No creo que la oposición a Israel en Europa provenga del antisemitismo, como solemos oír. Se trata de un movimiento que enraíza con otros como el llamado pacifismo de hace décadas, prosoviético y en muchos casos manejado directamente por el KGB; es decir, se trata de un movimiento antidemocrático y antioccidental. Y utiliza trucos parecidos: antaño, los agresores no serían los comunistas sino quienes les resistían, y las libertades, bien explotadas por los mismos pacifistas europeos carecerían de valor, serían solo el disfraz de la "explotación capitalista" y del "fanatismo antisoviético", siempre ansioso de guerras. Para ellos, el antisemitismo propiamente hablando tiene poca importancia: quieren la destrucción de Israel porque lo consideran la avanzadilla del "imperialismo" en Oriente Próximo, sin derecho a defenderse.
No por casualidad coinciden ahí feministas y homosexuales militantes –pese al tratamiento que reciben en el islam unos y otras– etarras, proetarras, separatistas varios y comunistas, también pro nazis. Y, desde luego, el PSOE, partido siempre pro terrorista, con un historial propio en ese tipo de actividad, y proclive a apoyar las dictaduras de izquierda, desde Sadam a Castro, e incluso clericales como la de Irán. ¿Qué une a un conjunto tan heteróclito? No, desde luego, la simpatía por los sufrimientos de los palestinos o de los demás pueblos árabes. Otros muchos pueblos, como en Sudán, padecen matanzas y miserias harto peores, causadas precisamente por poderes musulmanes, sin que a nuestros progres, pro nazis, separatistas o socialistas les cause la menor preocupación. Señalemos además que la mayoría de los sufrimientos de los árabes proceden de sus propios regímenes, despóticos y corruptos casi sin excepción.
Lo que une a todos ellos es la oposición al "imperialismo", como llamaban los comunistas a la democracia; les une el antioccidentalismo y el anticristianismo. La aversión común a esos valores lleva a los zerolos a desentenderse de la suerte de sus semejantes en Irán, a los feministas a pasar por alto la situación de las mujeres en los países musulmanes, a los humanitarios a mirar para otro lado ante las masacres perpetradas por los terroristas o los estados árabes, a los pacifistas a encontrar muy razonable el lanzamiento de misiles contra los judíos, y a los ateos y laicistas a simpatizar con el islam y promover su expansión por España. Casi todos ellos afirman no ser antisemitas, y tienen razón. Si detestan a Israel es porque son enemigos de las libertades, de la autonomía del individuo y de la limitación del poder. Aspiran a un poder absoluto capaz de remodelar al ser humano de acuerdo con sus ideas seudorredentoras de tres al cuarto, y los regímenes musulmanes, remodelen o no al hombre, son por lo menos absolutistas.
Sorprende que en el continente europeo, donde se desarrollaron el cristianismo, las doctrinas contra la tiranía, el pensamiento democrático, y que ha pasado recientemente por traumas como el nacionalsocialismo o el socialismo real, sigan produciéndose tales movimientos de masas. Pero, como acertó a decir Azaña, "la libertad no hace al hombre feliz, lo hace simplemente hombre". En parte la libertad se lleva mal con la felicidad, porque la primera implica el reconocimiento de la disparidad de ideas, sentimientos e intereses entre los individuos, crea una tensión social incómoda y por tanto impone normas que limitan nuestros deseos, y de paso nuestra felicidad. Esa contradicción la perciben oscuramente los movimientos que ahora se manifiestan contra Israel como no hace tanto rechazaban las medidas tomadas por Usa y otros países para frenar la expansión comunista o contrarrestar su amenaza. En el fondo aspiran a una felicidad garantizada por un estado todopoderoso; anhelo tan fuerte que contra él valen poco las lecciones de la experiencia.
No por casualidad coinciden ahí feministas y homosexuales militantes –pese al tratamiento que reciben en el islam unos y otras– etarras, proetarras, separatistas varios y comunistas, también pro nazis. Y, desde luego, el PSOE, partido siempre pro terrorista, con un historial propio en ese tipo de actividad, y proclive a apoyar las dictaduras de izquierda, desde Sadam a Castro, e incluso clericales como la de Irán. ¿Qué une a un conjunto tan heteróclito? No, desde luego, la simpatía por los sufrimientos de los palestinos o de los demás pueblos árabes. Otros muchos pueblos, como en Sudán, padecen matanzas y miserias harto peores, causadas precisamente por poderes musulmanes, sin que a nuestros progres, pro nazis, separatistas o socialistas les cause la menor preocupación. Señalemos además que la mayoría de los sufrimientos de los árabes proceden de sus propios regímenes, despóticos y corruptos casi sin excepción.
Lo que une a todos ellos es la oposición al "imperialismo", como llamaban los comunistas a la democracia; les une el antioccidentalismo y el anticristianismo. La aversión común a esos valores lleva a los zerolos a desentenderse de la suerte de sus semejantes en Irán, a los feministas a pasar por alto la situación de las mujeres en los países musulmanes, a los humanitarios a mirar para otro lado ante las masacres perpetradas por los terroristas o los estados árabes, a los pacifistas a encontrar muy razonable el lanzamiento de misiles contra los judíos, y a los ateos y laicistas a simpatizar con el islam y promover su expansión por España. Casi todos ellos afirman no ser antisemitas, y tienen razón. Si detestan a Israel es porque son enemigos de las libertades, de la autonomía del individuo y de la limitación del poder. Aspiran a un poder absoluto capaz de remodelar al ser humano de acuerdo con sus ideas seudorredentoras de tres al cuarto, y los regímenes musulmanes, remodelen o no al hombre, son por lo menos absolutistas.
Sorprende que en el continente europeo, donde se desarrollaron el cristianismo, las doctrinas contra la tiranía, el pensamiento democrático, y que ha pasado recientemente por traumas como el nacionalsocialismo o el socialismo real, sigan produciéndose tales movimientos de masas. Pero, como acertó a decir Azaña, "la libertad no hace al hombre feliz, lo hace simplemente hombre". En parte la libertad se lleva mal con la felicidad, porque la primera implica el reconocimiento de la disparidad de ideas, sentimientos e intereses entre los individuos, crea una tensión social incómoda y por tanto impone normas que limitan nuestros deseos, y de paso nuestra felicidad. Esa contradicción la perciben oscuramente los movimientos que ahora se manifiestan contra Israel como no hace tanto rechazaban las medidas tomadas por Usa y otros países para frenar la expansión comunista o contrarrestar su amenaza. En el fondo aspiran a una felicidad garantizada por un estado todopoderoso; anhelo tan fuerte que contra él valen poco las lecciones de la experiencia.
En Época, 23 de Enero de 2009
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado/
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