quarta-feira, 21 de janeiro de 2009

Es la Historia, estúpidos

No es político el acontecimiento. Por eso es trascendente. No hay trascendencia en la política; sólo tedio. Al menos, para una mirada rigurosa. Y de esto cuya acta simbólica alzó ayer un Washington festivo en los tiempos oscuros, se podrá decir cualquier cosa; salvo que es tedioso. Europa, como siempre a lo largo del último siglo, no entiende nada. España, muchísimo menos que nada. Pero es que en España la fobia antiamericana, intacta desde 1889, y transversal a toda creencia política o doctrinaria, impide aceradamente que nada de los Estados Unidos de América pueda verse, a no ser bajo la máscara de lo demoníaco. 

Y Europa -de España, en esta materia, vale más desentenderse- hace girar sus lugares comunes de siempre sobre la escuálida rueda tonta de las opciones políticas. Sin entender que aquello fascina a la sociedad americana es de otro orden. Incomparable con la miseria gris de lo político. 

Es la Historia, estúpidos. Perdonad la mayúscula, pero, por una vez, cedamos a la cortesía de lo enfático. Es la Historia: el código de grandes símbolos que muy pocas veces se trastrueca, y que es, en lo esencial, ajeno a la efímera anécdota del electoralismo. Porque muy pocas veces, sin embargo, e invente lo que desee inventar Europa en su mirada -de España no prediquemos mirada alguna, sino sólo fantasías y, la mayor parte de las veces, delirios-, muy pocas veces el tránsito de una administración presidencial a otra se ha asentado en América sobre menos discontinuidades. Buscándose que esto fuera, además, explícito e inequívoco para todos. 

El nuevo presidente incorpora como secretaria de Estado a la más feroz rival dentro de su partido; buena parte de la alta administración, política como militar, del presidente que se va permanece bajo el mando del que entra. Todo parece ajustarse, en la hipótesis con la cual juega Barack Obama, a lo que por el Viejo Continente llamaríamos un «gobierno de concentración»: continuidad y cautela. En la política económica, como en el desarrollo de la guerra que contra el yihadismo han asumido, casi en solitario, los Estados Unidos. Olvidemos la política, pues. 

Como la olvidan los millones de gentes de todo horizonte y creencia que, en los Estados Unidos, perciben un trastrueque de los grandes mitos. O, para ser exactos, la cristalización final de un trastrueque que literalmente ha re-constituido a la nación americana en el vertiginoso ciclo de apenas cuatro décadas. La esclavitud tuvo estatuto legal en los Estados Unidos hasta 1865. Su herencia llegó, bajo la forma de discriminación racial, hasta más allá de la mitad del siglo XX. En un acelerón histórico al cual es difícil hallar precedentes, cuarenta años después de Luther King, un presidente negro (es decir, no-blanco) ocupa, en la más sosegada normalidad, la Casa Blanca.

Sin discontinuidad política de ningún tipo. Europa, libre de esclavitud desde el primer tercio del XIX, ¿consumará algún día un paso equivalente? ¿Lo hará España, por ejemplo, con un gitano? América se reinventa, con una frescura de la cual nada sabe la moribunda Europa. No hay pasado en el presente americano. A eso llaman ser libre.

Gabriel Albiac
www.larazon.es

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