sábado, 17 de janeiro de 2009

Abe, el héroe que no lo fue

Necesitamos héroes. La sociedad los necesita. Pero la naturaleza humana no es pródiga en personajes ejemplares y buenos. Uno de ellos, uno de los pocos que llega a todo el mundo, que rompe barreras culturales e ideológicas, es Abraham Lincoln, el presidente de EEUU que salvó al país en una dolorosa guerra y le libró de la única institución abyecta, entre tantas virtuosas, que le acompañó desde su nacimiento: la esclavitud. Sólo que el verdadero Lincoln estuvo lejos, muy lejos, de ser ese héroe.
Esa es, al menos, la tesis de Thomas J. DiLorenzo en The Real Lincoln, que acaba de aparecer en español con el título de El verdadero Lincoln. Además del prefacio (a cargo del profesor Huerta de Soto) y el prólogo (que corre por cuenta de Walter Williams), El verdadero Lincoln cuenta con diez capítulos dedicados a dar razones para sostener la tesis de DiLorenzo, esto es, que el auténtico Lincoln distaba mucho de ser como se le suele pintar.

El primero es el más endeble. No porque falten multitud de referencias acerca de la fe de Lincoln en la superioridad de la raza blanca sobre la negra. El probablemente más célebre de los presidentes de EEUU se opuso a la extensión de la esclavitud al Norte por puro racismo, como la mayoría de los republicanos de entonces, y de sus votantes. Pero las citas no están puestas en su contexto temporal e histórico, de modo que no sabremos por Di Lorenzo si Lincoln creyó siempre en la superioridad de la raza blanca, si las citas que parecen indicar lo contrario son muestra de la hipocresía del personaje o si, simplemente, éste acabó convenciéndose con el tiempo de que la dignidad de la persona no depende de su color de piel.

¿Cuál es el Lincoln de DiLorenzo? Su relato histórico es el siguiente. El político republicano tenía una agenda, un objetivo, un programa que coincidía esencialmente con el "sistema americano" de Henry Clay, que, en contra de lo que le pueda sugerir al lector no avisado, nada tenía que ver con una sociedad libre, sino, esencialmente, con estos tres puntos: creación de una banca central, defensa del proteccionismo e instauración de subvenciones para la creación de infraestructuras, lo que entonces se llamaba "mejoras internas" (pero el traductor ha optado por la expresión "fomento interno").

Banderada confederada con el nombre de algunas batallas de la Guerra de Secesión.El Sur tenía poca industria propia, y necesitaba importar bienes manufacturados del exterior o comprárselos a empresas del Norte. Por su parte, el Norte, granero electoral de los republicanos, quería eliminar la competencia foránea con aranceles prohibitivos, algo que suponía un auténtico descalabro para el Sur. Ya con la "aduana de la abominación", inspirada por Clay, parte del Sur amenazó con separarse.

Las mejoras internas, según cuenta DiLorenzo, eran muy impopulares en el Sur. Y respecto del banco central y las políticas inflacionistas, fue el primer presidente demócrata y del Sur, el gran Andrew Jackson, quien se opuso eficazmente a Henry Clay en el intento de éste de dar vida al segundo banco norteamericano de ese tipo.

El Sur no es que fuera un obstáculo para Lincoln; es que estaba dispuesto a escindirse, lo que arruinaría por completo los planes del discípulo de Clay. Por ello, su principal objetivo no fue, jamás, acabar con la esclavitud, sino preservar la Unión; una Unión absolutamente necesaria para el sistema americano.

Lincoln estaba dispuesto a todo con tal de mantener la Unión. A todo. Incluso a la guerra. Y dentro de la guerra, a cualquier cosa. DiLorenzo explica cómo suspendió el hábeas corpus, encarceló sin juicio a millares de compatriotas por delitos tales como criticar su política de guerra o lanzar hurras por el líder sureño, Jefferson Davis. Confiscó la propiedad y las armas de los norteamericanos. El Tribunal Supremo le recordó que no tenía poder para suspender el hábeas corpus, pero su Administración "nunca se molestó en recurrir esa decisión", escribe DiLorenzo; "simplemente, la ignoró". El hecho de que un juez de un estado encausase a un funcionario federal por hacer arrestos ilegales se convirtió en delito.

Abe –como le llaman cariñosamente sus admiradores– no suspendió las elecciones, pero –sostiene DiLorenzo– coaccionó a los electores enviando el Ejército a "proteger a los votantes unionistas" y a "arrestar y confinar hasta después de las elecciones" a todos los detractores de la Unión, según confesión de un historiador lincolniano citado por nuestro autor. Así las cosas, los candidatos republicanos ganaron cada elección, un resultado a la búlgara poco acorde con unas elecciones auténticas.

DiLorenzo dedica todo un capítulo a los crímenes de guerra perpetrados durante el conflicto civil por los principales generales de la Unión, entre los que se contaba William T. Sherman, quien llegó a decir: "Para los petulantes y persistentes secesionistas, la muerte es misericordia".

¿Y la esclavitud? DiLorenzo se atreve con la comparación histórica y la ucronía para decir, en un sugerente capítulo, que habría desaparecido con o sin guerra, como lo hizo en multitud de otros países. Lincoln, además, se mostró favorable a mantener la peculiar institución con tal de salvar la Unión. Ni siquiera para el Sur era fundamental, ya que se mostró dispuesto, ante las exigencias de Francia e Inglaterra, a suprimirla, siempre y cuando estas dos naciones reconocieran internacionalmente a la Confederación.

Quizá las mejores páginas son las que DiLorenzo dedica a abordar, para defenderlo, el derecho de secesión. Más allá de lo que pueda pensar cualquiera al respecto, lo cierto es que Estados Unidos se creó desde el derecho a la secesión; es más, desde el derecho a la secesión de los Estados, que más tarde se unirían creando una única nación, como explica DiLorenzo. En su texto introductorio, Huerta de Soto hace especial hincapié en este asunto, quizá con la intención de hacer extensible el debate a España.

A excepción del segundo capítulo, que nos quiere demostrar la oposición de Lincoln a la igualdad entre razas, estamos ante una obra que es todo un ejemplo de buen hacer histórico. Gracias a ella nos acercamos a un Lincoln más auténtico que el que construyeron sus mitificadores, a los que DiLorenzo critica con dureza en el capítulo 11 de este libro (de esta edición, por mejor decir, pues no figura en el original) y en su secuela, Lincoln Unmasked. Quien quiera escapar de lo que le parezcan exageraciones tiene la suerte de contar en nuestro idioma con la biografía que hizo César Vidal del propio Abe, y que apareció el mismo año (2002) que The Real Lincoln.

Pero con lo que debe quedarse el lector del libro de Thomas DiLorenzo es que no se trata de una obra única, completamente original, sino que se suma a una historiografía liberal muy crítica con el decimosexto presidente de los Estados Unidos, y de la que forman parte también las muy recomendables When in the Course of Human Events, de Charles Adams, y Emancipating Slaves, Enslaving Free Men, de Jeffrey Rogers Hummel. La de DiLorenzo es un buen comienzo para emprender ese camino.


THOMAS DILORENZO: EL VERDADERO LINCOLN. Unión Editorial/Instituto Juan de Mariana (Madrid), 2008, 272 páginas.

José Carlos Rodríguez
http://libros.libertaddigital.com

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