domingo, 25 de janeiro de 2009

Yo quiero un Obama

Anoche tuve un sueño. Soñé con un hombre que lograba encontrar en la unidad de los ideales y en la virtud de los valores el modo de recuperar el liderazgo de la política. Un tipo decidido a afrontar la regeneración moral, social y económica de su país a partir de un sentimiento compartido de orgullo nacional. Un dirigente que hablaba a su pueblo con realismo y dureza, sin ocultar ni minimizar los riesgos ni los problemas, para proponerle un pacto de mutua responsabilidad. Un gobernante dispuesto a saltar sobre sectarismos ideológicos para reconstruir el consenso de una sociedad afligida. Un político de aires kennedyanos y aires churchillianos que predicaba con convicción y coraje la bondad de unas viejas recetas para los nuevos retos: «el trabajo duro y la honestidad, la valentía y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo». Soñé con un líder sólido y carismático que se negaba «a pedir perdón por nuestro estilo de vida ni a vacilar en su defensa»; un vencedor pragmático que tendía la mano al adversario, nombraba ministra a su principal rival y mantenía en el Gobierno a miembros del partido recién derrotado. Soñé con un servidor público que juraba su cargo sobre una Biblia para asumir sin reparos la tradición creyente de la mayoría de sus conciudadanos. Soñé con un mandatario que se comprometía en una tarea de restauración de la integridad social desde la fortaleza de los principios compartidos; que buscaba las ideas que unen y no las que separan; que proclamaba sin tapujos «el regreso a las viejas verdades» que han engrandecido a su nación. Soñé con un estadista capaz de seducir y conmover, de provocar a su alrededor una ola de entusiasmo y esperanza porque, aunque se equivoque como los demás y sus certezas resulten tan inciertas como cualesquiera otras, transmita la ilusión de creer en la integridad, en la honradez, en la ética del esfuerzo, en la eficacia del mérito y en la energía de la excelencia.

Luego soñé que me hallaba rodeado de fantasmas, espectros que se cubrían con caretas de Obama el rostro de su mediocridad presentida. Sombras oportunistas que se apropiaban de trozos de ese proyecto ajeno para camuflar la cicatera indigencia de sus miras. Difusas siluetas de redomado partidismo que inflaban su oquedad ideológica con fragmentos de generosidad impostada. Soñé con una legión de enanos mal disfrazados de gigantes que repetían consignas de conveniencia como un eco vacío de respuestas. Soñé con un guiñol de títeres que se atizaban estacazos sectarios y entre debates inútiles y promesas vanas parecían tomar en serio su triste parodia de la política.

Cuando me desperté y se disiparon las brumas del duermevela quedaban entre musarañas las imágenes del discurso inaugural de Obama envueltas en la orla de una vaga utopía. Recordé que alguien dijo que los sueños se cumplen cuando se desean, pero miré alrededor y no hallé dónde ni quién encarnase siquiera un lejano trasunto de esa esperanza. Trabajo duro, honestidad, lealtad, tolerancia, patriotismo: hubo un tiempo en que creímos que la política y la Historia podrían ser como las deseábamos, pero ahora sabemos que acaso antes necesitemos merecerlas.

Ignacio Camacho
www.abc.es

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