El sistema norteamericano de salud dista de ser una fórmula perfecta pero sigue siendo todavía el más eficiente del planeta. Hasta que el intervencionismo del Gran Gobierno no lo termine de estropear, Estados Unidos encierra en sí la mejor infraestructura hospitalaria del mundo, los últimos adelantos terapéuticos y los más eficientes equipos de tecnología médica e innovación investigadora. Y todo ello, además, en manos de los mejores profesionales de la medicina y de investigadores reconocidos y premiados por su labor en las más altas esferas de la investigación médica. Como centro mundial en servicios quirúrgicos, tratamientos de cáncer y todo tipo de patologías y enfermedades, los estadounidenses contamos con servicios líderes en el mundo y con fondos y fundaciones privadas que, con millones de dólares, se dedican a investigar cómo prevenir enfermedades y cómo mejorar la salud del ser humano. Aun así, no puede negarse que la cada vez más invasora presencia del Gran Gobierno está empeorando la situación de los seguros médicos y buscando lamentablemente convertir Estados Unidos en otra Europa socializada en cuanto al sistema sanitario.
Pese a lo que se viene contando desde las catervas antinorteamericanas, el gobierno estadounidense dedica ingentes cantidades de dinero a programas de salud, no sólo dentro de Estados Unidos sino también por todo el mundo, a través de agencias gubernamentales como la “U.S. Agency for Internacional Development” (USAID), dinero procedente de los impuestos que honradamente pagamos los contribuyentes en este país. En lo que toca a comparaciones, basta recordar que los indicadores de la “Organización Mundial de la Salud” incluyen las cifras de media que en dólares per cápita gastan los respectivos gobiernos del mundo. En el año 2005, por ejemplo, en medio de los años presidenciales de George W. Bush, Estados Unidos gastó 2.862 dólares de media per cápita al año. Superó así a países como Australia (que gasta 2.132 dólares), Canadá (2.410), Alemania (2.790), Reino Unido (2.668), Holanda (2.311), Finlandia (2.196), Italia (2.061) y, por supuesto, también a España (1.538). Si se mira por otro lado, en cuanto al porcentaje de gasto gubernamental en servicios de salud respecto al total del gasto total del gobierno, también Estados Unidos supera al resto de países civilizados. Así, mientras Estados Unidos dedica el 21,8% de su presupuesto total a la salud de sus ciudadanos, el resto de los países más adelantados siguen estando por debajo de Estados Unidos en el porcentaje de gasto, incluidos los países europeos y países percibidos a menudo como ejemplares: así Suiza aparece con un gasto para la salud correspondiente al 18,7% de su presupuesto total; Islandia con el 18,3%; Alemania con el 17,6%; Canadá con el 17,5%; Australia con el 17%; Francia con el 16, 6%; Reino Unido con el 16,2%; España con el 15.4%; Italia con el 14,1%... Lo cierto, pues, es que Estados Unidos gasta más dinero en temas de salud que cualquier otra nación desarrollada.
A día de hoy, en Estados Unidos existen varios tipos de planes de seguros de salud que proporcionan múltiples posibilidades y servicios a los 300 millones de ciudadanos norteamericanos. Normalmente, los modelos de seguros sanitarios en este país se sirven de varias formas siendo tres las más comunes. La primera, como uno de los beneficios laborales, a través de una empresa u organización, y que incluye también la extensión de dichos beneficios durante la jubilación. La segunda, a través de programas financiados por el Gobierno, tales como “Medicaid” y “Medicare”, que son aplicables a ciudadanos con ingresos muy bajos y a personas mayores de 65 años o individuos discapacitados. Mientras el primero es un programa federal también financiado con ayuda de los estados, el segundo es administrado a nivel estatal. A todo eso se añade el llamado “State Children's Health Insurance Program”, que está dirigido a cubrir los seguros infantiles de niños y niñas cuyas familias tienen un ingreso demasiado alto para entrar en el programa de “Medicaid”, pero demasiado bajo para poderse pagar un seguro privado. La tercera forma es a través de la compra privada de seguro médico, que es la fórmula empleada normalmente por los trabajadores autónomos. El Gobierno Federal cuenta con diversas páginas donde se detalla toda la información, como la del Departamento de Salud y Servicios Humanos o la del Centro de Información de Salud Nacional, por citar sólo dos ejemplos.
