terça-feira, 20 de janeiro de 2009

El poder de un hombre tranquilo ante los retos del siglo XXI


... Dicen de él las personas que le son cercanas que Obama es ante todo un hombre tranquilo. Ante los desafíos que se le van planteando, actúa siempre con un optimismo muy contenido buscando la solución más pragmática, escuchando todas las alternativas ofrecidas por sus asesores...

Frente a los impresionantes desafíos de estos turbulentos principios del siglo XXI, un solo hombre concentra en su persona una gran parte de la ilusión que subsiste en la raza humana. Para los poseedores de esa ilusión es bueno saber que Obama -que hoy toma posesión como 44º Presidente de los EE.UU.- va a ser sin ninguna duda uno de los mandatarios más influyentes de la historia universal reciente.

Como decía el editorial de un periódico estadounidense, la esencia de ese poder emana ante todo de sus cualidades personales. Hasta sus más enconados críticos reconocen su carisma, rigor intelectual, estatura moral y capacidad para tomar decisiones claras, meditadas y cuidadosas. Dicen de él las personas que le son cercanas que Obama es ante todo un hombre tranquilo. Ante los desafíos que se le van planteando, actúa siempre con un optimismo muy contenido buscando la solución más pragmática, escuchando todas las alternativas ofrecidas por sus asesores, sin dejarse llevar por las circunstancias de cada momento ni por ideales políticos preconcebidos. Y esta serenidad le otorga un inmenso magnetismo personal.

Desde un punto de vista más coyuntural, el poder de Obama procede, claro está, de su victoria en las elecciones de noviembre donde ganó con una mayoría arrolladora, landslide le llaman allí, 7 millones de votos más, 365 votos electorales frente a 173 de McCain. Pero lo que le hace diferente a otros presidentes estadounidenses anteriores es el hecho de no deber su cargo a nadie. No se lo debe a los cuadros tradicionales del partido demócrata, que apoyaron a Hillary desde un principio, no se lo debe a un presidente saliente. Mucho más importante que esto, Obama no le debe el cargo a los grupos de presión, a grandes donantes, o a los lobbys. Su campaña, que ha levantado más de 600 millones de dólares, se ha financiado admirablemente mediante pequeñas contribuciones de millones de simpatizantes, sin contar con otro padrinaje que el de las nuevas tecnologías. Su historia personal, tan desarraigada, hace que incluso no tenga apenas mentores ideológicos o grupos de cercanía, clanes familiares o de amistad, que puedan influir en sus decisiones. Su carrera política tiene 12 años de historia, 8 como senador del Estado de Illinois, pero tan solo 3 como el quinto senador federal afroamericano en la historia. Obama tiene pocas raíces, y menos servidumbres. Por si eso fuera poco, Obama tiene mayoría demócrata en ambas cámaras, una mayoría absoluta en el Congreso (235 representantes demócratas frente a 199 republicanos), y mayoría también en el Senado. En el Senado el partido demócrata tiene 59 miembros sobre 100. Aunque no tiene la mayoría de bloqueo que le otorgaría llegar a 60 senadores (Filbuster), el peligro de los republicanos de perder un senador es muy grande. Además, en contra de lo que ha pasado tradicionalmente, donde congresistas y senadores protegen más los intereses de los votantes de su Estado o circunscripción a la que se deben, que los intereses del partido, esta vez, el mismo movimiento popular que ha impulsado a Obama, la maquinaria electoral que ha puesto en marcha, puede reactivarse fácilmente para trasmutar los intereses regionales y particulares de congresistas y senadores demócratas en intereses generales de toda la nación liderados por su presidente.

