domingo, 8 de março de 2009

El verdadero Che Guevara

La historia de Hollywood es a menudo disparatada, pero los directores de cine normalmente tienen el buen juicio de no encubrir a los asesinos y a los sádicos. Sin embargo, la nueva película de Steven Soderbergh sobre Che Guevara hace eso y más.

Che, el revolucionario romántico, tal como lo representa Benicio del Toro en la película de Soderbergh, nunca existió. Ese héroe de izquierdas, con su peinado y su barba hippies, una imagen hoy simbólica que se prodiga en camisetas y tazas en todo el mundo, es un mito inventado por los propagandistas de Fidel Castro, algo así como un cruce entre Don Quijote y Robin Hood.

Como esos cuentos chinos, el mito de Fidel sobre el Che tiene poco que ver con los hechos históricos, pero la historia real es mucho más siniestra. Un Robin Hood probablemente maltrataría a los ricos y, para cubrirse las espaldas, daría parte de su botín a los pobres. En la España medieval, los caballeros como Don Quijote probablemente recorrerían el campo limpiándolo no de dragones, sino de los pocos musulmanes que quedaban en el país.

Lo mismo sucede con el legendario Che. Ningún adolescente enfadado con el mundo o con sus padres parece capaz de resistirse a la seductora imagen del Che. Llevar una camiseta del Che es la forma más explícita y barata para pretender que uno está en el lado correcto de la Historia.

Lo que funciona con los adolescentes también parece funcionar con los directores de cine eternamente jóvenes. En los años sesenta, el look Che, con barba y boina, era como mínimo una simplista declaración política. Hoy en día, es poco más que un accesorio de moda que inspira una superproducción de Hollywood de gran presupuesto. ¿Qué será lo siguiente, parques temáticos sobre el Che?

Pero una vez existió un Che Guevara de verdad: es menos conocido que el títere de ficción que ha sustituido a la realidad. El verdadero Che era un personaje más significativo que su clon ficticio, porque era la encarnación de lo que la revolución y el marxismo realmente significaban en el siglo XX.

El Che no era un humanista. Ningún comunista, de hecho, tuvo nunca valores humanistas. Karl Marx desde luego tampoco lo era. Fieles al profeta fundador de su movimiento, Stalin, Mao, Castro y el Che no tenían respeto por la vida. Era preciso derramar sangre si se iba a bautizar un nuevo mundo. Cuando fue criticado por uno de sus primeros compañeros por la muerte de millones de personas durante la revolución china, Mao señaló que innumerables chinos morían cada día, así que, ¿qué importancia tenía?

Del mismo modo, el Che podía matar encogiéndose de hombros. Tras haber estudiado medicina en Argentina, no eligió salvar vidas, sino acabar con ellas. Después de llegar al poder, el Che ajustició a quinientos «enemigos» de la revolución sin juicio y sin mucho criterio.

Castro, que tampoco es un humanista, hizo lo que pudo para neutralizar a Guevara nombrándolo Ministro de Industria. Como cabía esperar, el Che aplicó políticas soviéticas a los cubanos: la agricultura fue destruida y las fábricas fantasmas salpicaban el paisaje. No le preocupaban ni la economía de Cuba ni su pueblo: su intención era continuar la revolución por la revolución, como el arte por el arte.

De hecho, sin su ideología, el Che no habría sido nada más que otro asesino en serie. Los eslóganes ideológicos le permitieron matar a más personas de lo que cualquier asesino en serie podría imaginar, y en nombre de la justicia. Hace cinco siglos, el Che probablemente habría sido uno de esos clérigos/soldados que exterminaban a los nativos latinoamericanos en nombre de Dios. En nombre de la historia, el Che también consideró el asesinato como una herramienta necesaria de una noble causa.

Pero supongamos que juzgamos a este héroe marxista siguiendo sus mismos criterios: ¿realmente transformó el mundo? La respuesta es sí, pero para peor. La Cuba comunista que él ayudó a forjar es un innegable y craso fracaso, mucho más empobrecida y mucho menos libre que antes de su «liberación». A pesar de las reformas sociales de las que a la izquierda le gusta alardear cuando habla sobre Cuba, su índice de alfabetización era mayor antes de que Castro llegara al poder, y el racismo contra la población negra era menos omnipresente. De hecho, los líderes cubanos actuales tienen más tendencia a ser blancos que en los días de Batista.

Más allá de Cuba, el mito del Che ha movido a miles de estudiantes y activistas de toda Latinoamérica a perder sus vidas en imprudentes guerras de guerrilla. La izquierda, inspirada por los cantos de sirena del Che, eligió la lucha armada en lugar de unas elecciones. Al hacerlo, abrió camino a la dictadura militar. Latinoamérica todavía no se ha curado de esas consecuencias imprevistas del guevarismo.

De hecho, cincuenta años después de la revolución cubana, Latinoamérica continúa dividida. Aquellas naciones que rechazaron la mitología del Che y eligieron el camino de la democracia y del libre mercado, como Brasil, Perú y Chile, se encuentran en una situación económica mejor que nunca: la igualdad, la libertad y el progreso económico han avanzado a la par. En cambio, aquellas naciones que siguen añorando la causa del Che, como Venezuela, Ecuador y Bolivia, en este preciso momento están al borde de la guerra civil. El verdadero Che, que pasó la mayor parte del tiempo como banquero central de Castro supervisando ejecuciones, merece que se le conozca mejor. A lo mejor, si la superproducción en dos partes de Soderbergh sobre el Che triunfa en taquilla, sus patrocinadores financieros querrán rodar una secuela más verídica. La verdad es que no falta material para Che, lo que no se ha contado. En la historia no contada, una de las grandes sorpresas para el público sería descubrir que el Che fue asesinado a petición de la Unión Soviética. Cuando fue capturado por el Ejército boliviano, Castro podría haber liberado al Che previo pago de un rescate; los soviéticos sugirieron lo contrario al considerar que el Che estaba fuera de control. Entonces el Che creía de verdad en la revolución: los apparatchiks no podían soportarlo más. Tras su asesinato, Castro creó un culto alrededor del Che. Desde ese día, ese culto tiene seguidores; llevar una camiseta del Che o ver la mística película de Soderbergh tiene más que ver con el culto que con la ideología.

Mientras esperamos esa secuela, podemos recostarnos y disfrutar un poco más de la historia de Hollywood, ahora que Jodie Foster supuestamente se está preparando para protagonizar una película sobre la vida de Leni Riefenstahl, la escritora oficial del Tercer Reich. Si ésta sigue los principios de Soderbergh, que nadie con un mínimo conocimiento de historia se presente al casting para hacer el papel de su bondadoso mecenas, Adolf Hitler.

Guy Sorman
www.abc.es

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