Solemos leer y escuchar que hay millones de norteamericanos sin seguro médico y que Estados Unidos ejemplifica ese capitalismo "salvaje" tan manido y aprovechado por hipócritas como Michael Moore y libelos como su película “Sicko”. Jorge Mestre ya respondió con acierto a las alegaciones de Moore al hilo de los datos verídicos de la sanidad en Estados Unidos. La realidad es que en los datos de la Oficina del Censo en el año 2003, por ejemplo, se contabilizaba que, en números redondos, el 60% de la población norteamericana estaba cubierta por un seguro de salud a través de su empleo y su empresa; el 26% estaba cubierta por un seguro de salud ligado al gobierno, y el restante 14% estaba sin seguro. De estos últimos, resulta una falacia afirmar que todos los ciudadanos que están sin seguro es porque no pueden obtenerlo económicamente, pues son muchos los norteamericanos que, bien por su juventud o por deseo expreso, no quieren pagar a una aseguradora, ni tampoco esperan que el Gran Gobierno les pague el seguro. Es parte de la mentalidad norteamericana, muy distinta a la sopa boba que la socialdemocracia reparte por Europa y que ahora los Demócratas, con Barack Obama a la cabeza, quieren traer a Estados Unidos aumentando aún más el gasto ya existente por parte del Gobierno y cargando a la ciudadanía con más impuestos todavía. Se trata, en fin, de generar más dependencia del ciudadano de a pie respecto al Gran Gobierno. Cuando los Clinton intentaron en los noventa nacionalizar la sanidad y hacerla pública, los norteamericanos se opusieron a ello. Hoy las cosas han cambiado y se quiere vender la matraca de que la sanidad norteamericana requiere de la urgente intervención del Gobierno cuando ya hemos visto que éste ya está gastando más de lo que se cree en este particular.
Aun así, y contra el argumento de que la nacionalización del sistema de salud es algo necesario, lo que realmente hace falta no es tanto subsidiar los seguros o controlar la sanidad desde el Gobierno. Lo ideal, y lo que sabemos que funciona, es ofrecer a la ciudadanía una mayor libertad para elegir sus seguros médicos mediante la potenciación de la competitividad comercial entre la oferta de seguros y a fin de garantizar precios más bajos a cambio de mejores programas. Los números antes expuestos confirman que, contra lo que se cree, Estados Unidos dedica más dinero del que se piensa en salud pública y eso, a la larga, y con la progresiva jubilación de los "baby boomers" generará un déficit económico demoledor y que puede evitarse si el Gobierno deja de inmiscuirse tanto en este tipo de cuestiones. La cada vez mayor presencia e implicación del insaciable Gran Gobierno en los temas de los seguros médicos de cada ciudadano está generando enormes subsidios que salen de los impuestos de los contribuyentes, con costos que no se corresponden con la realidad y que se inflan a menudo precisamente por haberse institucionalizado y socializado partes de ese sistema sanitario bajo el ala gubernamental. Cada vez que se oyen llamadas a la “salud pública universal”, lo que hay detrás es la voluntad por parte de una banda de burócratas y políticos de controlar el sistema sanitario, imponer regulaciones y cuotas encaminadas a tener prisionero al ciudadano y privarle de su libertad de escoger.
Si somos fieles con los principios constitucionales de Estados Unidos, la lectura de dicho documento muestra que en ningún lugar de la Constitución Americana se indica que el ciudadano tiene el derecho a recibir servicio sanitario pagado por el Gobierno, o sea con el dinero de otros contribuyentes. Y aun así, no hay ni un solo ciudadano norteamericano al que se le haya negado la asistencia médica en urgencias. Esa noble y humana voluntad de ayudar al prójimo resulta encomiable y está también en la raíz de esta nación, pero nunca debe ser impuesta. Por eso cabe estar en contra de la nacionalización de la salud y preferir la opción individual y la responsabilidad personal por parte de cada ciudadano. Hoy sabemos empíricamente el tremendo fracaso práctico y el expolio económico que supone la salud pública socializada en otros países civilizados del planeta. Estados Unidos ha entrado ya en esa peligrosa espiral. De lo que debe hablarse, y lamentablemente eso no lo tratará el nuevo Congreso de EEUU, ni tampoco el nuevo Presidente recién elegido, es de bajar los precios de los seguros médicos y de no caer en la falsa premisa de que el Gobierno debe “cubrir” a cada ciudadano. Esa bajada de precios se genera mediante la competitividad, el libre mercado en el sistema de salud. De este modo, los médicos no dependerían de enrevesados sindicatos y de abominables regulaciones y tendrían opciones de proporcionar mejores servicios a precios más bajos pero más rentables para ellos, lejos de la burocracia de grandes seguros y la intervención de grupos de interés y del Gobierno. El caso del Dr. Robert Berry, un médico de Tennessee es un ejemplo al respecto de cómo la iniciativa privada genera éxitos también en el ámbito de la salud.
