Casi todo el mundo ha recordado que hace 50 años Fidel Castro instauró una dictadura en Cuba. El término dictadura es indiscutible. Nadie cree que un gobierno puede mantenerse democráticamente en el poder durante medio siglo. Y eso significa que la revolución de Castro ha robado al pueblo cubano su capacidad de elección. |
En efecto, todo el mundo sabe que, en la Isla, cualquier grupo opositor, por pequeño que sea, es ferozmente perseguido y reprimido. En el vasto Gulag cubano (¡más de 500 cárceles!) se están pudriendo en vida centenares de hombres y mujeres, cuyo único delito ha sido oponerse pacíficamente al comunismo y defender los derechos humanos. Hombres y mujeres encarcelados que en cualquier país democrático serían considerados ciudadanos ejemplares y meritorios. ¿Cómo pueden ignorar estos hechos los dirigentes políticos de América Latina?
¿Qué significa para un pueblo verse sometido por un gobierno al que no puede desalojar del poder, por un régimen que desprecia sus necesidades e ignora sus demandas? Cuba se ha convertido en una nación arruinada tanto física como espiritualmente.
Cualquier persona mínimamente objetiva sólo tiene que revisar la evaluación que hacían de la Cuba anterior a Castro organizaciones internacionales como la Unesco. Aunque subdesarrollado, Cuba era uno de los países más prósperos del continente. Hoy es uno de los más pobres. La Habana, una de las capitales más bellas y atractivas del hemisferio occidental, es hoy una ciudad en ruinas. Miles de personas viven en edificios a punto de derrumbarse. En toda Cuba son extremadamente difíciles de conseguir productos agrícolas que rebosan los mercados de Haití y Paraguay.
La única aspiración de la juventud cubana es irse. ¿Alguien lo duda? Vayan a Cuba. Pero vayan a Cuba como personas interesadas en averiguar la realidad del país, no como invitados de lujo, con todos los gastos pagados. Gastos pagados con el dinero que la dictadura roba a un pueblo oprimido y famélico. A cualquier persona con una sombra de conciencia moral le deberían resultar insoportables esos banquetes a costa de un pueblo hambreado. Lamentablemente, ninguno de esos centenares de invitados a festejar el extraordinario triunfo de los hermanos Castro parece tener escrúpulos morales.
Dada la realidad de Cuba, ¿qué se puede admirar de Fidel Castro? En el fondo, lo único que le envidian es que se ha mantenido 50 años en el poder. Cuanta más admiración por Castro, más indiferencia y más desprecio por el pueblo cubano. Simpatizar con la dictadura castrista carece de cualquier otro significado. ¿Cabe elogiar la salud pública en un país desnutrido, donde las epidemias –como la de neuropatía óptica, entre otras– son ignoradas por la prensa? ¿Donde las farmacias carecen hasta de aspirinas? ¿Donde no hay sábanas limpias en los hospitales? ¿Cabe elogiar la educación en un país donde la mayor aspiración de los graduados universitarios es trabajar como taxistas u ofreciendo cualquier servicio a los turistas, incluyendo los sexuales, para conseguir algunos dólares? Hoy, 50 años después de la revolución comunista, en Cuba no sólo hay más prostitución que nunca, sino que ha surgido toda una generalizada cultura de la misma, desoladora e inconcebible para las viejas generaciones.
¿Qué hay que elogiar? ¿La oposición a Estados Unidos... para convertirse en un peón de la Unión Soviética? ¿No pidió Castro a Nikita Kruschev que lanzara un ataque nuclear contra Estados Unidos? ¿Le importó que eso significaría la muerte de millones de cubanos? Lo único que merece ese régimen es hostilidad y desprecio.
De lo que sí nos sentirnos orgullosos es de que siempre ha habido cubanos dispuestos a luchar contra esa espantosa y criminal dictadura.
© AIPE
ADOLFO RIVERO CARO, columnista de El Nuevo Herald y editor de En Defensa del Neoliberalismo.
Pinche aquí para leer el especial "CUBA 1959-2009: LA DICTADURA INTERMINABLE".
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