sexta-feira, 4 de julho de 2008

Triunfo de la ley en Colombia

La comunidad internacional ha celebrado con alborozo la liberación de Ingrid Betancourt y otros catorce compañeros de secuestro, fruto de una impecable operación del Ejército de Colombia que se saldó sin un solo disparo. A la alegría por el feliz desenlace de una tortura que duraba ya seis años se suma la satisfacción de haber derrotado a los terroristas de las FARC, por no haber cedido a su chantaje y por dejar en evidencia a sus aliados políticos, algunos tan poderosos como el presidente venezolano Hugo Chávez. Además, la liberación de Betancourt es el triunfo de la democracia y el Estado de Derecho, por los que el presidente Álvaro Uribe ha luchado con coraje en los últimos años.

La lección principal que se extrae de esta historia con final feliz es que frente a los terroristas sólo cabe la firmeza. Negociar con ellos, concederles el estatuto de honorables interlocutores, pactar y ceder, aunque sea a la más simple de sus exigencias, sólo conduce a legitimarlos y a reconocer su poder. Cosa bien distinta es la intermediación humanitaria, como ha hecho el presidente francés, Nicolas Sarkozy, pues no implica el reconocimiento del delincuente, sino un mero canje. Por el contrario, el populista Hugo Chávez se implicó personalmente en unas negociaciones con sus aliados narcoterroristas con el claro propósito de ridiculizar a Uribe y su política de firmeza. El fracaso del venezolano, que contó con el apoyo del boliviano Evo Morales como su monaguillo, es el triunfo de la ley, la democracia y el Estado de Derecho. El camino correcto es el que ha seguido el presidente colombiano, que renunció a los atajos favorables a los terroristas y supo concitar el apoyo internacional, con Estados Unidos y Francia a la cabeza. La lucha contra el terrorismo, como muy bien se sabe en España, necesita no sólo firmeza policial y rigor judicial, sino también la colaboración internacional. Tanto las FARC como ETA, de cuyas relaciones mutuas se han tenido pruebas recientes, se han beneficiado de la ambigüedad, cuando no de una clara simpatía, de cierta izquierda internacional, que han considerado a estas dos bandas como movimientos de liberación popular. Debido a esta complicidad, los narcoterroristas y la mafia etarra han paseado impunemente sus siglas, sobre todo por Iberoamérica, como si fueran organizaciones honorables. A ello han contribuido, además, que gobiernos plenamente democráticos hayan abierto o apoyado procesos de negociación, lo que ha venido a legitimar la razón de ser de estas organizaciones. No en vano Chávez y sus acólitos pidieron para las FARC el estatuto como «parte beligerante», del mismo modo que hubo ONG europeas que pidieron sacar a ETA de la lista internacional de grupos terroristas.

Por fortuna, éxitos como la liberación de Betancourt sirven para mostrar a la opinión pública internacional la sangrienta brutalidad de unos delincuentes que se escudan en el discurso ideológico de la izquierda radical para perpetrar sus crímenes. Ingrid Betancourt se ha convertido en el símbolo de la resistencia contra el terrorismo, la prueba de que los pistoleros serán, tarde o temprano, reducidos y sometidos a los dictados de la ley. No es casual, y es un gran acierto, que importantes instituciones internacionales hayan propuesto a Ingrid Betancourt, antes incluso de su liberación, como candidata al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, con el apoyo explícito de Woody Allen, Mary Robinson, Vaclav Havel, Simone Veil o Jacques Delors, entre otros.

Editorial
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