La Jornada Mundial de la Juventud convocada por el Papa en Sidney ha sido un éxito rotundo. Muchos miles de jóvenes procedentes del mundo entero han afrontado el largo viaje con la confianza de ser testigos de un mensaje de amor y de esperanza. Millones de personas han seguido los actos por televisión, alcanzando el récord de audiencia en múltiples países. Benedicto XVI cultiva una imagen de cercanía personal y afectiva que rompe todos los pronósticos sobre la supuesta distancia y frialdad de un teólogo al que algunos pretendían identificar interesadamente con el dogmatismo conservador. Muy al contrario, el Papa actual es un sacerdote entregado a la causa de Cristo con la máxima alegría y generosidad. Es también un intelectual sólido y profundo, capaz de mantener debates filosóficos al más alto nivel. Por eso, sus discursos se caracterizan por el rigor y los matices propios del maestro que disfruta con la enseñanza y la transmisión de la palabra. Aquellos tópicos se han convertido en papel mojado. A día de hoy, el Papa Ratzinger conduce a la Iglesia con mano segura para afrontar los retos del siglo XXI buscando el protagonismo activo de los creyentes en el espacio público, con una confianza audaz en el Evangelio.
En una sociedad dominada por el culto al dinero y el triunfo social, Benedicto XVI ha hecho llegar a la juventud una reivindicación de los valores morales: «La vida es mucho más que el éxito», dijo en el hipódromo de Sidney, al tiempo que invitaba a los cristianos a descubrir los dones del Espíritu Santo, la persona olvidada de la Santísima Trinidad. Es importante mantener los principios éticos en el plano individual y social frente a un materialismo a ultranza que desconoce la dignidad de la persona. Los jóvenes están deseando recibir un mensaje ilusionante. Los bienes materiales son un instrumento necesario para realizar la vida personal y la entrega a los demás, pero no pueden convertirse en un fin en sí mismos. La sabiduría, la fortaleza y otras cualidades que la teología católica asocia con el Espíritu Santo deben tener un lugar de primer orden en el despliegue de la vida irrepetible de cada ser humano. El Papa habla de una fe madura vinculada con el estudio, el deporte, el trabajo, la música o el arte, invita a la oración y a los sacramentos y se refiere a un amor «que une y perdura». Es el discurso que necesitan escuchar millones de jóvenes, entusiastas y dispuestos a vivir en plenitud, pero desorientados con frecuencia por el imperio de las modas efímeras, el consumismo a toda costa y la publicidad sin límites.
En 2011 Madrid será la sede de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que hasta ahora sólo se había celebrado una vez en España, en 1989, con la presencia de Juan Pablo II en Santiago de Compostela. Es un gran respaldo para la Iglesia española, que sin duda sabrá afrontar la responsabilidad que supone la organización de un evento tan complejo. En plena etapa de políticas laicistas inspiradas por dogmas ideológicos trasnochados, los católicos mantienen viva la fe y han demostrado por muchas vías que no están dispuestos a dejarse reducir a una posición marginal. El catolicismo desempeña un papel central en la historia de España y su arraigo social y cultural es incomparable con el de cualquier otra confesión religiosa, como reconoce la Constitución con una mención específica. Sidney, en el lejano continente australiano, deja el listón muy alto. Los obispos y los fieles han de ponerse a trabajar cuanto antes para lograr que 2011 sea una fecha inolvidable para los cristianos del mundo entero. Una vez más, la Iglesia da prueba de ecumenismo y vitalidad para ejercer el protagonismo que le corresponde en esta era global. El mundo contemporáneo no entiende de localismos ni de grupos cerrados sobre sí mismos. Por eso, el éxito de Sidney, y su continuación dentro de tres años en Madrid, son fiel reflejo de que el mensaje de Cristo no conoce fronteras ni círculos cerrados.
Editorial, ABC
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