Obama juró su cargo de presidente poniendo la mano derecha sobre la biblia de Lincoln. Esto ocurrió en una nación plurireligiosa y multiétnica. Pero nadie protestó. No prometió, ese subterfugio de los laicistas, sino que puso a Dios por testigo de que se comprometía a cumplir la Constitución, un compromiso sagrado mucho más fuerte que la simple promesa. Y nadie protestó por ello. En la misma fórmula oficial del juramento se cuenta expresamente “con la ayuda de Dios”. Y, que se sepa, tampoco han protestado los ateos norteamericanos. Y antes de la histórica toma de posesión del martes, acudió a un acto religioso cristiano. Y nadie le criticó por ello.
No hubo un solo gesto partidista, sino todo lo contrario. Demócratas y republicanos aplaudieron al nuevo presidente, almorzaron juntos y se disponen a trabajar unidos para sacar al país y al mundo de la crisis. Blancos y negros, cristianos, judíos, musulmanes, budistas o agnósticos alzaron sus manos unidas y aplaudieron el acontecimiento. Los partidos redujeron su papel a ser cauces de participación política, no banderías enfrentadas e irreconciliables. La política, en esta solemne celebración de Washington, adquirió toda su grandeza y autenticidad. Uno observaba inevitablemente el contraste con lo que ocurre aquí y se sentía avergonzado.
Todo el mundo ha vivido este momento con esperanza. Los propulsores del antiamericanismo, los retroprogres del mundo mediático y cultural, que siguen pavoneándose entre nosotros, la mayoría arrimados al pesebre, deben de estar a estas horas profundamente avergonzados, al comprobar la tremenda vitalidad de la democracia y la libertad en los Estados Unidos de América. Pero me temo que no cambiarán, seguirán con los estereotipos antirreligiosos y apoyando a gobernantes insolventes, no dejarán de llamar ultraconservador al que vaya a misa o se confiese católico, ni serán capaces de desprenderse de su concepción de la política como una lucha irreconciliable entre “los míos” y “los otros”, lo mismo que los más forofos de los equipos de fútbol de la capital.
No tengo más remedio que resaltar las siguientes palabras del histórico discurso de Barack Obama: “Valores como el trabajo duro y la honestidad, el coraje y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo son cosas viejas, pero verdaderas. Hoy se requiere el retorno a esa verdades. Lo que se requiere ahora de nosotros es una nueva era de responsabilidad”. Son palabras que ayudan a levantar la esperanza. Su mensaje es creíble, es fiable. Todo lo contrario de lo que ocurre hoy con nuestros gobernantes, que hace tiempo que no inspiran ninguna confianza.
Abel Hernández - www.diarioya.es
Nenhum comentário:
Postar um comentário