Suprimiendo la burocracia y las excesivas regulaciones gubernamentales, el ciudadano puede optar así a mejores seguros de salud, a precios más bajos. Esta y no otra debe ser la labor de cualquier reforma de la sanidad. Hace falta, en fin, eliminar impuestos innecesarios y escondidos que se cargan a la cuenta de los ciudadanos a la hora de adquirir seguros médicos y que sólo logran aumentar los precios e incrementar el número de personas que no pueden acceder a esa cobertura médica. Falta también fomentar la prevención mediante incentivos, así como promover planes más flexibles para cubrir las necesidades de seguro médico de las personas. A todo eso, además, cabe añadir la práctica extendida de ventajas fiscales que motiven a las empresas a adquirir pólizas de seguros con propiedad individual para empleados con bajos ingresos.
Como indicábamos al inicio, el sistema norteamericano de salud dista de ser todavía perfecto, ya lo hemos dicho, pero está muy por encima de lo que se observa en otros países por mucho que se quieran adornar las cosas. Sería deseable establecer, eso sí, nuevas fórmulas para evitar el excesivo intervencionismo gubernamental en materia de seguros de salud. La llegada de las mayorías Demócratas en el Congreso con el control de la Casa Blanca a partir de enero de 2009 supondrán un intento de socializar y nacionalizar la salud norteamericana y hacerla pública y dependiente del Gran Gobierno. Por eso, figuras políticas como el Republicano Bobby Jindal, el actual Gobernador de Luisiana y experto en cuestiones de salud, resultan claves para lanzar importantes ideas para reformar verdaderamente el tema sanitario, con propuestas muy distintas a las recetas socializantes y al excesivo gasto que el gobierno incurre en este particular y que el mundo entero parece ignorar. A su vez, contamos también con soluciones reales planteadas por grupos como el Center for Health Transformation, fundado por Newt Gingrich, con soluciones reales para el ciudadano. A la vista de todo esto, y de otros puntos en común que tienen estos dos políticos, a uno no le sorprendería nada -y eso sería para bien- que Newt Gingrich y Bobby Jindal pudieran liderar una posible alianza de cara a 2012. Pero esto sería tema para otra entrada.
Pese a lo que se viene contando desde las catervas antinorteamericanas, el gobierno estadounidense dedica ingentes cantidades de dinero a programas de salud, no sólo dentro de Estados Unidos sino también por todo el mundo, a través de agencias gubernamentales como la “U.S. Agency for Internacional Development” (USAID), dinero procedente de los impuestos que honradamente pagamos los contribuyentes en este país. En lo que toca a comparaciones, basta recordar que los indicadores de la “Organización Mundial de la Salud” incluyen las cifras de media que en dólares per cápita gastan los respectivos gobiernos del mundo. En el año 2005, por ejemplo, en medio de los años presidenciales de George W. Bush, Estados Unidos gastó 2.862 dólares de media per cápita al año. Superó así a países como Australia (que gasta 2.132 dólares), Canadá (2.410), Alemania (2.790), Reino Unido (2.668), Holanda (2.311), Finlandia (2.196), Italia (2.061) y, por supuesto, también a España (1.538). Si se mira por otro lado, en cuanto al porcentaje de gasto gubernamental en servicios de salud respecto al total del gasto total del gobierno, también Estados Unidos supera al resto de países civilizados. Así, mientras Estados Unidos dedica el 21,8% de su presupuesto total a la salud de sus ciudadanos, el resto de los países más adelantados siguen estando por debajo de Estados Unidos en el porcentaje de gasto, incluidos los países europeos y países percibidos a menudo como ejemplares: así Suiza aparece con un gasto para la salud correspondiente al 18,7% de su presupuesto total; Islandia con el 18,3%; Alemania con el 17,6%; Canadá con el 17,5%; Australia con el 17%; Francia con el 16, 6%; Reino Unido con el 16,2%; España con el 15.4%; Italia con el 14,1%... Lo cierto, pues, es que Estados Unidos gasta más dinero en temas de salud que cualquier otra nación desarrollada.
