Sólo Dios, los que le cuidan y la propia Cristina Kirchner sabrán si es cierto que se incorporó. Ahora dicen que dice que se alegra de no vivir cuatro años más. Puede que esté harto de que cada poco le espabilen con intención de que les sirva de pretexto para justificar ante muchos desalmados que no pueden cambiar lo que nunca quisieron cambiar.
No será tan invencible la Robolución cuando necesita trucar las fotos de un anciano que, en el mejor de los supuestos, y siempre que no sean otros los que redacten lo que venden como sus reflexiones, ni puede con su alma ni muestra mucho entusiasmo por vivir.
Según Raúl Castro, ni mejora ni empeora la salud del máximo líder de los cuatreros multimillonarios. Sus amigos, responsables de un invento español que coopera con lo que no se puede cooperar, tendrían que advertirle de que con semejante patraña no engañará a nadie. Todo lo que no mejora tiende a empeorar. Más cuando se trata del sufrimiento de un octogenario que ya no quiere vivir. No podía ser de otro modo. También sufren los asesinos en serie que disfrutaron de su condición de carceleros. Ya le vale. Ahora habla de su muerte quien tanto se ocupó de la de otros. Nos agradecerá que los que no somos lo que es él deseamos que pronto deje de sufrir.
Tal vez no tardemos en comprobar que la sorprendente historia que rodea a su supuesta y penúltima fotografía responde al miedo de los que pretenden heredarle. Les consta que Cuba es una olla a presión. Necesitan de un fantasma al que poder culpar. Pero ni con él ni sin él tienen sus males remedio. Ni bañándose en vodka logrará Raúl Castro borrar la sangre de sus manos.
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