domingo, 18 de janeiro de 2009

Obama y el realismo mágico

Parece que la siguiente novedad es el «poder inteligente». La frase salpicaba la vista para la confirmación en el cargo de la senadora Hillary Clinton en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Significa emplear todos los resortes de la influencia -diplomáticos, económicos, militares, legales, políticos y culturales- para conseguir lo que se quiere. Nada tengo en contra del poder inteligente, una mezcla de poder suave y duro. Es mejor que el poder tonto, del que hemos tenido una dosis considerable. El poder tonto distancia a los amigos, prima la fuerza, mina la autoridad moral de EE.UU. y proclama la guerra sin fin.

Pero lo que quiero de la Administración de Obama es algo más que la experiencia adquirida en el camino desde Harvard hasta los alrededores de Washington. Quiero realismo mágico. Pocas veces se ha topado tanta esperanza con tanta ansiedad como en estos cinco días previos a que Barack Obama se convierta en el 44 presidente estadounidense y en el primero afroamericano.

Desde la fachada oeste del Capitolio, donde jurará su cargo con la mano sobre la Biblia de Lincoln, Obama verá frente a él a Abraham Lincoln, que salvó la Unión en una guerra contra la esclavitud, y el escenario en el que Martin Luther King dio su discurso «Tengo un sueño». Es difícil imaginar una expresión con mayor contenido de sueño americano en una época de tantas penurias para el país. Acto seguido, Obama se trasladará a la Casa Blanca, que fue construida con ayuda de esclavos, para enfrentarse a la crisis económica.

Una crisis que va a prolongarse durante, como mínimo, los primeros dieciocho meses de la presidencia de Obama. El Tesoro está al descubierto. Los estadounidenses están ahogados por las deudas. La confianza se ha esfumado con Madoff.

Ése es el realismo. Pero este hombre de 47 años de raza mestiza, cuyo mismo nombre, O-Ba-Ma, contiene en sus tres sílabas la universalidad de una canción de cuna, siempre ha tenido algo de providencial, un personaje de talla internacional que se parece más al tipo de la tienda de ultramarinos local que a quienes salen en los billetes. Ésa es la magia.

Él necesita esta magia, que resuena en una voz con la solemne claridad de una campana. El poder inteligente no va a ser suficiente. Si lo fuese, los estadounidenses habrían elegido a Hillary Clinton como presidenta. Pero, con su permanente sentido común, los estadounidenses intuían la necesidad imperiosa de ir más allá de la inteligencia, hasta una cualidad indescriptible, capaz de unificar e inspirar en un momento de división nacional y mundial.

Inevitablemente, el país vuelve la vista atrás hasta 1932. «No tenemos nada que temer salvo al propio temor», afirmó Franklin Delano Roosevelt en su discurso inaugural, con la economía arruinada por la depresión. Y dijo también: «Este país está pidiendo que se actúe, y que se actúe ya». La acción llegó abundante en los primeros cien días: hubo un torrente de legislación y discursos para que el país arrancara.

Obama ha prometido un paquete de medidas económicas gigantesco, pero también ha rebajado las expectativas diciendo que las cosas van a empeorar. Puede que eso sea verdad, pero tiene que llevar cuidado. Un exceso de realismo sería su ruina. Harvard necesita el contrapeso de Hawai.

Dos de las armas con las que cuenta son el lenguaje, que maneja mejor que cualquier presidente reciente, y el vínculo que ha establecido con el pueblo estadounidense. En eso está la magia.

Su discurso inaugural debe resultar inspirador, tras ocho áridos años con un dirigente, el presidente George Bush, que no era capaz de encontrar en su fuero interno ni una sola frase que elevase el espíritu. Tiene que presentarles a los estadounidenses un nuevo paradigma, algo que vaya más allá de la guerra contra el terror y que anime a los aliados de un Estados Unidos reinventado, menos poderoso pero aún imprescindible, a impulsar con él la seguridad, la prosperidad y unas energías más limpias.

Cuando estás deprimido necesitas amigos. Clinton tenía razón al decir: «Debemos construir un mundo con más aliados y menos adversarios». Un buen punto de partida sería darse cuenta de que la misma tecnología que ha derribado barreras y ayudado a EE.UU. a alcanzar el cénit de su poder en la época que siguió a la Guerra Fría, ahora ha democratizado el conocimiento y ya no se puede controlar. La visión del mundo a la que Al Yasira ha dado forma en Oriente Próximo no se puede juzgar con lógica occidental. Tiene la suya propia.

También la riqueza ha emigrado a un archipiélago de nuevas potencias, como Brasil, Rusia, China, India y el Golfo Pérsico. Repitan conmigo: cuando a Gandhi le preguntaron qué pensaba de la civilización occidental, respondió: «Creo que sería una buena idea». La dispersión del poder y el conocimiento exige a EE.UU. humildad.

Roger Cohen
© International Herald Tribune

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