A día de hoy, en Estados Unidos existen varios tipos de planes de seguros de salud que proporcionan múltiples posibilidades y servicios a los 300 millones de ciudadanos norteamericanos. Normalmente, los modelos de seguros sanitarios en este país se sirven de varias formas siendo tres las más comunes. La primera, como uno de los beneficios laborales, a través de una empresa u organización, y que incluye también la extensión de dichos beneficios durante la jubilación. La segunda, a través de programas financiados por el Gobierno, tales como “Medicaid” y “Medicare”, que son aplicables a ciudadanos con ingresos muy bajos y a personas mayores de 65 años o individuos discapacitados. Mientras el primero es un programa federal también financiado con ayuda de los estados, el segundo es administrado a nivel estatal. A todo eso se añade el llamado “State Children's Health Insurance Program”, que está dirigido a cubrir los seguros infantiles de niños y niñas cuyas familias tienen un ingreso demasiado alto para entrar en el programa de “Medicaid”, pero demasiado bajo para poderse pagar un seguro privado. La tercera forma es a través de la compra privada de seguro médico, que es la fórmula empleada normalmente por los trabajadores autónomos. El Gobierno Federal cuenta con diversas páginas donde se detalla toda la información, como la del Departamento de Salud y Servicios Humanos o la del Centro de Información de Salud Nacional, por citar sólo dos ejemplos.
Solemos leer y escuchar que hay millones de norteamericanos sin seguro médico y que Estados Unidos ejemplifica ese capitalismo "salvaje" tan manido y aprovechado por hipócritas como Michael Moore y libelos como su película “Sicko”. Jorge Mestre ya respondió con acierto a las alegaciones de Moore al hilo de los datos verídicos de la sanidad en Estados Unidos. La realidad es que en los datos de la Oficina del Censo en el año 2003, por ejemplo, se contabilizaba que, en números redondos, el 60% de la población norteamericana estaba cubierta por un seguro de salud a través de su empleo y su empresa; el 26% estaba cubierta por un seguro de salud ligado al gobierno, y el restante 14% estaba sin seguro. De estos últimos, resulta una falacia afirmar que todos los ciudadanos que están sin seguro es porque no pueden obtenerlo económicamente, pues son muchos los norteamericanos que, bien por su juventud o por deseo expreso, no quieren pagar a una aseguradora, ni tampoco esperan que el Gran Gobierno les pague el seguro. Es parte de la mentalidad norteamericana, muy distinta a la sopa boba que la socialdemocracia reparte por Europa y que ahora los Demócratas, con Barack Obama a la cabeza, quieren traer a Estados Unidos aumentando aún más el gasto ya existente por parte del Gobierno y cargando a la ciudadanía con más impuestos todavía. Se trata, en fin, de generar más dependencia del ciudadano de a pie respecto al Gran Gobierno. Cuando los Clinton intentaron en los noventa nacionalizar la sanidad y hacerla pública, los norteamericanos se opusieron a ello. Hoy las cosas han cambiado y se quiere vender la matraca de que la sanidad norteamericana requiere de la urgente intervención del Gobierno cuando ya hemos visto que éste ya está gastando más de lo que se cree en este particular.
Aun así, y contra el argumento de que la nacionalización del sistema de salud es algo necesario, lo que realmente hace falta no es tanto subsidiar los seguros o controlar la sanidad desde el Gobierno. Lo ideal, y lo que sabemos que funciona, es ofrecer a la ciudadanía una mayor libertad para elegir sus seguros médicos mediante la potenciación de la competitividad comercial entre la oferta de seguros y a fin de garantizar precios más bajos a cambio de mejores programas. Los números antes expuestos confirman que, contra lo que se cree, Estados Unidos dedica más dinero del que se piensa en salud pública y eso, a la larga, y con la progresiva jubilación de los "baby boomers" generará un déficit económico demoledor y que puede evitarse si el Gobierno deja de inmiscuirse tanto en este tipo de cuestiones. La cada vez mayor presencia e implicación del insaciable Gran Gobierno en los temas de los seguros médicos de cada ciudadano está generando enormes subsidios que salen de los impuestos de los contribuyentes, con costos que no se corresponden con la realidad y que se inflan a menudo precisamente por haberse institucionalizado y socializado partes de ese sistema sanitario bajo el ala gubernamental. Cada vez que se oyen llamadas a la “salud pública universal”, lo que hay detrás es la voluntad por parte de una banda de burócratas y políticos de controlar el sistema sanitario, imponer regulaciones y cuotas encaminadas a tener prisionero al ciudadano y privarle de su libertad de escoger.
