Con un apoyo bastante menor del que esperaba, el caudillo indigenista boliviano Evo Morales ha logrado imponer una Constitución hecha a la medida de sus aspiraciones para mantenerse en el poder sobre un régimen político basado en criterios socialistas, en lo económico, y racistas, en lo social. Las posibilidades de que esta Constitución resuelva los problemas que aquejan a los bolivianos son inexistentes; en muchos casos, es más probable que las divisiones que han quebrado la cohesión de la sociedad boliviana se vean agravadas cuando Evo Morales intente aplicar un marco legal que rechaza una parte importante de la sociedad, mayoritariamente en las ciudades y en las regiones más industriales. Como era de esperar, su mentor, el venezolano Hugo Chávez, le ha felicitado efusivamente por la victoria en el referéndum, algo que Morales debería entender como un síntoma de mal agüero: Chávez también hizo su propia Constitución a la medida de sus necesidades y al gusto de sus excentricidades, pero tampoco le ha servido para resolver los desastres que aquejan a Venezuela. El líder bolivariano ya se ha embarcado en la segunda ofensiva para reformarla, después de que los ciudadanos le dijeran que no a la primera, y está llevando al país a una nueva prueba de confrontación que, por desgracia, corre el riesgo de caer en tintes violentos. La epidemia de caudillismo populista sigue siendo el principal obstáculo para la democracia en Iberoamérica.
Editorial ABC
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