sábado, 28 de março de 2009

El Papa y la Libertad

Nada tiene de extraño que quienes consideran que la Iglesia es el patíbulo de las libertades no hayan hecho hincapié en que la Libertad -expresada en mayúsculas y con firmeza mayestática- ha sido el verdadero «leitmotiv» del viaje del Papa a tierras africanas. Lo raro es que la miopía selectiva, el estupidismo a pelo y la inopia sectaria hubiesen renunciado a convertir una visita histórica en una manifestación histérica del anticlericalismo a ultranza. Hay que reconocer, en cualquier caso, que no han trabajado en balde. Y lo que comenzó siendo una tocada de condones salpimentada con tópicos de saldo ahora constituye un cursillo acelerado de cómo sepultar una realidad insumisa en las tinieblas del silencio profiláctico. Después de los embustes, la mordaza.

Sin embargo, mal que les pese a los beatos laicistas y a los chupacirios de la parroquia solidaria, la única realidad incuestionable es que, gracias a Benedicto XVI, la voz de los sin voz ha podido escucharse en el corazón de África. Si es evidente que el Pontífice alemán en las escarpaduras teológicas corta un pelo en el aire, su condición de hombre de «scriptorium» no es una rémora -si acaso, un acicate- cuando la urgencia del presente obliga a transformar el pensamiento en alegato. Juan Pablo II -¡santo subito!- era una jubilosa tempestad en un siglo repleto de monstruosas tempestades. Su sucesor, por el contrario, es un torrente calmo. Uno le plantó cara al Leviatán totalitario; el otro ha de enfrentarse al desplome moral y a la implacable tiranía de la insignificancia. Pero ambos -el que trataba de tú a tú a las multitudes y el sigiloso escultor de la palabra- son la expresión más depurada de que la fe y la libertad no pueden deslindarse.

El discurso que Benedicto XVI pronunció hace unos días en Luanda es un modelo de rigor, de hondura y de coraje. Impecable e implacable, el Obispo de Roma obligó a los caudillos del horror a contemplar su propia imagen reflejada en el espejo de la infamia. Ningún líder político ha hecho un diagnóstico tan crudo, tan despojado de eufemismos y de emplastes, del cáncer que corroe a un continente exangüe. La solución no es que los ricos se rasquen el bolsillo avizorando el infierno en los telediarios. Las limosnas ayudan, cuando ayudan, cuando no acaban cayendo en el cepillo omnívoro del tráfico de armas. Es obvio que la comunidad internacional no puede dar la espalda a una tragedia en la que ha interpretado un papelón además de llevarse la taquilla a casa. Bien está que compensen los abusos de antaño -antaño es anteayer, que conste en acta- tirando de chequera humanitaria. El gesto se agradece, por supuesto: antes de hacer memoria hay que olvidar el hambre. Cosa distinta es que resulte una humorada (una humorada negra, claro) que, luego de un buen lavado de conciencia, los mismos que cooperaron con el crimen pasen ahora por cooperantes entusiastas.

Mas hete aquí que llega un hombrecillo frágil, zarandeado por la edad, macerado en achaques, y va directo al grano. África no ha de salir de la agonía hasta que no se cumplan los derechos humanos, hasta que no haya gobiernos transparentes, hasta que la justicia no esté al servicio del común, hasta que la corrupción no sea erradicada. África necesita libertad. África necesita democracia. Lo ha dicho el Papa, así que será falso.

Tomás Cuesta
www.abc.es

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