En su época de madurez, el comediógrafo Plauto estrenó en Roma una comedia titulada «Mostellaria». La obra contaba la divertida historia de un joven calavera y desvergonzado que aprovechaba la ausencia de su padre para llevarse a casa a una esclava con la que entregarse a los placeres del lecho. Cuando más entretenido se hallaba con la muchacha, se producía el retorno del progenitor.
Temiendo ser descubierto y castigado por su conducta disoluta, el joven inventaba que en la casa se había asentado un fantasma y que, por lo tanto, lo más prudente era que su padre no entrara en ella. Libertino, embustero, irrespetuoso con quien le había engendrado, la comedia de Plauto lanzaba un juicio sobre él afirmando que «nada es más miserable que el ánimo del hombre consciente de su pecado». La aseveración ponía así el dedo en la llaga de una de las claves que nos permiten entender las motivaciones más hondas del corazón humano.
Me ha venido a la memoria «Mostellaria» al escuchar las declaraciones de algunos políticos al referirse a la supervivencia de Esperanza Aguirre en medio de los atentados islámicos de Bombay. En buena lógica, la matanza debería de haber provocado unas reacciones muy concretas. Por supuesto, tendría que haber originado una condena contundente del gobierno de ZP afirmando su voluntad de combatir el terrorismo islámico en cualquier frente y, por supuesto, también la alegría por el hecho de que sus compatriotas -incluida Esperanza Aguirre- se hubieran salvado.
Sin embargo, las reacciones -de Ignaci Guardáns a José Blanco, pasando por Mar Moreno- han sido mezquinas y ruines y en su mayoría se han dirigido a atacar a la presidenta de la Comunidad de Madrid que, al parecer, cometió el grave pecado de salir viva. Personalmente, me cuesta no ver en todo ello el vómito de una conciencia que se sabe culpable.
¿Cómo no iba a atacar a Esperanza Aguirre Ignaci Guardáns, que persiguió a la COPE en el Parlamento europeo y que parece no haber asimilado que es nieto de alguien que financió en 1936 a Franco para alzarse contra el gobierno del Frente Popular? ¿Cómo no iba a sumarse José Blanco, conocedor de que su partido se lanzó al suelo el 23-F en el Congreso, se valió del terrorismo relacionado con el 11-M, huyó de Irak y llamó a la deserción de la lucha contra el terrorismo a otras naciones? ¿Cómo no iba a unirse Mar Moreno, que sabe sobradamente cómo ZP intenta estrangular económicamente a Madrid? ¿Cómo no iba incluso ZP a sumirse en el silencio cuando quienes han cometido los asesinatos son aquellos con los que se ha negado a enfrentarse desde la vergonzosa salida de Irak y con los que sueña en anudar su absurda Alianza de Civilizaciones?
Y, finalmente, ¿cómo no iba a producirse también un silencio, a gritos de los dirigentes musulmanes -supuestamente moderados-, que no han pronunciado una sola palabra de condena contra la violencia de sus correligionarios en Bombay? Si bien se mira, todos y cada uno se han comportado como cabía esperar y es que, detrás de todas estas conductas, da la sensación de hallarse una culpabilidad nacida de haber actuado de manera indigna, tan indigna que, a diferencia de lo sucedido en la obra de Plauto, ni siquiera la aparición de un fantasma serviría para ocultarla.
Temiendo ser descubierto y castigado por su conducta disoluta, el joven inventaba que en la casa se había asentado un fantasma y que, por lo tanto, lo más prudente era que su padre no entrara en ella. Libertino, embustero, irrespetuoso con quien le había engendrado, la comedia de Plauto lanzaba un juicio sobre él afirmando que «nada es más miserable que el ánimo del hombre consciente de su pecado». La aseveración ponía así el dedo en la llaga de una de las claves que nos permiten entender las motivaciones más hondas del corazón humano.
Me ha venido a la memoria «Mostellaria» al escuchar las declaraciones de algunos políticos al referirse a la supervivencia de Esperanza Aguirre en medio de los atentados islámicos de Bombay. En buena lógica, la matanza debería de haber provocado unas reacciones muy concretas. Por supuesto, tendría que haber originado una condena contundente del gobierno de ZP afirmando su voluntad de combatir el terrorismo islámico en cualquier frente y, por supuesto, también la alegría por el hecho de que sus compatriotas -incluida Esperanza Aguirre- se hubieran salvado.
Sin embargo, las reacciones -de Ignaci Guardáns a José Blanco, pasando por Mar Moreno- han sido mezquinas y ruines y en su mayoría se han dirigido a atacar a la presidenta de la Comunidad de Madrid que, al parecer, cometió el grave pecado de salir viva. Personalmente, me cuesta no ver en todo ello el vómito de una conciencia que se sabe culpable.
¿Cómo no iba a atacar a Esperanza Aguirre Ignaci Guardáns, que persiguió a la COPE en el Parlamento europeo y que parece no haber asimilado que es nieto de alguien que financió en 1936 a Franco para alzarse contra el gobierno del Frente Popular? ¿Cómo no iba a sumarse José Blanco, conocedor de que su partido se lanzó al suelo el 23-F en el Congreso, se valió del terrorismo relacionado con el 11-M, huyó de Irak y llamó a la deserción de la lucha contra el terrorismo a otras naciones? ¿Cómo no iba a unirse Mar Moreno, que sabe sobradamente cómo ZP intenta estrangular económicamente a Madrid? ¿Cómo no iba incluso ZP a sumirse en el silencio cuando quienes han cometido los asesinatos son aquellos con los que se ha negado a enfrentarse desde la vergonzosa salida de Irak y con los que sueña en anudar su absurda Alianza de Civilizaciones?
Y, finalmente, ¿cómo no iba a producirse también un silencio, a gritos de los dirigentes musulmanes -supuestamente moderados-, que no han pronunciado una sola palabra de condena contra la violencia de sus correligionarios en Bombay? Si bien se mira, todos y cada uno se han comportado como cabía esperar y es que, detrás de todas estas conductas, da la sensación de hallarse una culpabilidad nacida de haber actuado de manera indigna, tan indigna que, a diferencia de lo sucedido en la obra de Plauto, ni siquiera la aparición de un fantasma serviría para ocultarla.
César Vidal
www.larazon.es
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