A este poder interno, se le une el poder exterior como única superpotencia. Como es bien sabido, EE.UU. mantiene su hegemonía geoestratégica mundial con un poder duro, el militar, y un poder blando, la capacidad de influencia, como se suele decir en términos diplomáticos. Su poder duro se mantiene intacto, pese a la creencia popular, al menos para la guerra convencional. El arsenal militar estadounidense y su alcance global, es hoy en día inigualable. Con sus 11 portaviones nucleares, sus misiles de largo alcance, convencionales y nucleares, los sofisticados sistema de satélites y su presencia física en 158 países, con bases, nunca hay que olvidarlo, en más de 60, los EE.UU. han terminado con la guerra convencional, en la que no van a tener adversario por décadas, con independencia de su capacidad de ocupación o de ganar la guerra de guerrillas que, como vemos en Irak y en Afganistán, es más limitada. Pero por otra parte está el poder blando (el soft power), que efectivamente se había deteriorado en los últimos años. El poder blando que va a ejercer Obama será también enorme. El mensaje que se ha enviado al mundo con su triunfo el día 4 de noviembre, es el mejor golpe de marketing, el más poderoso mensaje de diplomacia que jamás se haya dado por una nación en la historia. Estoy de acuerdo con muchos analistas que Obama va a defraudar muchas expectativas, porque estas son tan altas, y los problemas a los que tiene que enfrentarse tan grandes, que siendo un simple hombre difícilmente podrá mantener intacto el crédito que tiene a día de hoy. Pero aún así, el mensaje de que un mulato, hijo de un negro keniata y una blanca de Kansas, educado en Indonesia y Hawai, con un impresionante bagaje intelectual pero con escasa experiencia política, y llamado Barack Hussein Obama, llegó a ser elegido presidente de los EE.UU. el pasado 4 de noviembre permanecerá en la conciencia colectiva por generaciones. El mensaje de que cualquier persona, por muy extraña que sea su biografía personal, sus orígenes o el color de su piel puede llegar a lo más alto, y el mensaje de que esto pasa en una nación, que si está donde está, es por su meritocracia, por permitir la escalada social de los más aptos. Ese mensaje le va a dar un enorme poder blando a los EE.UU., y un enorme poder a su carismático y pragmático nuevo presidente.

Y todo ese poder extraordinario le va a ser muy útil al nuevo presidente. Los retos que se le plantean son realmente ciclópeos. La agenda para el nuevo inquilino de la Casa Blanca es realmente complicadísima: terrorismo, proliferación nuclear, guerras de Irak y Afganistán, cambio climático, competencia comercial de China e India, populismo en Iberoamérica, el conflicto eterno en Oriente Medio -hoy funestamente rebrotado-, el desafío de una Rusia embravecida, y un largo etcétera.

A esta abultadísima agenda futura se le ha añadido como cuestión prioritaria la situación financiera y económica que atraviesan Estados Unidos y el mundo. El nuevo presidente se va a ver abocado a reinventar la relación entre el capital y la sociedad y a reinventar las relaciones financieras internacionales. Tendrá que ser el Franklin Delano Roosevelt de los años 30 con su «New Deal», pero, al mismo tiempo, el Franklin Delano Roosevelt de los 40, dispuesto a liderar un nuevo «Bretton Woods».

La nueva Administración deberá llevar a cabo una limpieza moral del sistema y su revitalización, tendrá que encajar una dura y larga recesión, y fijar las reglas con las potencias emergentes, seguramente poniendo nuevas normas a la globalización. Tendrá que establecer equilibrios entre las necesidades de financiación y la pérdida de soberanía y hacer frente a la quiebra de países aliados, e incluso de estados, condados y ciudades de su propia nación. Deberá elevar el déficit público a un nivel sin precedentes, e invertir más de 800.000 millones de dólares en un plan de choque ya anunciado para crear puestos de trabajo. Pasados los dos primeros años, tendrá que aumentar los impuestos y rebajar el gasto publico, y tendrá que determinar, como modelo a seguir en todo el mundo occidental, el papel del Estado en determinados aspectos de la economía.

Y, estoy seguro, saldrá de todo ello con un balance positivo, y antes que muchos otros países, pues los EE.UU. tienen un mercado laboral muy flexible, una economía extremadamente diversificada, una pulsión emprendedora única y conservan un claro liderazgo en tecnología, ciencia y educación.

Obama va a ser un presidente muy poderoso y también tremendamente ocupado, que va ha adoptar decisiones pragmáticas y alejadas de cualquier demagogia. Su excelente eslogan electoral, Yes we can, le ayudó a llegar donde hoy está. Por el bien de la Humanidad, esperemos todos que sí pueda.

Jaime Malet
Presidente de la Cámara de Comercio de los EE.UU.

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