Si somos fieles con los principios constitucionales de Estados Unidos, la lectura de dicho documento muestra que en ningún lugar de la Constitución Americana se indica que el ciudadano tiene el derecho a recibir servicio sanitario pagado por el Gobierno, o sea con el dinero de otros contribuyentes. Y aun así, no hay ni un solo ciudadano norteamericano al que se le haya negado la asistencia médica en urgencias. Esa noble y humana voluntad de ayudar al prójimo resulta encomiable y está también en la raíz de esta nación, pero nunca debe ser impuesta. Por eso cabe estar en contra de la nacionalización de la salud y preferir la opción individual y la responsabilidad personal por parte de cada ciudadano. Hoy sabemos empíricamente el tremendo fracaso práctico y el expolio económico que supone la salud pública socializada en otros países civilizados del planeta. Estados Unidos ha entrado ya en esa peligrosa espiral. De lo que debe hablarse, y lamentablemente eso no lo tratará el nuevo Congreso de EEUU, ni tampoco el nuevo Presidente recién elegido, es de bajar los precios de los seguros médicos y de no caer en la falsa premisa de que el Gobierno debe “cubrir” a cada ciudadano. Esa bajada de precios se genera mediante la competitividad, el libre mercado en el sistema de salud. De este modo, los médicos no dependerían de enrevesados sindicatos y de abominables regulaciones y tendrían opciones de proporcionar mejores servicios a precios más bajos pero más rentables para ellos, lejos de la burocracia de grandes seguros y la intervención de grupos de interés y del Gobierno. El caso del Dr. Robert Berry, un médico de Tennessee es un ejemplo al respecto de cómo la iniciativa privada genera éxitos también en el ámbito de la salud.
Suprimiendo la burocracia y las excesivas regulaciones gubernamentales, el ciudadano puede optar así a mejores seguros de salud, a precios más bajos. Esta y no otra debe ser la labor de cualquier reforma de la sanidad. Hace falta, en fin, eliminar impuestos innecesarios y escondidos que se cargan a la cuenta de los ciudadanos a la hora de adquirir seguros médicos y que sólo logran aumentar los precios e incrementar el número de personas que no pueden acceder a esa cobertura médica. Falta también fomentar la prevención mediante incentivos, así como promover planes más flexibles para cubrir las necesidades de seguro médico de las personas. A todo eso, además, cabe añadir la práctica extendida de ventajas fiscales que motiven a las empresas a adquirir pólizas de seguros con propiedad individual para empleados con bajos ingresos.
Como indicábamos al inicio, el sistema norteamericano de salud dista de ser todavía perfecto, ya lo hemos dicho, pero está muy por encima de lo que se observa en otros países por mucho que se quieran adornar las cosas. Sería deseable establecer, eso sí, nuevas fórmulas para evitar el excesivo intervencionismo gubernamental en materia de seguros de salud. La llegada de las mayorías Demócratas en el Congreso con el control de la Casa Blanca a partir de enero de 2009 supondrán un intento de socializar y nacionalizar la salud norteamericana y hacerla pública y dependiente del Gran Gobierno. Por eso, figuras políticas como el Republicano Bobby Jindal, el actual Gobernador de Luisiana y experto en cuestiones de salud, resultan claves para lanzar importantes ideas para reformar verdaderamente el tema sanitario, con propuestas muy distintas a las recetas socializantes y al excesivo gasto que el gobierno incurre en este particular y que el mundo entero parece ignorar. A su vez, contamos también con soluciones reales planteadas por grupos como el Center for Health Transformation, fundado por Newt Gingrich, con soluciones reales para el ciudadano. A la vista de todo esto, y de otros puntos en común que tienen estos dos políticos, a uno no le sorprendería nada -y eso sería para bien- que Newt Gingrich y Bobby Jindal pudieran liderar una posible alianza de cara a 2012. Pero esto sería tema para otra entrada.
Alberto Acereda
http://www.albertoacereda.org
Publicado en Libertad Digital: 17/11/08
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