Raúl Castro ha descubierto el capitalismo mientras su hermano Fidel se dedicaba a su propia, inevitable, penosa ancianidad y descubría la posibilidad de la muerte. Alina Fernández, la hija desdeñada del dictador y de la bella Nati Revuelta, se mostraba optimista estos días. Y que ella se muestre optimista es harto significativo, porque no es lo mismo irse de la casa del padre que exiliarse del país del padre. El libro de memorias de Alina es en todo recomendable para entender al personaje.
Yo soy optimista desde antes. Desde el día en que se permitió la venta de teléfonos móviles en Cuba. Teléfonos que funcionan relativamente, dada la falta de redes de antenas que los hagan realmente útiles: pero autorizar los primeros implicaba autorizar la instalación de las segundas.
Como Raúl es un ignorante, ha dicho ante la Asamblea del Poder Popular, es decir, el congreso adicto a la dictadura, que "el socialismo es igualdad de derechos, no de ingresos": ha regresado a 1789 y, lo que es aún peor para él, a 1776, a los principios de las dos únicas grandes revoluciones que ha conocido la historia: la americana y la francesa.
Es una buena actualización: Martí, que encarnaba la revolución nacional burguesa, decía lo mismo, sólo que no hablaba de socialismo. (Ahora, quién sabe de qué hablará Martí, desde que la revolución hizo pasar sus Obras Completas de ocho tomos a cuarenta y tantos...) Los propios soviéticos lo tenían claro: el socialismo, decían, es "dar a cada cual según su capacidad", y el comunismo, el reino de los cielos que sobrevendrá tras la superabundancia que Rusia jamás llegó a conocer, daría "a cada cual según su necesidad". En Cuba, hasta la fecha se ha repartido lo poco que se ha repartido a ojo de buen cubero, según su lealtad.
Lo he recordado muchas veces, pero no está demás repetirlo otra: entre 1960 y 1989, la URSS entregó a Cuba 5.000 millones de dólares al año, 500 dólares per cápita, sólo por el mérito de existir y de encontrarse a 90 millas del territorio de los Estados Unidos. En 1960, era la renta media de los países de la región, de modo que no había necesidad de trabajar para ser como la República Dominicana, con su electricidad, su azúcar y su tabaco nacionalizados por el socialista nacionalista Rafael Leónidas Trujillo.
Ahora dice Raúl, el Chino, el number two, que no se puede seguir así, y que los salarios se ajustarán de acuerdo con la productividad. No ha explicado quién medirá esa productividad, ni a qué mercado irán a parar las mercancías surgidas del estajanovismo oficial. (Stajanov era un "obrero modelo" de la época de Stalin que dio el nombre, tras ganar una medalla a la productividad, al "héroe soviético del trabajo", a lo que en el capitalismo ya se conocía como taylorismo, aunque Taylor no era un proletario sino un ingeniero mecánico metido a economista que decidió racionalizar la producción dividiéndola en diversas fases, es decir, creó la línea de montaje, de la que Chaplin se burló en Tiempos modernos y cuya tragedia expuso Andrei Vajda en El hombre de hierro y El hombre de mármol). Pero está claro que si se incita a la producción es porque se piensa en un mercado.
Uno se inclinaría a pensar en una reconversión de la Isla a la economía de plantación, pero resulta que hay un segundo punto del orden del día del joven Castro: la desreforma agraria, la privatización de la tierra. El retorno a 1959. La tierra ya no es del Estado, sino que empezará a serlo del campesino o, puesto que tienen la puerta explícitamente abierta, de las "grandes empresas", en palabras del dirigente.
La colectivización del campo, que costó millones de vidas en la URRS, se demostró espantosamente ineficaz, entre otras cosas porque se rompieron los lazos que unían al campesinado con la tierra: fue un fracaso económico de raíz afectiva, lo que determina que un hombre cultive con más amor y empeño unas pocas matas de tabaco propias, en tierra propia, que el que pone en el cultivo para otros. Las grandes empresas agrícolas no colectivizan: emplean, y no necesariamente a campesinos tradicionales, sino a personas con capacitación para manejar maquinarias.
La zafra de los diez millones de toneladas de caña de 1970 es una pesadilla que merecería ser olvidada: hecha a machete, a Fidel Castro se le ocurrió que aquélla sería una buena ocasión para moralizar y prohibió el alcohol, ese ron que era y es el combustible básico para un zafrero: cuando reconsideró su decisión y repartió bebida, ya era tarde. Y es que los ingenieros rusos no dedicaron un segundo a crear máquinas para la recogida de la caña. Ahora existen, pero lo más probable es que las grandes empresas que entren en el proceso (Raúl ya debe de saber cuáles, el paquete debe de esta atado y bien atado) hagan lo que hace tiempo se tenía que haber hecho: acabar con el monocultivo.
Tras el anuncio de que se viene el capitalismo (que no el libre mercado: eso es otra cosa), de que hay que prepararse para que vuelva a haber patronos, de que hay que ser más productivos, el Chino Raúl ha dicho que tanto es lo que se va a producir de aquí en más, que la gente ni siquiera se podrá jubilar como hasta ahora, sino más tarde, y que se reconocerá el derecho al pluriempleo: puede usted vender su fuerza de trabajo en el mercado, mientras sea lo bastante fuerte y lo bastante sano para ello, ha venido a prometer. Eso sí: vamos a eliminar los subsidios. Pero ¿qué es el socialismo sin subsidios? Capitalismo, ¿no?
Todo esto se corresponde con dos cosas de las que casi no se ha hablado. La primera, más reciente, es la de que Estados Unidos permite enviar teléfonos móviles a la Isla: los móviles son el símbolo de la transición cubana. La segunda lleva años en preparación y la contó George W. Bush, ese malvado, en una rueda de prensa convocada por sorpresa y a ese solo efecto: existe un fondo internacional destinado a Cuba, un dinero reunido para impedir que la transición se haga con violencia de ningún tipo, una pasta a fondo perdido, disponible para el caso de que a alguien de Miami se le ocurra reclamar su antigua casa, o la que era de sus abuelos en 1959: a ese alguien se le comprará la casa y santas pascuas.
La idea de no romper el tejido social cubano, por defectuoso que sea a estas alturas (y lo es, pero se irá reparando solo cuando empiece a fluir dinero, y de eso en España sabemos la tira), no fue en su origen del propio Bush, sino de José María Aznar. El presidente americano pronuncia más o menos mal su apellido, pero le hizo caso.
Falta poco. La (relativa) libertad económica cuya imperiosa necesidad se va abriendo paso hasta en la cabecita de Raúl Castro tendrá que dar paso sin grandes demoras a las libertades políticas. No hay que aflojar la presión ni un segundo, no hay que conceder el menor espacio a las concesiones de Zapatero y de la UE (las del primero, porque le parecen bien las cosas como están; las de la segunda, porque los eurodiputados aún no han entendido, ni creo que lleguen a entender, que lo económico nunca va solo, a pesar de su propia historia desde 1945). Tenemos que seguir presionando por los presos políticos, por los derechos humanos en Cuba. Recogiendo, como es debido, las promesas, o amenazas, de Raúl Castro, que habló ayer, 12 de julio de 2008: una especie de "espíritu del 12 de febrero". Cuba está en 1974.
Horacio Vázquez-Rial
http://exteriores.libertaddigital.com
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