terça-feira, 22 de julho de 2008

Cuba: tristes paradojas

El comunismo ha vivido en una crisis económica permanente en Cuba. No es de extrañar. La productividad del trabajo esclavo siempre ha sido baja. Por cierto, aunque los cubanos de hoy vivan mejor que los de la colonia, sin duda envidiarían el funche, la comida diaria de éstos: harina de maíz, plátanos o boniatos junto con casi media libra de tasajo o bacalao.

Lamentablemente, la dictadura cubana ha conseguido sobrevivir. La razón hay que buscarla en unas políticas inefectivas, la popularidad del antiamericanismo y en que aquélla siempre ha conseguido que alguien la mantenga: primero fue la URSS, ahora es Chávez. Las raíces ideológicas de la Revolución no parecen estar tanto en Marx o en Lenin como en Alberto Yarini, el famoso proxeneta habanero de principios del siglo XX.

La miseria y la desesperanza del pueblo cubano entrañan terribles consecuencias para el futuro de la nación. Desde hace muchos, la Isla tiene un crecimiento demográfico cero. En 2006 el índice de natalidad alcanzó los niveles más bajos de los últimos 60 años. Si a eso le sumamos que los jóvenes están verdaderamente obsesionados con irse del país, no puede sorprender que la población en edad laboral se esté contrayendo. No es por gusto que Raúl Castro esté llamando a los maestros jubilados a reincorporarse a sus trabajos: pronto va a tener que llamar también a los obreros de la construcción y a los macheteros jubilados. Cuba se está convirtiendo, aceleradamente, en un país de viejos. Las tierras cultivadas han disminuido un 33%. Es como si un par de provincias se hubieran convertido en desiertos.

En los últimos meses, esta crisis endémica se ha visto agravada por el súbito aumento del petróleo y los alimentos. Raúl Castro quisiera salir de tal situación, porque está afectando a los ingresos de la dictadura y dificultando la administración de su finca, la Isla entera. Y piensa hacerlo apretando económicamente a la población. En su último discurso anunció el fin de los subsidios y los servicios gratuitos y el inicio de los impuestos, particularmente a los pequeños agricultores.

Su diatriba contra el igualitarismo y el anuncio de la eliminación de ciertos topes salariales va a tener resultados sumamente limitados. La miseria, el endeudamiento y la ínfima productividad hacen imposible cualquier incremento de los ingresos reales de la población. Por consiguiente, la falta de estímulos para trabajar, el robo y los desvíos de recursos van a seguir más o menos igual. No hay llamamiento a la burocracia ni repunte represivo que puedan cambiar esa realidad.

Es una situación desesperada para el pueblo. ¿Y para la nomenklatura? Seguramente, pensarán algunos, porque sus componentes temen un estallido social. ¿Seguro? Yo no veo señales de estallido social alguno. Hasta ahora, la desesperación de la gente, sobre todo de los jóvenes, no se ha traducido en un estímulo para luchar contra el régimen, sino para irse del país. La Ley de Ajuste y las 20.000 visas anuales para EEUU garantizan una válvula de escape a los cubanos... y a la dictadura.

Es natural que las grandes mayorías no arriesguen la vida o la cárcel si tienen otras alternativas. Mientras no cambie la política de EEUU, lo único que va a cambiar en Cuba es el número de emigrantes. Los disidentes necesitan el respaldo activo de las masas para conseguir cambios significativos. De otra forma, sólo pueden aspirar a sobrevivir.

Unas protestas sociales forzarían al régimen a hacer cambios políticos como los que se registraron en China en la década de los 80: Pekín transformó en profundidad su política agraria, y devolvió depósitos bancarios previamente confiscados, así como oro, bonos y casas de antiguos capitalistas perseguidos. Los beneficiados no fueron muchos, apenas unos 700.000, pero tales medidas tuvieron una enorme repercusión social. El Partido Comunista relajó los controles sobre la sociedad civil, facilitó el acceso de las empresas privadas al capital y cedió poder en beneficio del Congreso Nacional del Pueblo. Por aquella época, un accidente en una plataforma petrolera provocó que el Congreso celebrara audiencias en las que testificaron funcionarios del Ministerio del Petróleo y que provocaron el despido del ministro negligente.

Todo esto cambió en 1990, cuando el PC dio marcha atrás y, entre otras cosas, prohibió al Congreso evaluar al funcionariado. Desde entonces se han producido cientos de desastres laborales, pero ningún dirigente –a nivel de ministro o gobernador de provincia– ha sido considerado responsable. El crecimiento económico chino pasó a caracterizarse por el papel de las inversiones extranjeras, fuertemente atraídas por la liberalización de los 80, así como por el despilfarro, la corrupción y un gran desequilibrio interno. Pero China sacó a más gente de la pobreza entre 1980 y 1984 que entre 1990 y 2005.

La gran lección de China ha sido el efecto extraordinariamente dinamizador que puede tener cualquier liberalización política sobre la vida económica. Hasta ahora, Raúl Castro no ha dado señal alguna de estar contemplando seguir esa vía. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Dónde está la amenaza contra el régimen? El aumento del descontento social se ha traducido en un aumento no de las protestas populares, sino de las ganas de emigrar. En este contexto, la culpa de los problemas no la tiene la dictadura castrista sino... los Estados Unidos, por no recibir a toda la población de la Isla. Tristes paradojas de la situación cubana, producto de una política inconsecuente.

© AIPE
ADOLFO RIVERO CARO, columnista de El Nuevo Herald y editor de En Defensa del Neoliberalismo.

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