segunda-feira, 7 de julho de 2008

Nadal: El triunfo de la voluntad


Si la victoria de nuestra selección nacional de fútbol fue el triunfo del equipo, la de Rafa Nadal es el triunfo del individuo en lucha contra todos, incluido sí mismo.

Nadal no es un superdotado del tenis, uno de esos seres que parecen haber nacido con una raqueta en la mano. Nació, sí, en un ambiente deportivo y orientó sus primeros pasos hacia el fútbol. Pero hacia los diez años decidió ser tenista. Y lo hizo con la decisión que hace todas las cosas: plena, total, íntegramente. Aunque es diestro de nacimiento, decidió jugar como los zurdos, dada la ventaja que suelen tener en este deporte. Para entender lo que eso significa, imaginen que tienen que cambiar de mano para hacer lo más importante de su vida. Yo, desde luego, renunciaría, e imagino que a la mayoría le ocurrirá lo mismo. No a Rafa Nadal, que conducido por su tío, fue perfeccionando su tenis hasta convertirse en un zurdo integral, y además, de los buenos, pues ganaba torneos y se imponía a la mayoría de los chicos de su edad. Formó parte del equipo juvenil español y empezó a tomar relieve internacional en las mismas pistas francesas que luego serían escenario de sus mejores triunfos. Con menos de veinte años comenzó su reinado en la arcilla roja, que aún dura, derrotando a jugadores mucho más experimentados y conocidos que él. Su duelo con Roger Federer, el rey del tenis en el último lustro, se ha convertido en la mayor atracción de este deporte a nivel mundial, con victorias alternativas de uno y otro según la superficie en que jugasen.

Pero Rafa Nadal no se contentó con ello. Comprendió que para llegar a lo más alto necesitaba dos cosas: ganar también en pista dura y tener más saque del que tenía. Y se propuso alcanzar ambas con la determinación que le caracteriza. No le importó presentarse a torneos sobre hierba o cemento para ser derrotado en la primera ronda, ni hacer frente a «cañoneros» que demolían su juego preciso y medido. Él iba a lo suyo: a reforzar su servicio y a cambiar su juego para adaptarlo a superficies y bolas mucho más rápidas. Ha tenido que ser un trabajo tan arduo como agotador, tan humillante como sacrificado, pero al fin lo ha conseguido, convirtiéndose en un rival temible por su saque y en un vencedor en todo tipo de torneos. Aunque sería injusto no destacar el papel que en esta brillante trayectoria ha tenido el cobijo que, tanto en las horas malas como en las buenas, ha encontrado en su familia.

Pero ha sido el suyo un triunfo de la voluntad. «La mayor fuerza del mundo», la llamaba San Agustín. «Querer es poder», dice el viejo refrán. Si los españoles tuviésemos sólo una fracción de la voluntad de este muchacho de Manacor, no hubiéramos tenido ni la mitad de la mitad de las dificultades que tuvimos y seguimos teniendo. Ya que no la tenemos, felicitémonos por la suya, mientras le aplaudimos. Pero, eso sí, que no nos venga el Gobierno a decir que su triunfo, como el de la selección, va a aliviar la crisis económica. Ese triunfo es sólo suyo. Las dificultades, nuestras.

José María Carrascal
www.abc.es

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