sábado, 12 de julho de 2008

La izquierda intelectual y el manifiesto


Junto a su valor como denuncia de un abuso de poder y un atropello de la Constitución, el Manifiesto por la Lengua Común ha dejado claro quién está a favor de los derechos fundamentales de las personas y quién los subordina a la conveniencia personal o de partido. Algo siempre importante para catalogar a cada uno o una.

Siendo los promotores del Manifiesto destacadas personalidades de la izquierda, podría pensarse que la llamada «inteligencia», que reclama la ética como heredad, acudiría en bloque a respaldarlo. Pero no ha sido así, ni de lejos. Es cierto que no han faltado intelectuales de izquierda que han endosado con pasión y elocuencia el Manifiesto. Pero la inmensa mayoría se ha escaqueado, sin que faltasen los y las que han querido nadar y guardar la ropa, esto es, aceptar que la denuncia está justificada en su fondo, pero no respaldarla por una circunstancia u la otra. Actitud de clara cobardía moral, ya que las razones que alegan no pueden ser más deleznables: «El Manifiesto está siendo utilizado políticamente», «Lo apoyan personas que no me ofrecen garantías», «Habría que precisar cuál es la lengua común», «Trata de desgastar al gobierno», «Hubiera preferido algo más modesto», excusas más de políticos en activo que de intelectuales en ejercicio. No se niega la médula de la acusación -que en determinadas comunidades españolas se están violando derechos fundamentales, no ya de los padres, sino de los niños-, pero se subordina a algo tan liviano como la coyuntura política. Y esa es la mayor traición que puede cometer un intelectual, a quien se le supone comprometido con valores más altos que los ideológicos. Claro que no es la primera vez que la «inteligencia» comete tal traición. Lo hizo ante Stalin, lo hizo ante Castro y todo apunta que lo seguirá haciendo tanto en dictaduras como en democracias.

Cuando Kant estableció el primer principio de la moral moderna, quiero decir, una moral independiente de la religión, lo resumió en la máxima «actúa como si aquello que haces tuviera validez universal». Es decir, no sometido a las circunstancias personales, políticas o de conveniencia. Lo que está haciendo buena parte de nuestra intelectualidad de izquierdas es justo lo contrario: someter un principio universal -el derecho de los niños a ser instruidos en su lengua- al provecho coyuntural de dos de sus viejos enemigos, el poder y el nacionalismo. Algo ni moral, ni ético, ni decente.

Se puede atacar el español desde las trincheras nacionalistas. Pero, no desde las intelectuales, menos que nadie, por parte de aquellos que se ganan la vida con él como instrumento. Y lo que resulta ya totalmente inadmisible desde el punto de vista intelectual es que se restrinja al derecho a aprenderlo en las aulas a niños españoles, no importa dónde residan. Aunque la valentía no ha sido un atributo intelectual, desde que a Sócrates le costó la vida sostener sus principios.

Claro que tampoco ninguno de esos intelectuales nuestros es un Galileo.

José María Carrascal
www.abc.es

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