Qué quieren que les diga de este chico, que nos dejó un partido para la historia. Ya no soy el único español que ha ganado en Wimbledon, qué gran sucesor. El que me haya seguido desde hace algunos años conoce mi fe en este zurdo, que por cierto, sólo es zurdo para jugar al tenis. Siempre creí en él y así se lo he transmitido desde que era un chavalín; a él y a su familia, que forman un grupo maravilloso. Creo en Rafa casi tanto como él mismo. Porque no hay otro que haya creído tanto en Rafa como el propio Rafa, el mejor ejemplar que se me ocurre para ponerle cara y ojos a la voluntad, al amor propio, al orgullo de creer en lo que hace.
La luz se rindió, pero no Rafa. Para cualquier otro tenista del mundo, y digo cualquier otro, el golpe anímico que representa ver cómo le igualan dos sets y cómo pierde una pelota de partido es durísimo e insuperable. No para este chaval, que tiene una cabeza prodigiosa y un sentido del juego mucho más profundo que los demás. Cuando entra en una pista ante el rival que sea, sabe que no hay más reglas fijas que la de los descansos cada dos juegos. Lo demás, depende de él.
Lo bueno de Rafa está en su interior, en su corazón, en que no tiene un alto concepto de sí mismo, y que por lo tanto nada le va a llegar por su apellido. No sé si se han fijado cómo después de cada dos o tres puntos, preferentemente cuando ha perdido uno, Rafa se seca los brazos con la toalla y escudriña la tribuna. Le llama la atención los gestos de los aficionados. Yo creo que les mira y les dice mentalmente: "Preparaos porque el próximo punto no lo voy a perder"; y no lo suele perder; y si lo pierde, vuelve a mirar y les dice lo mismo. Es por eso por lo que Federer, entre otras pequeñas batallas perdidas dentro del encuentro, casi no pudo con todas las oportunidades de 'break' que tuvo, y fueron bastantes.
Rafa se ha quitado definitivamente ese yunque que pesaba sobre nuestro tenis. Y si quieren que yo les diga a ustedes una cosa, es algo que él tenía metido entre ceja y ceja. Sé que me tiene cariño, y los dos bromeábamos con eso de que el único español que ha ganado en Wimbledon es ya un abuelo. Su cabeza y su corazón le animaron siempre a no mirar con normalidad a la hierba, y no con odio. Si ha llegado hasta donde ha llegado en este torneo ha sido porque siempre comprendió que para ganar sobre la hierba no había que pisarla con miedo, sino con respeto.
Esa es la clave de este acontecimiento que ha supuesto la entrada de Nadal en nuestras vidas. Porque, independientemente de que haya sido, para mí, la mejor noticia deportiva del último lustro, la llegada de Rafa al circuito ha sido extraordinaria para el propio tenis. El tenis tiene deudas con grandes genios de la raqueta, y Rafa es uno de ellos. Y todos nosotros le debemos desde hace tiempo una reverencia por habernos hecho comprender que se gane o se pierda lo importante es la pureza que destile el corazón. El suyo es limpio. Por eso, siempre nos quedará Rafa.
Manolo Santana
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