Es posible que, para cuando esta columna se publique, Israel haya declarado un alto el fuego unilateral en Gaza, confiando en que los Estados Unidos emprendan ciertos movimientos diplomáticos de envergadura. En cualquier caso, si existiera en este país una escurridora de discursos sociales, no sólo informativos, habría obtenido, durante las últimas semanas, cantidades ingentes de antisemitismo en estado de gran pureza, y el panorama empieza a adquirir tonalidades muy preocupantes. España se está poniendo en el grupo de cabeza de la nueva judeofobia, del bracete con ciertos países que no son, ciertamente, la compañía más recomendable para los difíciles tiempos que vivimos, y es lástima que el partido del Gobierno se haya hecho un lío, mezclando humanitarismo y atavismos delirantes en un guisote indistinguible.
Rodríguez Zapatero se ha alineado con los palestinos, e Israel ha tomado nota. Es evidente que el Estado de Israel no tiene el peso de los Estados Unidos, y que a nuestro Presidente le saldrá más barata esta operación de imagen ante sus huestes que el desaire a la bandera americana, pero eso no suprime la certeza de que Israel devolverá tarde o temprano la cortesía. De momento, está claro que España no podrá jugar papel alguno en la pacificación de la zona. Rodríguez Zapatero, como es sabido, selecciona los procesos de paz que le interesa apoyar o, incluso, poner en marcha, siguiendo unos criterios bastante curiosos, pero qué se le va a hacer. Conociendo el percal, dudo que a nadie se le haya ocurrido que pudiera haber actuado de modo diferente, no digo que apoyando a Israel o reconociéndole un mínimo derecho a defenderse, sino manteniendo una neutralidad prudente y discreta. Habría sido deseable que, al menos, hubiera aclarado un poco más su posición. O sea, que nos hubiera dicho con qué palestinos se hace solidario, con Hamas o con la Autoridad Palestina. Porque hay palestinos de vario pelaje y enfrentados entre sí. En vez de ello, se ha definido como cualquier ONG de izquierdas: a favor de todos los palestinos y contra todos los israelíes. Una finura para los matices digna de cualquier político de su talla.
Resulta muy tentador, por lo fácil y lo bien que queda uno, pretender que Hamas es el accidente y los palestinos, la esencia. Eso te permite hacer como que Hamas no existiera y sostener que ésta ha sido una guerra entre los desalmados israelíes y la indefensa población de Gaza. Será inútil recordar, supongo, que Hamas es una organización terrorista que persigue la destrucción de Israel y cuyos dirigentes han llamado al asesinato de judíos en todo el mundo, empezando por los niños, pero quizá no esté de más insistir en que la mayoría de la población de Gaza decidió entregar el gobierno de la franja a Hamas, una decisión trágica que, de entrada, desembocó en una guerra civil entre nacionalistas de la OLP e islamistas, todos ellos palestinos. En la medida en que los palestinos de Gaza secundaron a los líderes por ellos elegidos contra la Autoridad Palestina, se hicieron responsables de las consecuencias de la expulsión de esta última; es decir, del control del territorio por una organización terrorista que no ocultaba sus intenciones de utilizarlo como base para atacar a Israel.
Es muy legítimo compadecerse de la población de Gaza e instar (aunque no sólo a Israel, eso es jugar sucio) a una tregua que le ahorre sufrimientos, pero parece sencillamente estúpido concederle una inocencia que se niega, y con razón, al vecindario de cuarenta y dos municipios vascos. Los palestinos de Gaza confiaron la administración del territorio a una organización terrorista y se pusieron voluntariamente bajo la protección de unas milicias que ahora se escudan tras sus cuerpos y los de sus hijos. Ocultar estos hechos y presentar el conflicto como una agresión israelí contra pobres palestinos desarmados implica otorgar a Hamas y a sus seguidores la representación de la Humanidad y excluir de la misma a Israel (y, de rebote, a todos los judíos), lo que no es más que pura obscenidad antisemita.
Jon Juaristi
Poeta y ensayista español nacido en Bilbao en 1951.
Doctor en Filología Románica, ha sido catedrático de Filología Española en la Universidad del País Vasco y en New York University; asimismo ha sido profesor investigador en el Colegio de México, México D.F., profesor titular de la Cátedra de Pensamiento Contemporáneo de la Fundación Cañada Blanch en la Universidad de Valencia y director de la Biblioteca Nacional. Desde marzo de 2001 ocupa el cargo de Director del Instituto Cervantes.
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