En Viaje al corazón de Cuba Carlos Alberto Montaner hacía una descripción de la personalidad de Fidel Castro realmente magistral. Diez años después, esas líneas permanecen fielmente vigentes y proporcionan algunas claves sin las cuales es imposible entender cómo Cuba puede continuar, 50 años después, atrapada en una locura desacreditada por la historia.
Montaner ahonda en los rasgos de la personalidad narcisista de Fidel Castro para explicar que el Comandante es un personaje a quien no le importa que le quieran, sino que le teman. Es el miedo precisamente lo que explica que Fidel Castro haya podido mantener Cuba congelada durante medio siglo.
El mecanismo del miedo comienza con un mensaje claro: "Con la Revolución todo, sin la Revolución nada". Al día siguiente de la llegada al poder de Fidel Castro se celebran en La Habana juicios sumarísimos que concluyen con el fusilamiento de 70 personas. El ahora legendario Ernesto Che Guevara resumió bien los procedimientos:
No hace falta hacer muchas averiguaciones para fusilar a uno. Lo que hay que saber es si es necesario fusilarlo. Nada más. Debe dársele al reo la posibilidad de hacer sus descargos antes de fusilarlo. Y esto quiere decir, entiéndeme bien, que siempre debe fusilarse al reo, sin importar cuáles hayan sido sus descargos. No hay que equivocarse en esto. Nuestra misión no consiste en dar garantías procesales a nadie, sino en hacer la revolución, y debemos empezar por las garantías procesales mismas.
Castro no tantea. Su primer mes en el poder lo deja bien claro: la modificación de la constitución de 1940 impone la pena de muerte, la retroactividad de la ley penal y la confiscación de bienes. Poco a poco se van cerrando los medios de comunicación, se nacionalizan las empresas locales y extranjeras y se impone el régimen de partido único (comunista). En el subconsciente del cubano va fijándose la idea de que la crítica a la Revolución tiene graves consecuencias.
Todos los que jugaron a pensar por libre fueron duramente castigados. Los encarcelamientos, fusilamientos y actos de repudio no se cernieron sólo sobre los opositores al régimen. Los intelectuales se convierten también en el blanco de los Castro. El caso Padilla, conocido escritor e intelectual cubano, vuelve a servir para fijar la posición de Fidel Castro: nadie, ni los intelectuales, puede mantenerse al margen de la Revolución. Padilla es arrestado hasta que cede a las presiones para retractarse públicamente de sus desviaciones.
El engrasado mecanismo se sustenta en las llamadas "organizaciones de masas", que garantizan la fidelidad a los principios revolucionarios, es decir, a Fidel Castro. Los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) son los encargados de realizar informes sobre el comportamiento de los vecinos de cada barrio, sobre sus actividades sospechosas, sus quejas ordinarias y, aquí está el elemento más perverso, su celo a la hora de denunciar al prójimo. Castro importa el modelo soviético, que tan bien ha reflejado la película La vida de los otros. El inicuo sistema establece que el buen revolucionario debe denunciar cualquier desvío ideológico. Cualquier vecino, familiar o amigo puede denunciar cualquier crítica privada al modelo castrista. El miedo penetra hasta las mismas entrañas de los cubanos y hasta el último rincón de la isla caribeña.
Pero la dictadura castrista no hubiera cumplido medio siglo sin la histórica complicidad de una parte importante de la intelectualidad, encandilada con los héroes barbudos de Sierra Maestra. Fidel Castro comprendió el papel preponderante que tendrían los medios de comunicación occidentales a la hora de trasladar al mundo una imagen atractiva de una Cuba revolucionaria, enfrentada al imperialismo yanqui. Todavía hoy esta visión tiene una gran acogida entre los intelectuales europeos de izquierdas, y es difícil escuchar una crítica rotunda a la constante violación de los derechos humanos en la Isla. Cincuenta años no han sido suficientes para despertar a una parte de la izquierda envilecida. La historia no les absolverá.
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