¿Qué hace Raúl Castro por estas fechas? Es importante seguirle la pista. Todo el mundo, incluida la nomenklatura que manda en Cuba, sabe que el comunismo está condenado a desaparecer de la Isla. Es el capítulo inconcluso de la Guerra Fría y, eventualmente, el sistema, como sucedió en todas partes, será sustituido por un modo más racional, humano, plural y eficiente de hacer las cosas.
El problema radica en cómo llegamos a ese punto. En su reciente viaje a Brasil lo confesó, en privado y sin micrófonos, uno de los cubanos más prominentes del gobierno: "sabemos que esto llegó a su fin; lo que deseamos es transformar el régimen nosotros mismos, poco a poco, para que no se produzcan grandes descalabros y para que los norteamericanos no secuestren el proceso''.
El brasilero que me lo contó (el mismo que me aseguró, cuando nadie lo creía o lo sabía, que Fidel tenía un cáncer incurable en los intestinos), agregó un dato importante: el acercamiento a Brasil tiene precisamente ese objetivo. Raúl Castro está buscando alternativas al enorme pero poco fiable apoyo venezolano para tratar de capitanear un cambio suave y por etapas.
Pero poco después habló Raúl ante el parlamento cubano. En Cuba las expectativas eran enormes. Fue un discurso muy decepcionante, incluso para los propios castristas, que esperaban anuncios más audaces. De cuanto dijo, lo único realmente importante fue que decretó la muerte del igualitarismo y admitió, por fin, que como todos los seres humanos son distintos y crean riqueza de acuerdo con sus particulares actitudes y aptitudes, les corresponde, por lo tanto, una recompensa acorde con su trabajo. O sea, Raúl, al cabo de medio siglo, descubrió los fundamentos éticos de la economía de mercado: un sistema basado en la existencia de propiedad privada legítimamente obtenida, aunque de ahí se derive la existencia de clases sociales caracterizadas por diferentes niveles de vida.
¿Por qué tanta timidez en emprender el camino de la reforma si el propio gobierno no cesa de dar datos sobre el enorme desastre material que padece el país? El 85% de los edificios se están cayendo, más de la mitad de la tierra fértil está cubierta por un arbusto inservible, allí llamado marabú, que sólo sirve para hacer leña. Tienen que importar casi toda la comida que consumen (Estados Unidos es el primer suministrador de alimentos). El PIB per cápita es como el de Bolivia, el país más pobre de Sudamérica. El monto de las exportaciones es ridículo. No tienen dinero para pagar las deudas a los empresarios que cometieron el error de darles crédito. En suma: una nación absolutamente quebrada, que produce muy poco (la mitad de lo que producen los dominicanos), y en cuyo sistema económico y político ya sólo parece creer Fidel Castro, el viejo y terco Comandante, cristalizado en sus disparates y dispuesto a morir abrazado a sus errores.
La clave que explica por qué Raúl Castro no se atreve a poner en marcha los cambios que el país necesita, pese a que no ignora que ése es el clamor popular, radica en sus relaciones emocionales con Fidel. Eso se dejó ver, muy claramente, en el discurso de marras. Tras acabar la lectura contó, muy orgulloso, que le envió el texto a su hermano para su aprobación y éste se lo devolvió sin una sola corrección. Raúl estaba radiante de felicidad y entonces le mandó un mensaje entre jocoso y obsecuente a Fidel: "¿Sabes por qué soy tan inteligente? Porque todo lo aprendí de ti''.
Raúl está gobernando para complacer a Fidel, no para solucionar los infinitos quebrantos del país. Su agobiada biografía psicológica es ésa: toda una vida tratando de que su admirado hermano mayor lo valore y distinga. Desde niño, y especialmente desde la adolescencia, cuando sus padres lo colocaron bajo el tutelaje de Fidel, Raúl ha intentado conquistar el aprecio de Fidel. Pero Fidel es un narcisista y este tipo de gente está emocionalmente incapacitado para admirar a otros seres humanos. El otro siempre existe para aplaudir, no para ser aplaudido. Fidel, además, sabe que la subordinación psíquica de Raúl le garantiza que su obra, aunque sea un monstruoso fracaso, no será desmantelada mientras él viva. Esa soga invisible colocada en el cuello de su hermano menor, que jamás aflojará, es la garantía de la prolongación (aunque sea provisional) de un régimen en el que ya nadie cree.
¿Qué pasará cuándo Fidel muera? ¿Seguirá Raúl complaciendo al cadáver de su hermano o logrará librarse del yugo? No sé. Raúl tiene 77 años y a esa edad muy poca gente es capaz de cambiar. Su trastorno de personalidad encaja a la perfección dentro del ancho síndrome de la ''codependencia'' y no es nada fácil sacudirse esa cadena. En el fondo, el problema de Cuba está más cerca de la psiquiatría que de la política. Tal vez siempre ha sido así.
