George W. Bush, el «halcón», entrega su nido al predicador del diálogo y de la paz mundial. Los tópicos en torno a Bush y a Obama presentan personalidades opuestas, que pueden dejar de serlo cuando la nueva Presidencia entre en acción.
¿Será George W. Bush recordado como el peor presidente de la historia de Estados Unidos? Sólo el tiempo lo dirá. El propio Bush advirtió hace poco a sus críticos que muchos colgaron en su día ese sambenito al presidente de la bomba nuclear sobre Japón, y hoy Harry Truman es uno de los presidentes más celebrados en los manuales de Historia norteamericana (y punto).
Pero Barack Obama llega a la Casa Blanca con una formidable ventaja a su favor. No sólo porque Bush lleva muchos meses con la popularidad por los suelos, apenas un 20 por ciento en los sondeos. También porque el partido demócrata no había disfrutado de tanto poder desde la Segunda Guerra mundial. A la cómoda victoria en las presidenciales suma una amplia mayoría en las dos cámaras del Congreso.
Bush y Obama son dos personalidades en apariencia antitéticas. El último de la saga republicana encarna el fiasco en política exterior —Irak— y en economía —la peor crisis financiera quizá desde la Gran Depresión. El ex senador demócrata de Illinois representa en cambio la juventud, el talento intelectual y, sobre todo, la esperanza. Estos son, «a priori», algunos de los grandes rasgos del contraste entre el presidente saliente y el entrante:
Imaginario político
El uso de la fuerza
George W. Bush llegó a la Casa Blanca en el año 2000 avalado por una reputación de conservador moderado. La dimensión social de la política de Bush hijo ha sido evidente en materia de inmigración y de apertura de su Gabinete a las minorías raciales, pero los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 radicalizaron el pensamiento del líder republicano y su línea de acción. Desde aquel día, para George W. Bush el mundo se partió en dos, aliados y enemigos, en la fantástica batalla global contra el terrorismo, que condujo a los conflictos aún abiertos de Afganistán e Irak.
Obama ha prometido poner fin a las guerras de los Estados Unidos, cerrar la prisión de Guantánamo —erigida ya en símbolo del «unilateralismo norteamericano» y de su uso alternativo del derecho internacional, según le convenga o no— y luchar por restablecer las relaciones amistosas con viejos aliados. El buenismo de Obama contrasta, no obstante, con algunos ramalazos de matonismo (como cuando advirtió que invadiría Pakistán si supiera que allí se esconde Osama bin Laden). En cualquier caso, su filosofía queda opacada por una percepción casi universal: el nuevo presidente va a intentar desentenderse de la política exterior para centrarse en los no pocos problemas internos. La designación de su rival Hillary Clinton como secretaria de Estado es muy reveladora.
En materia de pensamiento económico, Bush y Obama son hijos de sus orígenes ideológicos. George W. Bush, como fiel devoto de Ronald Reagan, ejerció durante sus dos mandatos una política liberal sin fisuras en materia de libertad de comercio y de reducción de impuestos. Su aval del paquete financiero de rescate de bancos y empresas de automóviles fue, al final de su mandato, un gesto de sacrificio en el altar del patriotismo, virtud que nadie —tampoco sus enemigos más acérrimos— ha negado nunca a George W. Bush.
Sensibilidad social
Ricos y pobres ante la crisis
La politica social agranda el foso entre el presidente saliente y el nuevo inquilino de la Casa Blanca. George W. Bush promovió durante sus dos mandatos proyectos a favor de la familia, el matrimonio y la defensa de la vida con medidas como la retirada de los fondos públicos a los programas de promoción del aborto o el rechazo a la investigación con células embionarias. Barack Obama votó, como senador por Illinois, a favor de los proyectos en favor del aborto o contra las limitaciones éticas a la investigación científica. En materia social, Obama pertenece al ala más estricta del partido demócrata. En Europa su parangón sería Rodríguez Zapatero, con la diferencia de que Obama no respalda el matrimonio gay.
Los éxitos de Bush en materia de «compasión» al legislar sobre inmigración no quitan que en el resto de los capítulos sociales su mentalidad fuera típicamente ultraliberal. En cambio, Obama es, por razones también de origen social y racial, un demócrata que cree en la lucha contra la desigualdad y la pobreza, en principio a golpe de talonario público. La meta de lograr un seguro médico universal en Estados Unidos será uno de los grandes desafíos de su Presidencia.
