terça-feira, 15 de julho de 2008

El cubo de la basura

Figúrense lo que es tener un hediondo y repugnante cubo de basura en su barrio, que no puede ser vaciado y que cada día huele peor. Un cubo de la basura que se mueve, que vive, que pasea, mira, ve la televisión y duerme con toda la tranquilidad del mundo.

El barrio estremecido y el cubo de la basura, agigantado. La calle, con sus casas, sus árboles, sus jardines y la vida de sus gentes, todos entregados a la podredumbre, y el cubo de la basura, de la sangre, del dolor, de la infección, disfrutando a sus anchas de una libertad regalada.

Porque el cubo de la basura fue condenado a tres mil años de cárcel por cometer veinticinco asesinatos, y a los veintidós –menos de un año de prisión por cada vida inocente brutalmente acabada–, va a ser libre el próximo 2 de agosto. Y va a vivir su libertad en la calle Carlos I de San Sebastián. Y algunos de los vecinos del cubo de basura permanente son madres, mujeres e hijos de víctimas de la ETA.

Entre ellos, doña Pilar Ruiz, madre de Joseba Pagazaurtundúa, socialista asesinado por la ETA. Cuarenta metros separarán a la maravillosa mujer del cubo de la basura.

Entre ellos, Isabel Bastidas, viuda del alcalde de Elgoibar, asesinado por la ETA en 1980. A cincuenta metros de su casa, de su tristeza y de su dolor, vivirá el cubo de basura.

Entre ellos, Estíbaliz Garmendia, viuda de Joseba Pagazaurtundúa, que fue desoída por el Gobierno vasco del riesgo que corría su marido. Tiene dos hijos de su marido asesinado, y esos dos hijos se cruzarán centenares de veces con la porquería sanguinaria del cubo de la basura.

Entre ellos, María Teresa Embid, viuda de José María Herrera, asesinado en 1979. Esta mujer admirable se hizo cargo de la madre del cubo de basura cuando ésta empezó a sufrir la enfermedad de Alzheimer. Una madre consternada por haber dado la vida a un asesino terrible, a un depredador de seres humanos, a un canalla inconcebible. Y ella lo concibió, y sufrió aun desde la nube del desconcierto, hasta el último día de su vida por haber traído al mundo a semejante cloaca humana, falangista en su juventud, ertzaina en su madurez y definitivamente terrorista cuando supo que sólo la tragedia de los demás aliviaba su odio.

Y entre ellos, Julio Iglesias Zamora, secuestrado por la ETA durante 116 días, liberado por abonar el chantaje y probablemente obligado a cumplir con la cantidad pactada hasta 2006.

Todos ellos se van a topar por la calle con el cubo de la basura que va a hacer irrespirable el ambiente del barrio donostiarra. Calle arriba, calle abajo, se lo encontrarán de frente, abrazado por su Irati Aranzábal, la de los polvos carcelarios en huelga de hambre, la de los orgasmos autorizados por Zapatero para alcanzar el acuerdo político con la banda terrorista. La de los «levinskazos» hospitalarios, cuando su novio, el cubo de basura, fue agasajado por el Gobierno de España poniéndolo en libertad para no entorpecer el fin de las negociaciones con la ETA.

Ése, el que brindaba cada vez que los suyos asesinaban a un inocente y pedía a los funcionarios de prisiones –Ortega Lara, secuestrado en su «zulo»–, champán y langostinos para celebrar la muerte de otro inocente y el dolor insoportable de otra familia.

Ese hijo de puta, hijísimo de la gran puta aunque su madre fuera una buena mujer, ese ladrón de vidas, ese creador de angustias, ese eructo nauseabundo de la perversidad, prepara ya su equipaje para vivir en libertad en una calle apesadumbrada por la tragedia.

Maldito cubo de la basura, libre y vencedor.

Alfonso Ussía
www.larazon.es

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