerra de los judíos contra los alemanes en la cual murieron mil judíos, entre combatientes y civiles, aunque más combatientes que civiles. Lo que hace Israel no es nazi, pero difundir esa falacia lo es.
 
" (…) y una crítica a esos intelectuales progresistas, como Amos Oz y David Grossman, que, antes, solían protestar con energía contra hechos como el bombardeo de Gaza y ahora, tímidamente, reflejando la involución generalizada de la vida política israelí, sólo se animan a reclamar la paz", escribe Vargas Llosa.
 
¿Cuándo han hecho otra cosa Grossman y Oz que no sea reclamar la paz? Oz, en particular, defendió a Israel, como soldado, en el 67, y fue un avanzado en reclamar la división en dos Estados para dos pueblos. Siempre ha mantenido las mismas posiciones, contra viento y marea: defender el derecho de Israel a la existencia y a la seguridad y reclamar la creación de un Estado palestino. ¿Qué deben reclamar Oz y Grossman, según Vargas Llosa, que no sea la paz? ¿Deben reclamar que Israel no se defienda? ¿Qué debería pedir Grossman, que perdió un hijo en la lucha contra los terroristas de Hezbolá, según Vargas Llosa? ¿Por qué está mal que reclamen por la paz?
 
En mi novela Tres mosqueteros un personaje dice, más o menos, que el marxismo es un virus que corroe la inteligencia. Alguna vez Vargas Llosa lo padeció, y luego logró desembarazarse de él. Pero el antisemitismo es un virus mucho más persistente, sobre todo si sirve para fungir de progresista. Vargas Llosa declama: "Nadie me lo ha contado, no soy víctima de ningún prejuicio contra Israel, un país que siempre defendí, y sobre todo cuando era víctima de una campaña internacional orquestada por Moscú, que apoyaba toda la izquierda latinoamericana". La verdad, los judíos que apoyamos la existencia del único Estado judío del mundo, y que sabemos que de él depende nuestra libertad, nuestra seguridad y nuestras vidas, no necesitamos el apoyo de Vargas Llosa, ni en el 67 ni ahora. Sólo necesitamos que no difunda mentiras infamantes. Sólo necesitamos que no niegue la Shoá.
 
 
Marcelo Birmajer, escritor argentino.
http://revista.libertaddigital.com
 
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