Las creencias
Nuevos conversos
George W. Bush llegó a la Casa Blanca apoyado por una movilización sin precedentes de los grupos cristianos evangélicos. El presidente saliente se considera un converso a la religiosidad de los llamados «born again», nacidos de nuevo, una rama del protestantismo anglosajón en la que prima la experiencia emocional sobre la razón. Esta dimensión religiosa de George W. Bush le ha valido no pocas críticas entre los sectores liberales laicistas, que le han acusado repetidamente de gobernar en política interior y exterior por «fe religiosa ciega» y no con la cabeza.
Barack Obama es también, en cierto modo, un converso tardío. Tras una infancia y juventud ajenas a la religión, abrazó el cristianismo afroamericano en Chicago, donde se bautizó a los 27 años. En cierta ocasión Obama narró su acercamiento a la religión tras descubrir su «poder para provocar el cambio social». El planteamiento pragmático de sus creencias se puso de relieve durante la campaña presidencial, cuando rompió con quien consideraba su mentor espiritual por un sermón en el que Jeremiah Wright criticaba el «poder blanco» en Estados Unidos.
El arte de hablar
De bromas a veras
Barack Obama es un árbol de Navidad para los profesionales del marketing político. Todo en él es buena planta, sonrisa fácil y cautivadora, y un verbo impecable tanto en el estrado como por escrito. A su lado George W. Bush parece un actor de comedia junto al verdadero galán de la película.
Sin embargo, el presidente Bush lograba cercanía, tanto por sus bromas socarronas como por su lenguaje coloquial, en el que el pelo de la dehesa texana parecía haber borrado todo posible rastro del brillo bostoniano de la juventud. George W. Bush habla la jerga del ciudadano de la América profunda, especialmente el de la «Bible Belt», el sur y medio Oeste evangélico. Obama despierta admiración, pero ofrece un modelo inalcanzable para el común de los mortales. Muchos le echan en cara un elitismo propio de las clases altas de nueva Inglaterra, y un tono demasiado académico, más adecuado para las aulas de Harvard o Columbia que para la política.
Estilo de mando
Delegar o no delegar
Bush delegó todo lo que pudo —el estilo «reaganiano» lo imponía—, pero en un círculo cerrado a sus colaboradores más estrechos. Entre ellos destacaron tres: el vicepresidente Cheney, el asesor y «gurú» poítico Karl Rove, y el titular de Defensa Rumsfeld. El presidente Bush era consciente de su impopularidad en aumento, y de que gobernaba en cierto modo sólo para la mitad de los norteamericanos, pero asumió esa situación como un sacrificio que comportaba el cargo. Al igual que Ronald Reagan, mostró siempre una animadversión especial hacia los intelectuales, que alejaba de su entorno para buscar sólo el consejo de sus asesores políticos de cabecera.
Barack Obama promete, en cambio, ser uno de los presidentes menos partidistas de la Historia, y desde la campaña ha dado muestras de un estilo abierto a sectores ajenos a su formación política. Mantendrá, al menos por un tiempo, al ministro de Defensa de Bush, ha elegido a un hombre ajeno a la CIA para dirigir el servicio de inteligencia, y no deja de insistir en que buscará la «excelencia» y no la filiación política. La conciencia de sus propias dotes puede llevar a Obama a delegar menos que Bush, una tentación que llevaría al nuevo presidente a perderse en el detalle de los complejos problemas que le aguardan.
Las raíces
Viaje de ida y vuelta
George W. Bush es un vástago de una de las familias más nobles de Estados Unidos converso al populismo, un urbanita que ha descubierto su vocación de granjero, un producto de Yale y de la Harvard Business School que parece marearse ante la letra impresa.
Barack Hussein Obama ha hecho en cierto modo el recorrido inverso. Como hijo de una mujer blanca de Kansas y de un ciudadano keniano, su destino podría haber sido el de la marginación que experimentan muchos de sus conciudadanos de raíces afroamericanas. Sin embargo, desde sus tempranos años de universidad el ex senador por Illinois tocó ya el cielo de los ambientes más exquisitos de la vida académica, gracias a sus talentos y a una apertura de espíritu adquirida durante sus años de infancia en el extranjero.
Francisco de Andrés, Madrid
ABC - www.abc.es
Nenhum comentário:
Postar um comentário