domingo, 25 de janeiro de 2009

La era de la responsabilidad

El presidente Barack Obama ha dado un discurso responsable llamando a «una nueva era de responsabilidad» que tiene que incluir una retirada «responsable» de Irak. De pie ante la fachada oeste del Capitolio, no estaba en su momento más entusiasta ni más inspirador, mientras hacía en tono sobrio un llamamiento en favor de un nuevo «espíritu de servicio» que renueve Estados Unidos y, a través de él, el mundo.

Yo estaba sentado a nueve metros de distancia y me sentí conmovido pero no transportado. A lo mejor era ésa la intención. Hay demasiado trabajo que hacer como para entregarse a las florituras de la gran retórica.

El día era luminoso pero gélido. Los trombones de la Banda de la Marina centelleaban bajo la luz implacable. El sol proseguía su lento camino circular hacia el cénit, aunque parecía enfriarse, como si la propia naturaleza se hubiese quedado quieta. Una multitud de más de un millón de personas que tiritaban de frío se extendía a lo largo del National Mall en dirección al Lincoln Memorial. Pero el Gran Liberador, libertador de esclavos durante una guerra terrible, era ignorado en silencio, como también lo era el gentío.

Los símbolos, como la catarsis nacional, eran capaces de hablar por sí mismos, de igual modo que las 21 salvas en honor a un presidente afroamericano contenían su propia elocuencia. Éste ha sido un discurso inaugural austero, desprovisto de alusiones a su contexto, casi incorpóreo. Aun así, encerraba frases y señales llenas de fuerza que en conjunto constituían un intento de reinventar una nación en crisis.

La palabra «paz» aparecía cuatro veces, como en la frase «Estados Unidos debe desempeñar su papel de heraldo de una nueva era de paz». A su predecesor no le gustaba la palabra «paz», que, por algún motivo, le olía a debilidad. Rara vez la empleaba.

Pero, inmerso en dos guerras y con las arcas públicas vacías, Estados Unidos tiene un interés estratégico urgente por promover la paz allí donde pueda. De ahí la breve alusión de Obama al mundo musulmán que debería retumbar en Teherán: «Os echaremos una mano si estáis dispuestos a aflojar el puño».

A EE.UU. lo ha definido de nuevo como «una nación de cristianos y musulmanes, de judíos e hindúes, y de no creyentes». Durante los últimos ocho años, la política estadounidense ha estado poseída por una especie de inherencia cristiana: desde la renacida línea directa con Dios del ex-presidente hasta sus posturas fundamentalistas en asuntos como la investigación con células madre, pasando por sus desafortunadas menciones de una «cruzada». La alusión de Obama a los ateos ha devuelto la religión al lugar en que debe estar, como una elección personal más que un credo político.

Otra pequeña frase -«Devolveremos la ciencia al lugar que le corresponde»- también parecía encaminada a detener la invasión religiosa de la vida pública y confinar la locura antidarwinista de la extrema derecha cristiana.

Mientras el Dow retrocedía otros 400 puntos o, lo que es lo mismo, más de un 4 por ciento, Obama hablaba sobre el libre mercado en unos términos mucho más cautelosos de lo que es habitual en un dirigente estadounidense. «La cuestión que tenemos ante nosotros tampoco es la de si el mercado es una fuerza benéfica o maligna», decía, e instaba a observar el mercado con un «ojo alerta».

Esto es un reconocimiento de los hechos: se ha producido una intervención masiva del Estado y se avecina un paquete de estímulos económicos de 635.000 millones de euros en forma de bajadas de impuestos y obras públicas. Pero también era una señal de que, con Obama, va a surgir un Estados Unidos mucho menos ideológico, uno que hablará menos de la misión de propagar la libertad, la democracia y el libre mercado en el mundo. Llamémoslo la nueva humildad de EE.UU.

Obama ha prometido derrotar a aquellos que «pretenden alcanzar sus objetivos infundiendo terror»". Fíjense en que «terror» ha dejado de ser una amorfa ideología yihadista -la guerra contra el terrorismo- y se ha convertido en una emoción (lo que uno siente cuando un terrorista suicida se revienta en pedazos). No vamos a oír demasiado a menudo, si es que la oímos, la frase «guerra mundial contra el terrorismo», ni su horrible acrónimo GMCT, en boca de la Administración de Obama. No tiene sentido halagar a los adversarios de EE.UU. ensalzando sus viles métodos al convertirlos en una ideología, para luego declarar una guerra contraellos imposible de ganar.

Estados Unidos está volviendo a su Constitución: «Rechazamos por ser falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales». Con esa pequeña frase, Obama le ha dicho adiós a las entregas, las torturas, el atropello del habeas corpus, Guantánamo y otras manchas en la conciencia del país. Este trabajo no habrá terminado hasta que Guantánamo esté cerrado y los que han sido indebidamente encarcelados (muchos durante más de 5 años) reciban una indemnización.

Las convicciones personales de un abogado constitucional se alían aquí con la estrategia: los ideales estadounidenses siguen siendo unas de las armas más poderosas de su arsenal diplomático. Como ha dicho Obama: «Nuestro poder no puede protegernos por sí solo, y tampoco nos autoriza a hacer lo que nos plazca». Más bien, «Nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo, las cualidades atenuantes de la humildad y la moderación».

Responsabilidad, moderación, humildad, paz: no es éste el vocabulario habitual de la narrativa heroica de Estados Unidos. Representa un nuevo léxico del poder estadounidense. ¿Están los estadounidenses dispuestos a morir en nombre de la responsabilidad?

Tal vez no, pero es muy posible que busquen el diálogo en su nombre. «El mundo ha cambiado, y nosotros debemos cambiar con él», ha afirmado Obama. Incluso el cambio ha cambiado ahora: ya no es un toque de rebato, es una responsabilidad.

Roger Cohen
www.abc.es

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