El problema radica en cómo llegamos a ese punto. En su reciente viaje a Brasil lo confesó, en privado y sin micrófonos, uno de los cubanos más prominentes del gobierno: "sabemos que esto llegó a su fin; lo que deseamos es transformar el régimen nosotros mismos, poco a poco, para que no se produzcan grandes descalabros y para que los norteamericanos no secuestren el proceso''.
El brasilero que me lo contó (el mismo que me aseguró, cuando nadie lo creía o lo sabía, que Fidel tenía un cáncer incurable en los intestinos), agregó un dato importante: el acercamiento a Brasil tiene precisamente ese objetivo. Raúl Castro está buscando alternativas al enorme pero poco fiable apoyo venezolano para tratar de capitanear un cambio suave y por etapas.
Pero poco después habló Raúl ante el parlamento cubano. En Cuba las expectativas eran enormes. Fue un discurso muy decepcionante, incluso para los propios castristas, que esperaban anuncios más audaces. De cuanto dijo, lo único realmente importante fue que decretó la muerte del igualitarismo y admitió, por fin, que como todos los seres humanos son distintos y crean riqueza de acuerdo con sus particulares actitudes y aptitudes, les corresponde, por lo tanto, una recompensa acorde con su trabajo. O sea, Raúl, al cabo de medio siglo, descubrió los fundamentos éticos de la economía de mercado: un sistema basado en la existencia de propiedad privada legítimamente obtenida, aunque de ahí se derive la existencia de clases sociales caracterizadas por diferentes niveles de vida.
¿Por qué tanta timidez en emprender el camino de la reforma si el propio gobierno no cesa de dar datos sobre el enorme desastre material que padece el país? El 85% de los edificios se están cayendo, más de la mitad de la tierra fértil está cubierta por un arbusto inservible, allí llamado marabú, que sólo sirve para hacer leña. Tienen que importar casi toda la comida que consumen (Estados Unidos es el primer suministrador de alimentos). El PIB per cápita es como el de Bolivia, el país más pobre de Sudamérica. El monto de las exportaciones es ridículo. No tienen dinero para pagar las deudas a los empresarios que cometieron el error de darles crédito. En suma: una nación absolutamente quebrada, que produce muy poco (la mitad de lo que producen los dominicanos), y en cuyo sistema económico y político ya sólo parece creer Fidel Castro, el viejo y terco Comandante, cristalizado en sus disparates y dispuesto a morir abrazado a sus errores.
La clave que explica por qué Raúl Castro no se atreve a poner en marcha los cambios que el país necesita, pese a que no ignora que ése es el clamor popular, radica en sus relaciones emocionales con Fidel. Eso se dejó ver, muy claramente, en el discurso de marras. Tras acabar la lectura contó, muy orgulloso, que le envió el texto a su hermano para su aprobación y éste se lo devolvió sin una sola corrección. Raúl estaba radiante de felicidad y entonces le mandó un mensaje entre jocoso y obsecuente a Fidel: "¿Sabes por qué soy tan inteligente? Porque todo lo aprendí de ti''.
Raúl está gobernando para complacer a Fidel, no para solucionar los infinitos quebrantos del país. Su agobiada biografía psicológica es ésa: toda una vida tratando de que su admirado hermano mayor lo valore y distinga. Desde niño, y especialmente desde la adolescencia, cuando sus padres lo colocaron bajo el tutelaje de Fidel, Raúl ha intentado conquistar el aprecio de Fidel. Pero Fidel es un narcisista y este tipo de gente está emocionalmente incapacitado para admirar a otros seres humanos. El otro siempre existe para aplaudir, no para ser aplaudido. Fidel, además, sabe que la subordinación psíquica de Raúl le garantiza que su obra, aunque sea un monstruoso fracaso, no será desmantelada mientras él viva. Esa soga invisible colocada en el cuello de su hermano menor, que jamás aflojará, es la garantía de la prolongación (aunque sea provisional) de un régimen en el que ya nadie cree.
¿Qué pasará cuándo Fidel muera? ¿Seguirá Raúl complaciendo al cadáver de su hermano o logrará librarse del yugo? No sé. Raúl tiene 77 años y a esa edad muy poca gente es capaz de cambiar. Su trastorno de personalidad encaja a la perfección dentro del ancho síndrome de la ''codependencia'' y no es nada fácil sacudirse esa cadena. En el fondo, el problema de Cuba está más cerca de la psiquiatría que de la política. Tal vez siempre ha sido así.
Carlos Alberto Montaner
http://www.firmaspress.com
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