La campaña de Gaza ha recordado con trágica precisión la existencia de dos grandes organizaciones palestinas que tienen concepciones enfrentadas religiosa, cultural, política y militarmente sobre sus relaciones con Israel y la fundación de un posible Estado palestino.
Se trata de una realidad fratricida cuyo origen último remonta a las divisiones palestinas en El Cairo a finales de los años 40 del siglo pasado entre islamistas -organizados en torno a la matriz de los Hermanos musulmanes- y «laicos» -con incontables matices- fundadores de Fatah y la OLP, matriz de la actual Autoridad Nacional Palestina. La campaña de Gaza ha sellado con sangre derramada esa histórica realidad cainita.
¿Decidió Irán precipitar un «nuevo orden», sugiriendo a Hamás la ruptura de una tregua que dinamitaba el diálogo entre Israel y la ANP...? ¿Era acentuar esa trágica realidad estrategia del Tsahal...?
En Gaza, el martirio de la población civil seguirá dando a Hamás una temible influencia social, política, cultural, religiosa. Israel puede destruir parte de las infraestructuras de Hamás. Pero esa neutralización militar temporal no eliminará la influencia de un movimiento islamista utilizado por Irán para incrementar su presión contra Israel.
En Cisjordania, la ANP sigue siendo el único interlocutor de la ¿difunta? conferencia de Annapolis, donde el primer ministro israelí, Ehud Olmert, y el presidente de la ANP, Mahmud Abbas, culminaron décadas de tortuoso diálogo entre judíos y y palestinos.
Tras la furia trágica de la guerra, Israel deberá sacar lecciones de la campaña de Gaza, con unas imprevisibles elecciones generales. En Gaza y Cisjordania, dos embriones distintos de un lejano Estado palestino, seguirán defendiendo dos modelos enfrentados a muerte de organización política y religiosa del pueblo palestino. Quizá solo Irán se beneficia de la prolongación sin fin de la discordia bíblica entre unos y otros.
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