sexta-feira, 20 de março de 2009

El aborto y la superstición progresista

¡Qué dirían los individualistas y los librepensadores de los siglos XVIII y XIX si vieran los ídolos que hoy tenemos que adorar, los sombreros de Gessler que saludar, para no ser perseguidos y lapidados! ¡Cuanto más próximas a las "luces" les parecería la "superstición" que combatían, comparada con la que la ha sustituido!

Bertrand de Jouvenel

Desde hace mucho tiempo considero que si hay un campo en el que se puede detectar la vigencia y la fuerza de la superstición, del pensamiento irracional y acientífico es en el de la defensa de la legalización del aborto. Es por lo que, sin negar el derecho –es más, el acierto– de la Iglesia Católica al denunciar la escasa defensa legal que asiste a la vida humana en sus fases embrionaria y fetal –ciertamente menor que la que gozan algunas especies como el lince–, me parezca todavía más oportuna la Declaración de Madrid contra la Ley del Aborto, firmada por numerosos científicos e intelectuales.

Lo que nos muestra ese manifiesto no es más que la evidencia científica, avalada por la Genética, la Biología Celular o la Embriología, de cómo la vida se desenvuelve sin solución de continuidad desde el momento mismo de la fecundación y de cómo cualquier intento de hacer comenzar la vida humana en un momento posterior es arbitrario y no sostenido por argumentación científica.

Algunos dirán, no sin buenas razones, que la humanidad es algo más que un programa "geneticonatural". Sin embargo todos los intentos por señalar un nuevo umbral diferencial de cara al retraso en la protección legal de la vida me parecen tan inconsistentes, arbitrarios y ajenos a la racionalidad científica como esas corrientes islamistas permisivas con el aborto anterior a los 120 días de la concepción del nasciturus, momento en el cual consideran que Dios insufla el alma en el feto.

Así me ocurre también con los intentos de caracterizar al ser humano por su capacidad simbólica o capacidad de conciencia y sufrimiento. La capacidad simbólica de un feto de 10 semanas ciertamente es nula, pero como lo es la de uno de ocho meses o la de un bebé de un año. ¿Desprotegemos también la vida de estos últimos al no tener todavía esa capacidad simbólica ciertamente característica del ser humano? En cuanto a la capacidad de sufrimiento, ahí está la evidencia científica del "grito silencioso", realidad y título de una película no por nada censurada por los partidarios del aborto.

Estos progres, intelectualmente cada vez más patéticos, también apelan a la distinción entre delito y pecado para camuflar sus supersticiones y poder arremeter así, con aires de modernidad, contra la defensa de la vida que hace la Iglesia. Deberían saber, en primer lugar, que esa encomiable distinción se la debemos en buena parte al cristianismo; pero una cosa es que algo no tenga que ser delito por el mero hecho de ser pecado, y otra, muy distinta, que porque sea pecado no pueda ser también delito. ¿O es que vamos a despenalizar el robo por el hecho de que una confesión religiosa considere como mandamiento el "no robarás"?

Poco antes de convertirse en Bendicto XVI, Ratzinger apelaba a una visión individual, única e irrepetible del ser humano señalando que "cada persona es una idea de Dios".

Esta aseveración no parte de la racionalidad científica y podría ser considerada por muchos como una superstición. Pero desde luego está mucho más cerca de las "luces" de la ciencia moderna entorno a la identidad genética singular que se produce en la fecundación, que los inconsistentes y obscurantistas malabarismos y eufemismos a los que recurren los que se creen –o nos quieren hacer creer– que la "interrupción voluntaria del embarazo" es algo distinto a la salvaje interrupción de una vida humana.

Yo no sé cuándo estos "progres" consideran que comenzaron a ser seres humanos. De lo que no tengo duda es de que la vida de todo ser humano, incluida la de cada uno de ellos, comenzó en el momento de su concepción. Así, sin paliativos.

Guillermo Dupuy

http://www.libertaddigital.com/

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