sábado, 24 de janeiro de 2009

Juan Pablo II y Barack Obama

Hasta el momento al menos, los portavoces del laicismo a ultranza no han dicho ni Pamplona ni pamplinas acerca del papel estelar del Ser Supremo en el advenimiento de Barack Obama. Los mismos que aplauden a rabiar si alguien dispone que se expulse al Crucificado de las aulas, callan ahora -y otorgan, por lo tanto- frente a la inapelable reivindicación de lo sagrado que cimienta y fecunda la democracia de las democracias. ¿Se imaginan que el senador McCain hubiese jurado sobre las Escrituras defender el «american way of life» con la ayuda de Dios y, si es preciso, de las armas? El griterío, a estas alturas, sería insoportable: fanático, carcamal, oscurantista, liberticida, filisteo, arcaico. Pero la doble moral excusa al Gran Colega de lo mismo que acusaría al Gran Hermano. Obama, el redentor, tiene bula y licencia para mirar hacia lo alto puesto que, en realidad, es un profeta de la Historia; única devoción a la que la parroquia descreída no le ha dado la espalda. No es casual el empeño que han puesto en subrayar que fue la Biblia de Abraham Lincoln, en concreto, la que se utilizó en la investidura del líder planetario. Y no es mala añagaza, porque, por mucho que una Biblia -ya fuera la de Lincoln o la del lucero del alba- sea La Biblia y basta, también es verdad que, en este caso, simboliza que se ha saldado, al fin, una cuenta pendiente con la condición humana.

En un documento publicado en 2003, Juan Pablo II («santo subito!», ya saben) se refería a la incertidumbre cultural y a la pérdida de referencias éticas, antropológicas y espirituales que estaban convirtiendo a la sociedad europea en un campo de abrojos, en un organismo anémico, desfibrado y sonámbulo. «La necesidad más urgente -afirmaba en esencia, si es que la desmemoria no ha hecho estragos- es conseguir desembozar el manantial de la esperanza. La esperanza es la clave del futuro en común, el estandarte del presente, la cifra del pasado». Hoy, a raíz del relevo en la cumbre del poder, medio mundo ha suscrito -conscientemente o no- las palabras del Pontífice polaco. Hete aquí que, de pronto, la curia poscristiana ha descubierto que la fe no es sólo un valor-refugio, sino un activo sólido e inalienable. Que el relativismo constituye un «no man´s land», una tierra de nadie yerma e invertebrada. Que el espectacular alarde de cohesión y de respeto, de empuje y confianza, que acaban de endosarnos va más allá del mercadeo imaginario. Que es un reflejo de aquel gobierno virtuoso en el que se sustenta el sueño puritano.

Si la esperanza es la clave del futuro y Obama la representación de la esperanza, el futuro es Obama. ¿Elemental, querido Watson? El silogismo, en efecto, es demasiado elemental y, por añadidura, falso. Lo que está claro, sin embargo, al margen de colores y de personalidades, es que América es la depositaria del futuro mientras Europa titubea en el umbral del infierno del Dante: «Lasciate ogni speranza voi ch´entrate». Alexandr Solzhenitsyn sostenía que cuando los europeos desahuciamos a la divinidad de lo que fue siempre su casa sufrimos una mutilación irreparable. La cicatriz supura todavía y no hay que descartar que llegue a gangrenarse. Huérfanos de convicciones, los ciudadanos de esta ribera del Atlántico nos acunamos en un sopor indiferente que algunos, por mal nombre, denominan tolerancia. No nos cansamos de prestar oídos a los propagandistas de la banalidad arcangélica, de la beatitud ramplona y la piedad bastarda. Queremos dar lecciones de sensatez medrosa y de moderación equidistante a fin de camuflar, dentro de lo que cabe, los lamparones de nuestra irrelevancia.

A los que no han dicho ni Pamplona ni pamplinas por la presencia del Señor en la epifanía de Barack Obama les mueve -o les refrena- la esperanza de cumplir (Pierre Manent «dixit») el máximo objetivo del progresismo exangüe. O sea, convertirse en inspectores de las prisiones norteamericanas. Pues que no pierdan la esperanza, que en eso, en la esperanza, coinciden plenamente Juan Pablo II y el señor Obama.

Tomás Cuesta

www.abc.es

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