A muchos creyentes, sean cristianos o de otra religión, les hiere profundamente que por su ciudad circulen autobuses públicos, pagados por el contribuyente, con la frase «Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida». Pero no es imprescindible profesar una fe religiosa para sentirse molesto por una campaña que esconde mucho más de lo que dice, que utiliza el espacio público para agredir con un eslogan despectivo los sentimientos de la mayoría de los ciudadanos y que en tiempos de crisis no duda en emplear fondos procedentes, en parte, de subvenciones oficiales.
A los primeros que ofende es a los 827.000 mil hogares españoles cuyos miembros están todos en paro. Que desde un autobús se les inste a no preocuparse y a «disfrutar de la vida», es un sarcasmo cruel. Equiparar la inexistencia de Dios al goce de vivir es un insulto a la precaria condición laboral de tres millones y medio de trabajadores. Si ser ateo asegurara una vida regalada, Dios sería el primero en dimitir de su cargo. Lo que sucede es que, en el fondo, esta insólita campaña no tiene por objeto predicar el ateísmo y menos aún fomentar la reflexión sobre la condición trascendente del hombre, sino promover el descrédito del cristianismo, que es cosa bien distinta y para lo que nunca faltan entusiastas «hooligans» entre los progres.
No es casual que los autobuses sólo circulen en las capitales de mayoría cristiana; seguramente sus aguerridos promotores no se atreven a hacer lo mismo en Rabat, Gaza o Damasco, sin ir más lejos, con un eslogan que dijera: «Probablemente Alá no existe. Mujer, deja de preocuparte y disfruta de la vida». En todo caso, el debate sobre Dios es lo bastante serio como para confiarlo a unos publicistas que ni siquiera aciertan con la sintaxis: el eslogan tiene una falta sintáctica de primero de la ESO. Probablemente su formación general básica no exista.
Sostenía Kant que un ateo es un teólogo en dirección contraria, con ejemplos tan geniales de «kamikaze» como Nietzsche. Pero entre el «Dios ha muerto» de éste y el eslogan del autobús hay un retroceso intelectual de siglos.
J. A. Gundín
www.larazon.es
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