Tal vez por culpa de la artrosis, el régimen cubano ha conmemorado sin pena ni gloria el 50 aniversario de la revolución, se diría que de manera vergonzante y para cubrir el expediente. Particularmente insulsos han estado sus palmeros europeos, en especial los españoles, esos políticos e intelectuales a los que se les humedecen los ojos cuando recuerdan el peregrinaje a La Habana con la misma emoción que siente el buen musulmán que va a La Meca. Se han pasado décadas cantando las alabanzas del castrismo y cuando se cumplen sus bodas de oro se escaquean de la fiesta para no hacer el regalo.
A ver, ¿dónde está García Márquez, por ejemplo? La pervivencia de una dictadura tan arcaica y brutal como la de Fidel Castro, que ha sido heredada por su hermano del mismo modo que se hereda un cortijo con servidumbre y todo, sólo ha sido posible gracias a la complicidad de irreprochables políticos democráticos y de brillantes intelectuales, algunos tan geniales como Gabo.
Cuba no sería hoy un isla-miseria sin los abrazos de Felipe González al comandante, sin los vuelos chárter Madrid-La Habana de la progresía al completo y sin las periódicas visitas a Fidel de una casta intelectual que, como una corte de los milagros, le reía los chistes sobre Cabrera Infante. Si Vargas Llosa no se hubiera alzado en los años 70 contra aquel icono de la izquierda europea, ya le habrían coronado con el Nobel.
El día que a un juez de la Audiencia Nacional, que no será Garzón, le dé por abrir una causa general contra el castrismo por crímenes de lesa humanidad, saldrá a relucir esa larga nómina de escritores, artistas y profesores españoles que vitoreaban extasiados al barbudo Tirano Banderas mientras las cárceles se llenaban de escritores, artistas y profesores cubanos menos entusiastas. Serán los mismos intelectuales que en 50 años no han visto alambradas en Guantánamo, pero las acaban de descubrir gracias a Irak.
A ver, ¿dónde está García Márquez, por ejemplo? La pervivencia de una dictadura tan arcaica y brutal como la de Fidel Castro, que ha sido heredada por su hermano del mismo modo que se hereda un cortijo con servidumbre y todo, sólo ha sido posible gracias a la complicidad de irreprochables políticos democráticos y de brillantes intelectuales, algunos tan geniales como Gabo.
Cuba no sería hoy un isla-miseria sin los abrazos de Felipe González al comandante, sin los vuelos chárter Madrid-La Habana de la progresía al completo y sin las periódicas visitas a Fidel de una casta intelectual que, como una corte de los milagros, le reía los chistes sobre Cabrera Infante. Si Vargas Llosa no se hubiera alzado en los años 70 contra aquel icono de la izquierda europea, ya le habrían coronado con el Nobel.
El día que a un juez de la Audiencia Nacional, que no será Garzón, le dé por abrir una causa general contra el castrismo por crímenes de lesa humanidad, saldrá a relucir esa larga nómina de escritores, artistas y profesores españoles que vitoreaban extasiados al barbudo Tirano Banderas mientras las cárceles se llenaban de escritores, artistas y profesores cubanos menos entusiastas. Serán los mismos intelectuales que en 50 años no han visto alambradas en Guantánamo, pero las acaban de descubrir gracias a Irak.
J. A. Gundín
www.larazon.es
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