sexta-feira, 18 de julho de 2008

El líder que nunca lideró


No hace falta que le describamos. Se ha descrito él mismo, con la mano segura de los maestros del retrato. Sin darse cuenta, naturalmente, pues los rasgos que traza dejan al descubierto su perfil incierto, la endeblez de su programa, el vacío de cuanto dice y hace. «El pesimismo no ha creado ni un solo puesto de trabajo», asegura. Cabría responderle: «Y el optimismo a ultranza, lo que crea son parados», apuntando a la realidad española y recordándole que, según la clásica máxima política, «un pesimista es un optimista enterado». Pero todo apunta a que nuestro presidente nunca la oyó, y si la oyó, se ha olvidado.

«Sólo navegaría en un barco en el que el capitán diga que tiene plena confianza», sigue divagando, con el viento en popa de su oratoria sonámbula. Pues los verdaderos gobernantes, los auténticos capitanes de empresas o naciones, lo que hacen ante cualquier decisión importante es reunir a su equipo, exponer su plan y pedir, no el aplauso, sino la crítica. Es la única forma de conocer sus puntos débiles, de descubrir inadvertencias, de evitar en lo posible equivocarse.
Mientras los gobernantes que no tienen la menor duda sobre su política, los que están completamente seguros de su eficacia y desenlace, lo que suelen hacer son alardes hiperbólicos. A nuestro presidente de Gobierno convendría enviarle las «Conversaciones del búnker», en las que Martín Borman transcribe los monólogos interminables de Hitler ante su círculo íntimo hasta las altas horas de la madrugada, figurándose divisiones fantasmas de las SS que llegaban a liberarles, mientras los tanques rusos se aproximaban a Berlín. Aquel capitán también tenía plena confianza.

Ahora nos damos cuenta de algo tremendo: hemos elegido para llevar la nave del Gobierno español a alguien que antes nunca había pilotado ni una simple barca de remos. José Luis Rodríguez Zapatero no había tenido ningún cargo ejecutivo antes de llegar a La Moncloa. Ni siquiera fue concejal del Ayuntamiento de su ciudad, ni alcalde, ni presidente de su Comunidad, ni ministro, ni subsecretario, nada. Se limitó a calentar el escaño de diputado que le había correspondido en las listas de su partido y a votar lo que le indicaba el portavoz de su grupo, hasta que la tormenta que sacudió al PSOE tras la salida de Felipe González le convirtió en secretario general del mismo, donde no hizo nada, hasta que el terremoto del 11-M, unido a los errores garrafales del PP al manejar aquella crisis, le pusieron al frente de la nación. En cuanto a su currículo particular, tengo entendido que incluye una ayudantía en la Facultad de Derecho, que ya sabemos todos lo que eso significa, pero ni oposiciones, ni cargos de responsabilidad, ni publicaciones, ni nada destacable. Conociéndole como ya le conocemos, me atrevería a decir que no fue delegado de curso ni presidente de la comunidad de vecinos de la casa donde vivía. En otras palabras: que si se hubiera presentado con este currículo en una firma de abogados o en una empresa, dudo mucho que le hubieran contratado, a no ser que fueran amigos de su familia.
Y, sin embargo, no tuvimos inconveniente en hacerle presidente de Gobierno. Es más, le hemos reelegido, pese a que su gestión durante el primer mandato fue todo menos exitosa. Sus dos grandes proyectos, «conseguir la paz en el País Vasco» y reorganizar territorialmente España a base de nuevos estatutos, han terminado con un lendakari desafiando abiertamente al Estado y unas Autonomías disputándose el presupuesto como perros hambrientos. Quiero decir que han traído más problemas de los que han solucionado.

Pero ha tenido que ser la crisis económica -cuya gravedad él sigue negando a causa del bendito optimismo- la que nos descubra que hemos elegido un líder que nunca había liderado. Dios nos coja confesados, íbamos a decir, pero recordamos que estamos en un estado cuasi laico y lo dejamos en un resignado «A ver si hay suerte». Pues el suspenso no es sólo suyo.

José María Carrascal
www.abc.es

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