Cada vez que los vientos de la historia, o los frutos de la incapacidad de gobierno, soplan en contra de las fantasiosas previsiones de Zapatero, éste se saca de la manga una reforma legislativa tapadera que agudiza, si cabe más, la pérdida del sentido de la realidad en la que estamos inmersos. |
Por más que no queramos ver lo que pasa, por esa sensación de dormidera en la que nos encontramos, nos están fabricando dos Españas; la imaginaria –construida sobre los estereotipos sociales de progreso a toda costa, querámoslo o no, y que no tiene más pie en la realidad que la proyección frustrante de la ideología– y la España real de los problemas económicos, del paro que arrasa y de una crisis de referencias éticas que no tardaremos en sufrir en forma de inseguridad ciudadana. Una vez más, el Gobierno quiere mantener a la opinión pública entretenida con una propuesta que lo único que satisface son los deseos insaciables de los votantes más radicales de la izquierda. ¿Desde cuando lo progresista es el asesinato impune de inocentes criaturas que no se pueden defender, la injusticia legalizada? ¿Dónde está ese criterio de dignidad del socialismo histórico, que defendía la vida frente al capitalismo egoísta de quienes cercenaban las posibilidades de la clase trabajadora?
Si algo es el aborto, es una rémora conservadora de una concepción social que se legitima en el poder de quien no tiene límites a la hora de acabar con la vida del indefenso. Sólo hay una solución progresista, y por ende humana, frente al aborto: proteger al concebido y no nacido, como se custodia a cualquier ser humano, y cuidar a la madre. La solución del aborto es una solución machista. A costa de la mujer, hace al hombre irresponsable de su conducta sexual y de sus consecuencias. Coloca al hombre en la posibilidad de derivar su responsabilidad hacia quien es portadora de vida. La posibilidad legal del aborto libre es una nueva forma de "violencia de género".
El gigantesco paso hacia el abismo de la propuesta de reforma de ley que despenaliza el aborto en los clásicos tres supuestos no es más que un nuevo tiempo en el proyecto de una sociedad en la que el ciudadano, si es algo, es víctima de sus pasiones, de la ideología dominante, de una aparente y formal libertad, de una historia sin sentido, de una pérdida sistemática de referencias de conducta. El aborto engendra soledad y desolación. El aborto es un fracaso, personal, social, dado que supone que una vida, que se está formando y conformado según unas pautas escritas en su código genético, no en el de la madre ni en el del padre, se frustra en su desarrollo por la intervención de una voluntad que le es ajena. El aborto produce un efecto devastador sobre la economía a medio y largo plazo, porque daña el equilibrio demográfico, desestabiliza el sistema público de pensiones y comporta un grave riesgo psicológico para las mujeres que recurren a él.
La vida humana, en general, no es más que un concepto. Lo que existen son seres humanos vivos, concretos, con rostro. Dedicamos mucho tiempo a persuadir, a intentar convencernos de que el problema del aborto es un problema de pérdida de realidad. Por más que se empeñen en poner trampas a la dialéctica y al lenguaje, y hacernos comprender que lo que ocupa espacio del seno de la madre son un conjunto de células más o menos diferenciadas, o nos atenemos a la visión completa de la existencia, o no pesaremos sobre lo que está ocurriendo con toda la seriedad que requiere el caso. El aborto, se llame como se llame, es un crimen que clama al cielo y a la tierra; es la lacra de nuestro tiempo y una degradante práctica social que dice muy poco del alto concepto de dignidad humana que utilizamos para vender los planes de derechos humanos. Detrás del aborto se esconde el drama de una sociedad que mira hacia otro lado y que escribe el guión de una tragedia sin protagonistas.
Nenhum comentário:
Postar um comentário