El ser humano tiene una habilidad pasmosa para vestir de sabiduría lo que no es más que simple interés. Se trata de procurar funda de terciopelo al cuchillo del salteador de caminos. Durante la Ilustración, el poder político aferró la bandera de la ciencia para criticar el oscurantismo medieval -me gustaría saber qué tiene de oscuro la catedral de Burgos-. De aquellas decisiones nacieron la crueldad institucionalizada de la Revolución francesa o la explotación industrial de las masas obreras, que hubiesen sido imposibles a la luz de la férrea moral medieval, pero que convenían a los intereses de la burguesía naciente.
Desde entonces y hasta nuestra época parecía vigente el reinado de la ciencia como barómetro de lo conveniente, pero las cosas han empezado a cambiar. Ahí están el auge de la astrología y de los brujos para demostrarlo. ¿Hay algo más supersticioso que pretender ver el futuro en una bola de cristal? Pues raro es el político o el poderoso que no acude al vidente de turno.
La última derrota de la ciencia en la comunidad postmoderna la constituye la batalla por el aborto. Existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en el momento en que se produce la fecundación. A partir de ahí, la Genética prueba la existencia de la identidad genética singular y la Biología celular demuestra la continuidad del desarrollo desde el estado embrionario hasta la muerte del ser adulto, sin interrupción. Una razón libre, sometida tan sólo a la evidencia científica, no puede ya admitir el aborto. Sin embargo, el aborto es la bandera de las causas libertarias de nuestra época, desde el feminismo hasta la izquierda política, porque es el símbolo por excelencia de la absoluta autonomía moral del ser humano. Es la definición máxima del interés por el interés y de la rebelión del hombre contra cualquier sujeción moral, contra cualquier principio anterior al individuo.
¿Qué hacer, pues, con la Ciencia, ahora que nos lleva la contraria?¿O es que acaso vamos a sufrir por un hijo porque lo diga la Genética? (Hay que reconocer que, puestos a elegir, era más humana la sujeción medieval al Misterio infinito que el sometimiento moderno a las Leyes de Mendel). Habrá que eliminar la ciencia. Abajo la razón.
Cristina L. Schlichting
www.larazon.es
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